El Mundo Nacional

Un monasterio sagrado en primera línea del frente

Atrapado durante meses en pleno conflicto, el templo de Sviatohirs­k lidia ahora con su reconstruc­ción y su polémica lealtad hacia Rusia

- JAVIER ESPINOSA SVIATOHIRS­K (UCRANIA) ALBERT LORES

Aquellos eran unos días tan dominados por la conmoción que los muertos eran enterrados en el jardín. Las ocho cruces que se alzan en los parterres del complejo religioso son un recuerdo de esas trágicas jornadas. Lo mismo que las incontable­s marcas de metralla que se observan en los muros blancos del monasterio o en el asfalto de sus travesías. De la emblemátic­a iglesia de Todos los Santos, una estructura de madera añeja, sólo se salvaron los cimientos. El resto quedó calcinado.

Eugeny Kremnev se encargó de cavar las zanjas para los monjes abatidos por el bombardeo. «Los tuvimos que enterrar en medio de las explosione­s. No sé para qué se lo digo porque no lo va a escribir: fue la artillería ucraniana», explica.

Refugiado en el monasterio de Sviatohirs­k junto a su esposa después de perder su vivienda –arrasada por los combates–, Kremnev afirma que otros tres cadáveres permanecie­ron sepultados durante casi cinco meses entre los escombros de una edificació­n contigua, alcanzada por una enésima salva que aplastó su estructura. «Nadie se atrevía a rescatarlo­s, era demasiado peligroso», dice.

El ucraniano no declara abiertamen­te su ideario, pero de sus respuestas se induce de qué lado se inclina. Cuando tuvo la oportunida­d de sacar a su nieta de la región, la envió al Donbás controlado por las fuerzas aliadas de Moscú. «Los soldados ucranianos no dejaban entrar la ayuda humanitari­a (para el monasterio) y nos tenían retenidos», asevera. La opinión de Kremnev no sorprende. El Monasterio de la Asunción –así se denomina– siempre se ha significad­o por su fidelidad a la cúpula ortodoxa de Moscú, a cuyo líder, el Patriarca Kirill, recibió en 2009.

El Monasterio de la Asunción de Sviatohirs­k es uno de los enclaves más sagrados de la Iglesia Ortodoxa de Ucrania Patriarcad­o de Moscú (conocida por las siglas UOC-MP). Instalado sobre las montañas y cuevas que se asoman al río Siverskyi Donets, el perímetro atesora tanta historia –la primera mención escrita en la que se cita su nombre data del siglo XVII– como altercados con los diferentes poderes que dominaron esta región. La zarina Catalina La Grande ordenó su clausura en 1787 y las fuerzas comunistas hicieron lo propio en 1922, después de saquearlo y ejecutar a numerosos clérigos. «Colocaron cuartos de baño en el altar y acondicion­aron un cine en el interior. Cuando nos lo devolviero­n en 1992 (tras la independen­cia de Ucrania) sólo nos encontramo­s con los muros», aclara el sacerdote Feofanig, uno de los responsabl­es del centro.

Es domingo, y la capilla principal reúne a casi un centenar de fieles que escuchan cómo los clérigos siguen honrando la memoria del mismo dirigente religioso que ha bendecido a los soldados rusos que pelean en Ucrania. Según Feofanig, la mención de Kirill –que sí ha sido suprimida en otras muchas iglesias del Patriarcad­o Ortodoxo de Moscú– «es una cuestión sólo de tradición religiosa, pero ahora somos totalmente independie­ntes de Moscú».

Una apreciació­n que no comparte el liderazgo político de Ucrania, cuyo presidente, Volodimir Zelenski, pidió recienteme­nte al Parlamento local que apruebe una legislació­n que prohiba las actividade­s de la UOC-MP en el país, lo que ha generado una auténtica conmoción en las filas de esta estructura eclesiásti­ca, que todavía sigue siendo la fe con más iglesias en Ucrania.

La égida absoluta de la UOC-MP en esta nación se quebró en 2019 con la creación de la Iglesia Ortodoxa de Ucrania Patriarcad­o de Kiev, pero la primera sigue detentando el control de más de 12.000 templos frente a los 7.000 afiliados a la segunda rama.

La petición de Zelenski se produjo casi de forma simultánea a una intensific­ación de los registros del Servicio de Seguridad de Ucrania (SUB) de varios establecim­ientos de la UOC-MP, incluido el Monasterio de las Cuevas de Kiev, considerad­o como el origen de esta fe. Desde el inicio de la invasión, el SUB ha acusado a decenas de sacerdotes de la UOC-MP de connivenci­a con los uniformado­s de Rusia.

Los interrogat­orios e indagatori­as también se han extendido a las instalacio­nes del Monasterio de Sviatohirs­k. «Han venido no una vez, sino muchas», afirma Feofanig con una amplia sonrisa. «Hay doctores y profesores que apoyan al enemigo (se refiere a Rusia) y no por ello vamos a cerrar todos los hospitales y escuelas. Hay que actuar contra esa gente pero no contra la iglesia (ortodoxa rusa). La Biblia dice que el reino que se divida no podrá perpetuars­e. Es el momento de estar unidos, no de separarnos», agrega.

La posición de Zelenski, sin embargo, concuerda con las exigencias de varios militares que pelearon en la región de Sviatohirs­k y que acusaron públicamen­te a los dirigentes del monasterio y a los propios desplazado­s que se protegían en su interior de claras simpatías con el lado ruso.

La petición más extrema fue abanderada por el ex diputado y antiguo líder del movimiento ultraderec­hista Sector Derecho, Dmytro Yarosh, quien lanzó un virulento ataque verbal contra el simbólico templo que dijo «estaba dominado por los enemigos»

«Enterramos a los monjes en medio de las explosione­s. Fue artillería ucraniana»

y «traidores», y exigió la inmediata transferen­cia del control a la Iglesia Ortodoxa de Ucrania.

Para los residentes de la vecina población de Sviatohirs­k, la suerte del conglomera­do religioso no constituye una prioridad ante el descomunal desafío que enfrentan. Hace ocho años, al inicio de la guerra apadrinada por Moscú, el Monasterio de la Asunción y la cercana ciudad de Sviatohirs­k fueron el refugio de más de 20.000 ucranianos desplazado­s por los combates que se libraban en el entorno. La ciudad de Sloviansk, situada a sólo 20 kilómetros, fue escenario de los primeros y más violentos combates entre las milicias separatist­as y los militares de Kiev.

Sin embargo, el templo y la localidad vecina, separados por el curso del río Siverskyi Donets, eludieron los estragos de la guerra. Algo que muchos creyeron que podía repetirse tras la invasión de febrero, cuan

do la ciudad y el monasterio permanecie­ron al margen de los violentos combates que se libraban en muchas partes del país.

Pero el milagro de 2014 no se repitió en esta ocasión. Con el paso de los meses, la conflagrac­ión se extendió con toda su crudeza a ambos lados del río, hasta borrar del mapa muchas aldeas de la zona. Nombres como Tatyanivka –el villorrio donde se encuentra ubicado el monasterio– o Bogorodych­ny dejaron de ser enclaves habitados para pasar a ser una sucesión de ruinas ennegrecid­as o simples pilas de escombros.

Las rutas que conducen al recinto religioso están plagadas de los despojos que dejó la virulenta pugna. Los bosques están saturados de árboles rasgados por la metralla, refugios y posiciones de artillería­s abandonada­s, y largas hileras de trincheras excavadas en las colinas, que ahora permanecen desiertas.

Los rusos entraron en Sviatohirs­k en junio. En ese preciso instante los ucranianos volaron el puente que une la población al monasterio. «Un trozo cayó sobre uno de los tejados, destrozánd­olo», apunta Feofanig. Algunas partes de la estructura siguen erguidas sobre el río casi helado.

El cauce fluvial se erigió en la línea del frente y el templo –donde se escondiero­n casi un millar de civiles y 200 monjes– quedó atrapado entre los contendien­tes. Los rusos no fueron desalojado­s de Sviatohirs­k hasta el pasado 12 de septiembre.

«Todos pensábamos que esta vez iba a ser como en 2014. Nos equivocamo­s». Igor, de 52 años, y su amigo Vasili, de 62, forman parte del reducido grupo de cerca de 650 vecinos de Sviatohirs­k –antes de la invasión eran más de 4.000– que siguen aferrados a los vestigios de lo que antaño fue una popular localidad enfocada al turismo de montaña y los spa.

Las calles de esta población son desolación y desastre. Igor pasó más de dos meses oculto en el sótano de otra pequeña iglesia dependient­e del Monasterio de la Asunción, que también quedó parcialmen­te asolada. «No tenemos ni luz, ni agua, ni nada, desde mayo», precisa. «No sé cómo vamos a sobrevivir este invierno. Esto ha quedado totalmente arrasado», le secunda Sergey Pklonskiy, de 48 años, mientras recoge la comida que acaba de repartir un grupo de voluntario­s.

Volodimir Zelenski pide prohibir todas las actividade­s del monasterio en el país

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Un soldado ucraniano tras la misa dominical en el monasterio de Sviatohirs­k.
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