El Mundo Nacional

El melillazo

- EFE

imos envejecer a Luis Enrique en directo como la hierba que crece en las películas de Rohmer. Cada gatillazo ofensivo de su España roma era una cana más en su cabeza confusa. Luis Enrique ha sido siempre un invento de los periodista­s que nos aburrimos sin gente como él, alguien de mediano talento como jugador y como entrenador que libra cruzadas aparatosas contra la prensa bajo nuestra mirada de curiosidad y nuestros murmullos de misericord­ia.

Tuvo que ser Marruecos el país que bajara violentame­nte el telón de esta farsa idiota que todavía puede ser más idiota si el asturiano se empeña en no dimitir hoy mismo. Ojalá conserve al menos el coraje final de asumir su fracaso estrepitos­o, perfecto, inapelable. Ojalá no se enroque en el chiringo corrupto de Luis Rubiales para que podamos empezar a compadecer­le.

La arrogancia es divertida cuando metes goles. Pero cuando tu equipo no divierte ni a las madres de los convocados; cuando tu selección no es capaz de meter un penalti en

Vtres intentos o de empatar a Japón; cuando resulta más emocionant­e patrullar la valla de Melilla un martes de diciembre por la tarde que ver jugar a tu combinado autonómico de niños vírgenes, entonces tu arrogancia no despierta interés ni en Covadonga. Vete a casa o al Atleti, que igual todavía te quiere, y libera a la Roja del tedio que asesina nuestras tardes frente al televisor.

Nadie te entiende, Lucho. Lo poco que ganaste se lo debes a Messi y lo mucho que han estado dispuestos a regalarte tantos periodista­s ilusionado­s con unas Navidades exóticas en Qatar se lo pagas con desprecio digital y decisiones alucinadas. Como quitar a Nico Williams cuando era el único que atacaba, no fuera a incurrir por casualidad en el anatema del gol. Como no traer a Borja Iglesias, Aspas o Canales, no vaya a ser que el talento individual –ese que aún engancha a los niños a este juego cada vez más insoportab­le– arruine tu dogma colectivis­ta de rondos sonámbulos, ese vicio de pases entre eunucos inclusivos que mueven la pelota como una vieja desdentada se pasa una patata de carrillo a carrillo sin acertar jamás a tragarla.

Esta España cobarde, acomplejad­a y menguante está donde debe estar, que es en su puta casa. Su Mundial ha sido tan decepciona­nte como esperábamo­s pero como nos negábamos a aceptar. Por desgracia la Selección no es el Real Madrid. Por desgracia Luis Enrique y sus palmeros han querido apartarla todo lo posible del Madrid, de su calambre épico y su costumbre de gloria, y tanto han insistido que han terminado lográndolo: nada que ver.

Al menos Sánchez podrá ahora llamar a Mohamed y canjear este fracaso por un par de meses sin problemas en la frontera. Que se encargue Marlaska.

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Los jugadores de Marruecos rezan, ayer.
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