MICHAEL IGNATIEFF “VIVIMOS EN LA EDAD DE ORO DE LOS POLÍTICOS OPORTUNISTAS”
El profesor de Historia es uno de los mayores expertos del mundo en nacionalismo. De visita en Madrid para dar una conferencia sobre la salud de la democracia, mira a Cataluña: “Me alegro cuando el separatismo es derrotado”
Michael Ignatieff aterriza en Madrid justo el día después de cumplir 77 años y tras una celebración necesariamente compartida entre Viena, donde reside, y Toronto, donde vive parte de su familia. El día, además, se presenta con una singularidad extra: la derivada de las elecciones catalanas celebradas pocas horas antes. El ensayista, profesor de Historia y ex político es uno de los más lúcidos analistas del nacionalismo como fenómenobumerán en los estertores del siglo XX y el arranque del XXI, y siempre ha tratado de entender la situación de Cataluña desde la sensibilidad canadiense.
Contrario a la secesión y defensor del orden constitucional, la voz del autor de Sangre y pertenencia. Viajes al nuevo nacionalismo (Ed. El hombre del tres) no sólo es la de la experiencia, sino la de la templanza. Ignatieff (Toronto, 1947) confiesa que en el Parlamento de su país, cuando ejerció como candidato del Partido Liberal y líder de oposición entre 2008 y 2011, se sentaba al lado de los independentistas de Quebec, a los que vio como adversarios pero siempre como hermanos.
La conversación con el discípulo de Isaiah Berlin fluye, en cualquier caso, mucho más allá de la resaca de la resaca del procés. Su presencia en la capital se enmarca en la conferencia La democracia en las urnas: cuando el sistema se convierte en el objeto de debate, que pronunció en la Fundación Areces la noche de ayer. El título de la charla y la proximidad de las elecciones europeas (9 de junio) y las presidenciales estadounidenses (5 de noviembre) hacen hablar con tanta pasión como flema a uno de los grandes filósofos políticos de nuestro tiempo.
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El PSC ha derrotado a las formaciones independentistas catalanas y podría formar gobierno. ¿Es un cambio de ciclo? ¿A qué se podría deber?
Si un profesor español llegara a mi país la mañana después de unas elecciones y le contara a los canadienses lo que ha pasado, los canadienses esbozarían una sonrisa. Así que si un profesor canadiense llega la mañana después de unas elecciones y le cuenta a los españoles lo que ha pasado, los españoles deberían reírse... Mire, un canadiense como yo, orgulloso del hecho de haber conseguido que mi país funcione a pesar de una enorme división lingüística, cultural y religiosa durante 150 años, se regocija cuando el separatismo es derrotado. En caso de que esto suponga una derrota, diría, como amigo de su país, que es un buen día para España.
Usted siempre ha estado en contra de la independencia.
Y siempre he estado igualmente a favor del reconocimiento de la especificidad lingüística, cultural e histórica de Cataluña. De ahí que me haya posicionado frente a visiones de la identidad nacional española unitarias e intolerantes. Se trata, por tanto, de una doble posición. Estoy firmemente en contra de la secesión unilateral porque supondría una violación de la Constitución y del Estado de derecho, y la democracia no puede sobrevivir si alguien decide cambiar las reglas y largarse sin más. Dicho esto, mi objeción a la independencia no remite sólo a lo que tendría de ilegal. También estoy en contra de algo de lo que no se habla lo suficiente: hay muchas personas en Cataluña a las que les encanta vivir allí pero quieren que sus hijos crezcan hablando español. Sienten una identificación con
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España y no quieren que ningún maldito político intente cortarlas por la mitad. Me siento afín a la identidad compleja. No veo ninguna contradicción en que alguien pueda amar a Cataluña, sentir apego por su cultura, y querer una Cataluña que no rompa con España. Esas son las personas que me importan, igual que en mi país. Los canadienses que me importan en Quebec son quebequenses de origen inglés que hablan francés, quieren que sus hijos hablen francés pero están orgullosos de su herencia. Esta complejidad es lo que los políticos deberían lograr para sus pueblos. Cortar a la gente por la mitad y decirle que tiene que elegir –en Cataluña, Quebec o Bélgica– siempre es un error.
El ex docente en Cambridge, Oxford y Harvard tiene callo en maniobras de repliegue. Salió escaldado de su experiencia como representante público, que reflejó sin autoindulgencia en Fuego y cenizas. Éxito y fracaso en política (Taurus). Se retractó humildemente de su apoyo a la Guerra de Irak después de ver que las pruebas para la invasión, las famosas armas de destrucción masiva, eran una falacia. Y su oposición a la deriva autoritaria de Viktor Orbán como rector de la Universidad Central
Europea le hizo cambiar la sede de Budapest por la de Viena. Sin rebajar su prédica un decibelio, el intelectual detrás de títulos como Las virtudes cotidianas. Orden moral en un mundo dividido El mal menor: ética política en una época de terror (ambos en Taurus, 2018) sigue plantando cara al régimen iliberal húngaro y a cualquier enemigo de la libertad.
¿Estamos viviendo en la edad de oro de los políticos que utilizan la democracia para vaciarla desde dentro?
Sin duda. He sido testigo de cómo Orbán utiliza sistemáticamente la democracia para desmantelarla. Mis amigos indios dicen que lo mismo pasa con Modi. Así que sí, está siendo una edad de oro para este tipo de oportunistas. No obstante, apostar en contra de la democracia es un error. La socie
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dad reconoce la conexión entre democracia y su libertad. Es algo que se siente. Orbán no estará aquí para siempre. Ni Modi, ni siquiera Putin.
¿Qué supone para el planeta estar en manos de líderes en la penúltima etapa de sus vidas?
Hemos tenido líderes increíbles que eran personas longevas. Churchill no era un bebé cuando dirigió Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial. Al canciller alemán Adenauer lo llamaban Der Alte, El viejo... Hay una conexión entre edad y sabiduría. A todo el mundo le preocupa que el presidente de EEUU tenga 81 años. Necesitamos desesperadamente que se produzca una transferencia de poder a hombres y mujeres, fundamentalmente a mujeres en torno a la cuarentena. Biden ha sido un gran presidente, pero basta [dice en español]. Todos queremos que coja una silla plegable y se siente a tomar el sol en su jardín.
Hace falta una transición generacional. Y se producirá.
Trump aspira a volver a la Casa Blanca. ¿Debería Occidente preocuparse por un segundo mandato?
Europa debería estar especialmente preocupada. Trump se mueve en términos transaccionales y va a decir: ‘¿Tú qué has hecho por mí últimamente?’. Europa tiene que aumentar el porcentaje del gasto en defensa. Macron se equivoca: la autonomía estratégica de Europa no tiene sentido porque ya es parte de la OTAN. Pero tiene que pagar la factura, algo complicado porque todo el mundo quiere dedicar su presuesto a hospitales y escuelas. Pero tenemos una guerra en la frontera. Estos tipos [por Putin] no se detendrán a menos que se les detenga. Ése es el único idioma que entienden. Nadie desea que la guerra se propague. Trump piensa: 'Un océano me separa de Europa y otro océano me separa deTaiwán. No me importa lo que hagan los rusos aquí ni los chinos allí'. Y eso es realmente peligroso. No se trata sólo de Trump, existe un sentimiento profundo en EEUU de que ellos sostienen el mundo y nadie les ayuda. Europa tiene que ponerse manos a la obra.
Ha dicho que la batalla en Ucrania es un ejemplo de la lucha entre libertad y autoritarismo, pero que no sería la última. ¿Qué escenario le provoca más pavor?
Uno en el que Rusia, China e Irán se coordinasen para desafiar a EEUU y la OTAN en Ucrania, Taiwán y Oriente Próximo a la vez. De momento, los chinos dependen demasiado de la economía global para arriesgarse a hacer algo así. Pero a Putin y al régimen iraní les importa un bledo la prosperidad que ha convertido la historia reciente española en modelo de éxito. Si China decidiera que está preparada para trabajar de forma conjunta en ese escenario, estaríamos en un terreno de peligrosidad impredecible.
Con hechuras de galán veterano y el traje tan impecablemente planchado como un diplomático, Ignatieff saca tiempo para venir a Madrid al tiempo que remata un nuevo ensayo. Esta vez, sobre los acontecimientos históricos que ha vivido su generación: la de los baby boomers. «Llevamos aquí demasiado tiempo. Es hora de que nos vayamos. La fiesta se acabó», bromea... o no.
Permítame una última pregunta sobre España. El Gobierno tiene entre sus apoyos a un partido, Bildu, que ha tenido como candidatos a miembros de la banda terrorista ETA. Nunca ha hecho una declaración institucional condenando sus crímenes ni pidiendo perdón a las víctimas de sus atentados. ¿Puede ser validado moralmente como socio?
No puedo responder directamente a su pregunta porque no conozco los detalles. Le contaré una historia: la primera vez que fui a Barcelona llegué en tren. Fue en 1987. Salí de la estación y en la calle había medio millón de personas protestando silenciosamente por un atentado terrorista, creo contra un supermercado... El atentado de Hipercor.
Nunca lo he olvidado. Fue una muestra de indignación y la manifestación más impresionante contra el uso de la violencia que he visto en mi vida.
Esa increíble marcha hace que me sienta muy apegado a Barcelona. Aquel atentado fue un ataque a la democracia española y todo el mundo, al margen de su filiación política, debe despreciarlo. Ese día aprendí mucho sobre la democracia española.
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Ciclogénesis explosiva es, en efecto, como se conoce al nacimiento de un ciclón, pero muy grande y quién sabe si definitivo. Digamos que, a falta de una metáfora más gráfica, algo así parece estar sucediendo ahora mismo en el cine francés en el momento justo en el que el festival más célebre y poderoso del mundo da sus primeros pasos. El mismo día que Quentin Dupieux inauguraba el certamen con su divertido delirio Le deuxième acte, el certamen (es un decir) temblaba desde sus cimientos.
Primero, la revista Elle publicaba un escalofriante reportaje en el que nueve mujeres denunciaban con detalles muy cerca del horror al productor Alain Sarde, que no es un productor cualquiera. El propio Thierry Frémaux, director de Cannes, le definía no hace tanto en una retrospectiva como «un mito». No mentía. En su haber, películas como Mulholland Drive, de David Lynch, o El pianista, de Roman Polanski. Luego, un manifiesto en el periódico Le Monde firmado por 100 actrices y mujeres de la cultura como Isabelle Adjani, Emmanuelle Béart, Juliette Binoche o Vanessa Springora daba la réplica a aquél otro de 2018 rubricado por Catherine Deneuve y publicado en el mismo diario que se quejaba de los excesos del MeToo. Ahora lo que se pide es lo evidente: una ley integral contra la violencia sexual. «Nuestros discursos MeToo han revelado una realidad envuelta en negación: la violencia sexista y sexual es sistémica, no excepcional. Sin embargo, un caso parece perseguir a otro, ¿quién nos escucha realmente?», se lee.
Y todo esto mientras siguen las manifestaciones frente al Centro Nacional de Cine (CNC) que piden la dimisión de su director, Dominique Boutonnat, que deberá ser juzgado en junio por agresión sexual. Y todo esto a las puertas de la proyección hoy mismo en la sección Un Certain Regard del cortometraje de Judith Godrèche que promete más testimonios. Y todo esto bajo la sombra de un nuevo reportaje de investigación anunciado por Mediapart. Y todo esto con los ecos aún recientes del caso Gérard Depardieu y las acusaciones a los directores Benoît Jacquot, Jacques Doillon y Philippe Garrel. Y todo esto, y a modo de triste guinda (o de casualidad turbadoramente oportuna), el día que se ha conocido una sentencia que absuelve a Roman Polanski en un caso de difamación (no por la violación a Samantha Geimer). Ciclogénesis explosiva es poco.
Con todo, lo más llamativo, por sangrante, son los testimonios recogidos por Elle. Lo que allí sale a la luz es un comportamiento sistemático de un depredador siempre protegido por una sociedad y un universo (el del cine) rendido a su poder. A Elsa la violó cuando tenía 15 años. «Recuerdo muy bien sus labios, su boca asquerosa. Era feo a pesar de sus manos cuidadas. ¡Fue bestial! Todavía siento la presión de su cuerpo sobre el mío», se lee en el texto firmado por Alice Augustin y Cécile Ollivier. A Valérie la obligó con 20 años «a realizar una felación, antes de limpiarse con un pañuelo». Y así, una a una, en una descripción de un comportamiento de una arrogancia abusiva protegida por todos. No conviene olvidar que Sarde llegó a ser condenado por violación en 1997 y encarcelado por ello. Cuando eso ocurrió la comunidad del cine se movilizó en su apoyo.
En la presentación del jurado presidido por Greta Gerwig y con Juan Antonio Bayona entre los miembros no pudo faltar la pregunta. «Creo que la gente de la comunidad del cine está contando historias y tratando de cambiar las cosas para mejor... Y ha habido cambios sustanciales gracias al Metoo... Se trata de construir un ambiente seguro», dijo la directora de Barbie y lo dijo bajo un cielo encapotado y una perfecta ciclogénesis explosiva.