CASTELLDEFELS, EL LABORATORIO QUE EXPLICA EL VUELCO DEL 12-M
La escalada del bipartidismo, el colapso independentista, el trasvase PSOE-PP y ERC-PSOE, la movilización ‘española’... La ciudad costera es la mejor evidencia
En los últimos años, cada vez que los catalanes tenían cita con las urnas, los programas electorales de los partidos carecían de importancia. Las propuestas en materia de sanidad y servicios sociales apenas se colaban en uno de cada diez mítines y la frontera entre la izquierda y la derecha se difuminaba sin provocar grandes alarmas. La decisión no era entre el partido que quería subir los impuestos o el que defendía incrementar el salario mínimo. Tampoco entre el que promovía vivienda asequible o el que pretendía explotar el turismo hasta llevarlo al límite. Cuando se les llamaba a votar, no se les preguntaba por el modelo de Gobierno que querían, ni siquiera por lo que les gustaría que ese Ejecutivo hiciera con su dinero. En los últimos años, cada vez que los catalanes acudían a las urnas, su veredicto solo tenía una lectura: independencia sí o no.
En el pequeño bar que asoma junto a la Plaza del Ayuntamiento de Castelldefels (Barcelona), varios grupos de vecinos –la mayoría de avanzada edad– comentaban ayer los resultados electorales. Que si Puigdemont ha pagado cara su salida de Cataluña, que si la calma de Illa augura estabilidad. «¡Vaya con el PP!», interrumpía una mujer que acababa de llegar, a lo que otra contestaba: «Yo ya lo venía venir». El 22 de diciembre del 2017 y el 15 de febrero de 2021, los días siguientes a los anteriores comicios autonómicos, probablemente esas mesas solo encontraban silencio y mucha división.
Lo que ocurrió el domingo en esta ciudad costera de casi 70.000 habitantes es un paralelismo, una reconstrucción a pequeña escala, de lo que revelaron las urnas en toda Cataluña. Si este municipio siempre ha sido reconocido como uno de los más españoles de la región –con menor calado del independentismo–, los resultados de este 12-M a nivel autonómico se le asemejan tanto que, siguiendo esa regla de tres, cabría hablar de una Cataluña españolizada. Dos de cada tres casteldefelenses eligieron el pasado domingo la papeleta de un partido no nacionalista, con el PSC a la cabeza y el PP como la formación que más crece. Ídem a nivel autonómico, aunque en este caso el voto contrario al independentismo se quedó en el 53%. Así, aunque el municipio registró algo menos de voto a Junts y un apoyo más sustancial al PP –que fue segunda fuerza en la localidad–, el análisis de las urnas de Castelldefels y el diagnóstico de sus vecinos bien podrían actuar como altavoz del conjunto de electores catalanes.
El independentismo sumó el domingo 6.703 votos de los más de 24.000 electores que acudieron a las urnas en Castelldefels, lo que representa el 27% del total y supone la pérdida de cuatro puntos porcentuales frente a los comicios de 2021. La movilización fue por el otro flanco. Pese a que la participación en el municipio costero se incrementó en más de 2.000 electores –del 52% al 56,5%–, las formaciones nacionalistas, lejos de movilizar a los vecinos, se dejaron 140 votos. La crisis del independentismo quedó algo camuflada por el incremento de apoyos que sí experimentó Junts –sumó casi 1.000 nuevos electores hasta acaparar el 12,7% del voto– y por la irrupción de la formación nacionalista de extrema derecha Aliança Catalana, que atrajo a 376 casteldefelenses, el 1,5%. Sin embargo, ni siquiera esos apoyos lograron que el saldo independentista fuera positivo porque la sangría de votos que experimentó ERC era demasiado acentuada: se dejó más de 1.100, pasando del 17,5% al 11% y quedando relegada a ser cuar
ta fuerza en el municipio barcelonés. Tampoco ayudó el resultado de la CUP, que con 200 apoyos menos, no llegó a los 500 electores.
Todo ello, espejo inequívoco de lo vivido a nivel autonómico: los 100.000 nuevos votantes de Puigdemont no salvaron el declive de ERC, que perdió a una cuarta parte –175.000 catalanes– de quienes apoyaron a Aragonés en 2021 y quedó desplazada a ejercer como tercera fuerza. Los 118.000 nuevos votos que aglutinó la formación de Orriols podrían haber servido como colchón, pero más de la mitad de ellos se quedaron huérfanos de escaño al no alcanzar en Barcelona el requisito mínimo del 3% del voto. La CUP, que perdió un tercio de sus electores, no hizo sino reforzar el retroceso independentista.
Isabel, de 57 años y vecina de Castelldefels, es votante de ERC. Sara, también natural del municipio y de similar edad, prefiere a Junts. La primera reconoce que las fuerzas nacionalistas perdieron peso el domingo «por la trayectoria que ha tenido el procés». «A mí lo que me decepciona es que ERC y Junts no hayan sabido ‘hacer piña’durante estos años», apunta, para después señalar que cree que la forma en que estos partidos han afrontado la política a nivel estatal «tampoco les ha beneficiado». El pesimismo de Isabel, que asume que «hubo un momento en el que estábamos todos muy en ello [el independentismo], pero eso ahora se ha enfriado», contrasta con el tono esperanzador de Sara, que asegura que Puigdemont es «el carisma que el nacionalismo necesita para dejar de desinflarse». Sin embargo, tras reflexionar brevemente sobre la composición del Parlament que queda dibujada para esta legislatura, esta votante de Puigdemont reconoce que, «con el PSC con tantos escaños, está difícil que el independentismo vuelva a sus tiempos gloriosos». Su diagnóstico va más allá. «El pacto con Sánchez en Moncloa ha hecho que menos gente votase a Junts y ERC en Cataluña», sentencia, aunque, en su opinión, fue una buena decisión, pues «ayudó a suavizar las cosas, a coger las riendas y a que los independentistas se cubrieran las espaldas después de lo sucedido [el referéndum ilegal y sus consecuencias penales para varios de los políticos implicados]». Esto, sin embargo, provoca alguna discrepancia entre los demás vecinos que comparten mesa con ella, que prefieren no identificarse.
Que el independentismo se ha «desinflado» no es algo que solo observen Isabel y Sara. Un paseo por el centro de Castelldefels basta para confirmar que esta campaña ha quedado lejos del ruido y la contundencia con el que los independentistas inundaban las ciudades en anteriores comicios. Esta vez, apenas hay carteles electorales, los lemas son más cautelosos y las señeras se cuentan con los dedos de la mano –aunque esto posiblemente sí era tónica habitual en este municipio barcelonés–.
Si Isabel y Sara apuntaban a un independentismo «desinflado», en horas bajas, como causa de los resultados electorales del domingo, los vecinos que votaron por fuerzas no nacionalistas consideran que el veredicto de las urnas fue fruto del «desencanto» que los catalanes pro independencia sienten hacia el procés. «Están muy decepcionados con cómo se ha gestionado el independentismo: los llevaron a mucha euforia y se han dado cuenta de que luego eso no es factible», apunta Juan Antonio Marcos, que se sienta junto a otros dos vecinos de avanzada edad en una terraza de la calle principal. Marcos, que fue candidato por Ciudadanos a la alcaldía de Castelldefels en las últimas elecciones municipales, considera que el declive de Junts y ERC «es un tema de hastío»: «Sus votantes están hartos de las mentiras de los políticos y de que no hayan cumplido lo que les prometieron». Este vecino señala que, en el 42% de electores catalanes que no acudieron a las urnas el pasado domingo, hubo un gran porcentaje de independentistas, argumento con el que coincide Clara Quirante, una joven que pasa en ese momento junto al bar en el que se encuentra Marcos.
«Los resultados de estas elecciones son la demostración de que tanta confrontación entre catalanes y el resto de España no ha dado sus frutos», explica Quirante, que además es secretaria de Acción Política del PSC en Castelldefels. Su crítica se dirige al efecto que tuvo la cuestión independentista sobre la población catalana: «Aquella confrontación nos la llevamos todos a casa y yo creo que aquello generó cierto trauma en la sociedad». Así, opina que esta podría ser la causa del declive independentista en las urnas, porque sus votantes prefieren ahora apoyar a los partidos que «apuestan por solucionar los problemas políticos de forma política».
El alcalde del municipio, Manuel Reyes –del PP–, apunta a un tercer factor desencadenante del retroceso del secesionismo: el «hartazgo» respecto al monopolio que supuso la cuestión independentista en los años álgidos del procés. «La gente quiere que se solucionen sus problemas reales (educación, sanidad, seguridad, servicios sociales…) y lamentablemente estos años hemos hablado solo del tema del procés», explica, eufórico tras el resultado de los populares que dará a este barcelonés un asiento en el Parlament de Cataluña. «La bandera no da de comer», sentencia.
Castelldefels ofrece, por último, una muestra de cómo funcionó el trasvase entre formaciones. El PP ha ganado ahí 3.441 votos. Incluso dando por hecho que sumó los 1.786 que perdió Ciudadanos y los 222 que cede Vox, además de medio millar por el incremento de participación, habría un millar de votos que obligan a valorar otras opciones: atrae a socialistas desencantados, a algún independentista de derechas moderado y la aportación de la movilización debe ser más que esos 500, confirmando que la movilización se habría dado por el lado españolista. Si se da por cierta la hipótesis de que los populares recibieron votos socialistas, habría que preguntarse al mismo tiempo de dónde nace el incremento del PSC. En Castelldefels incorpora 1.140 votos, que bien podrían venir de los 126 que pierden los Comunes y unos 700 de la participación. Pero quedarían tres centenares, que deben proceder sobre todo de ERC –hijos-nietos de emigrantes votando ahora al PSC como sus padres-abuelos–, incluso en una cifra mayor de esos 300 que le permiten compensar la probable fuga al PP. El voto se transfirió en clave de izquierdaderecha más que independentista-españolista. Entre ERC y la CUP se dejan 1.355 votos mientras Junts y Aliança Catalana incorporan 1.215 (140 en Castelldefels, aunque la pérdida secesionista tiene un impacto mayor que esa cifra si se considera que hubo 2.341 nuevos votantes).
En esto también, Castelldefels fue el laboratorio del vuelco catalán en las urnas y abrió así las puertas al regreso del bipartidismo.