EL ‘PADRE OCULTO’ DE LA CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA
Derecho. Con la muerte de Jorge de Esteban, España pierde a uno de los juristas que con más conciencia y responsabilidad defendió la Constitución de 1978 y que, en la Transición, dio las claves a Torcuato Fernández-Miranda para pasar sin violencia ‘de la ley a la ley’
Retirado desde hacía años de la intensa vida profesional que había llevado, dedicada al Derecho Constitucional y a la defensa de los valores democráticos y el Estado de Derecho, murió ayer, a consecuencia de la enfermedad pulmonar que padecía, en el hospital de la
Luz de Madrid, a la edad de 86 años, Jorge de
Esteban, catedrático de la Universidad Complutense, ex embajador en Roma y miembro fundador de este periódico en 1989, presidente de Unidad Editorial y presidente del Consejo Editorial del diario.
Con él se va uno de los protagonistas más relevantes de la Transición Española y uno de los juristas que, a través de su amplia obra académica (más de 30 libros individuales y unos 25 colectivos) y de la infinidad de artículos periodísticos que publicó en EL MUNDO, defendió la Constitución Española de 1978 como una de las mayores conquistas de nuestro país y abogó por su necesaria reforma para evitar que perdiera su vigencia, como ha venido ocurriendo en los últimos años, tal y como denunció con insistencia y preocupación.
Jorge de Esteban había nacido en Madrid en 1938. Hijo de médico, se doctoró en Derecho con Premio Extraordinario e ingresó en la Universidad como ayudante de Luis Sánchez Agesta. Sin embargo, demócrata convencido y descontento con las instituciones franquistas, se trasladó a París a finales de los años 60, a la Universidad de la Sorbona, donde trabajó con Maurice Duverger, uno de los teóricos del Derecho más importantes en Europa en esas décadas. Con su doctorado en París, se trasladó a España para en 1972 obtener la cátedra de Derecho Político. Así comenzaba una de sus pasiones, la docencia, que compaginó con su alma de diplomático. Enseguida se convirtió en una referencia indiscutible del Derecho español y en maestro de varias generaciones de juristas, como Luis López Guerra, presidente de sección del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, o Pedro González-Trevijano, presidente del TC. Fue profesor visitante de las Universidades de Michigan y de Harvard y, a su vuelta, entró a formar parte de la Junta Electoral Central hasta el año 1982. Mientras tanto, ejerció como subdirector del Centro de Estudios Constitucionales y vicedecano de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense.
En 1983 dejó temporalmente su pasión por la enseñanza para cumplir su otra gran ilusión, la diplomacia. Así, bajo el primer Gobierno de Felipe González fue enviado a Roma como embajador, puesto que ocupó hasta 1988. Una experiencia de la que nacieron los tres volúmenes de su Diario Romano de un embajador, un testimonio de su labor en la capital italiana, que terminó por desencantarle definitivamente de la política. Él que se había definido como un hombre de izquierda moderada, expone en el epílogo: «Aprendí, de forma decepcionante que la izquierda no se diferencia apenas de la derecha conservadora en la forma de gobernar, de manipular y de aferrarse al poder por el poder, cuando yo siempre había pensado que si había alguna razón para ser de izquierdas no podía ser otra que la creencia en unos valores, en una ética, en la absoluta convicción de que las cosas que van mal y los males sociales que afligen a nuestro país no son irreparables, sino que la política los puede solucionar o, al menos, mitigar».
Tras su vuelta a España en 1989 entró a formar parte, desde su creación, de Unidad Editorial, empresa editora de este periódico, participando activamente en la salida del diario y en la formulación de la línea editorial ( junto al catedrático de Derecho Penal, Enrique Gimbernat) siempre ligada a una visión liberal de la política y a la defensa del orden constitucional.
A lo largo de su carrera ha escrito multitud de libros relacionados con el Derecho y las instituciones, de los cuales, algunos se han convertido en autenticas obras de referencia. La primera de ellas, determinante para la Transición, fue Desarrollo Político y Constitución Española (Ariel, 1973), cuyos orígenes relató en El libro que democratizó España (Tirant Humanidades, 2021), unas memorias constituyentes –así reza el subtítulo– que aspiraban a arrojar luz sobre un aspecto muy concreto de la Transición. Siendo ya catedrático de la Complutense, en 1972, De Esteban recibió la llamada de «un grupo de profesionales cercano a José María de Areilza», con una propuesta clara: «Consistía en saber si el Príncipe, que había jurado las Leyes Fundamentales, se había incapacitado para convertir a España en una democracia de tipo occidental, sobre todo porque se jugaba la Corona». Tras leer con atención las siete leyes que conformaban el corpus legislativo del franquismo, entendió que «utilizando el uso alternativo del Derecho y mediante una interpretación creativa, tal vez se podría pensar en esa insólita posibilidad». De ahí salió «un libro que será fundamental para el futuro de España», tal y como le confesó el propio Torcuato Fernández-Miranda pocos días antes de ser nombrado vicepresidente de Carrero Blanco. Sería el propio Fernández-Miranda, ya como presidente de las Cortes, el que, a las siete Leyes Fundamentales sumaría, en 1976, una octava, la Ley para la Reforma Política, que no habría sido posible sin el texto de Jorge de Esteban y su interpretación creativa. «Una hora de disimulo», se dijo entonces, «remedia más males que un año de resentimientos».
Otro libro fundamental fue El proceso electoral (1977), en cuya presentación conoció a un tal Isidoro que le llamaría poco después para encargarle un proyecto de constitución federal. Con esa propuesta, explicó, participó de «forma indirecta» en la elaboración del texto definitivo de la Carta Magna. Pero también, «de forma directa», como miembro de la comisión de expertos que reunió el PSOE en el Congreso. De ahí que José Luis Gutiérrez llamara a Jorge de Esteban «el octavo hombre, oculto tras los celajes del segundo plano».
Desde la creación de EL MUNDO, ayudó a definir una línea editorial en defensa del liberalismo y del Estado de Derecho
En 1977, Felipe González le encargó un borrador de constitución federal y, en 1983, lo envió como embajador a Roma
Durante algunos años, no demasiados desgraciadamente, tuve la suerte de coincidir en el Consejo Editorial de EL MUNDO con Jorge de Esteban, que era su presidente y había sido fundador del periódico. No era solamente un sabio en el ámbito del Derecho Constitucional, era una persona de una gran cultura y de intereses muy variados. Tenía un talante conciliador –hoy quizá le tacharían de «equidistante»–, lo que se apreciaba en el entorno de un Consejo Editorial que reunía entonces a personas de muy distinta procedencia, formación, ideología y carácter. Allí se opinaba con total libertad y con mucho conocimiento, se respetaban, casi siempre, los turnos de palabra y se llegaba a consensos con relativamente poco esfuerzo.
Volviendo ahora la mirada hacia esos años me doy cuenta de hasta qué punto aquellas reuniones del Consejo Editorial eran extraordinarias, por lo mucho que se aprendía, por el respeto que reinaba entre los asistentes, aunque no siempre estuviéramos de acuerdo, y por la relevancia que los directores del periódico concedían a lo que allí se decidía. Coincidí con dos directores. La línea editorial del periódico era el resultado de unos debates en profundidad sobre la actualidad española e internacional, donde en numerosas ocasiones la postura inicial del director no era la que finalmente se imponía.
Todo esto era, sin duda, mérito en gran parte de su presidente. Conocíamos bien la enorme contribución de Jorge de Esteban a la construcción del Estado democrático de Derecho en España en general y del Derecho Constitucional español en particular, su gran implicación en la Transición española y su labor incansable como articulista. Aun así, lo cierto es que en aquellas reuniones Jorge era un primus inter pares que ponía su enorme caudal de sabiduría teórica y práctica generosamente a disposición del periódico y de sus lectores.
Pero quizá lo más importante para los que coincidimos con él en aquel añorado Consejo Editorial fue la impresión de haber conocido a uno de esos grandes maestros que de vez en cuando nos regala la vida.
No tuve la oportunidad de tenerlo como profesor en la universidad, pero las lecciones de Derecho Político, democracia y, sobre todo, tolerancia y buen hacer que impartía en EL MUNDO fueron un auténtico privilegio que no deberíamos olvidar los que seguimos confiando que una España mejor es posible. Y que sólo depende de nosotros hacerla realidad.
Durante los 30 primeros años de EL MUNDO, de 1989 a 2019, cada lunes de las 12 a las 14 horas en el Consejo Editorial y en los largos paseos que precedían o seguían a los consejos, sentí por Jorge de Esteban la fascinación que él, con 17 años, sintió por su primer profesor de Derecho Político, Nicolás Pérez Serrano, posiblemente la persona que más influyó en su vocación académica.
Me hablaba de sus becas en París, Harvard, Michigan y Berkeley, del entusiasmo con el que vivió y participó en los borradores de la Constitución del 78, y de la decepción que sintió cuando los padres fundadores ignoraron su apuesta por un régimen federal con suelos y techos firmes y la sustituyeron por un Título VIII rehén de una lealtad nacionalista frágil.
Sus apuntes semanales en el Consejo, sus treinta y tantos libros y miles de artículos (en los 80 en El País y desde 1989 en EL MUNDO) han sido una de mis fuentes privilegiadas de información sobre España, a la que desde los 20 años sólo miro desde la ventana exterior o después de haber repasado el estado del mundo.
Con su voz grave y pausada, alejada siempre del griterío y del insulto, Jorge luchó sin descanso contra los defectos estructurales de la democracia española: la ausencia de controles, los problemas de alternancia y de estabilidad, la corrupción rampante, la dependencia permanente de nacionalismos desleales, los ataques a la libertad de prensa, la judicialización de la política y la politización de los tribunales, la falta de contrapesos, los rescoldos franquistas, el pavor a dimitir de nuestros políticos y la falta de democracia interna en nuestros partidos.
Socarrón, tenía frecuentes toques de Larra en sus recordatorios a los políticos: «Estáis en la Carrera de San Jerónimo, no en Westminster». En cada libro y en cada artículo, se dejó la vida denunciando lo que la Constitución del 78 tenía de ajada y de obsoleta; la falta de representatividad real, por muchas elecciones que se sucedan, cuando los partidos políticos se convierten en oligarquías; la necesidad de aprovechar la revolución tecnológica e internet para fortalecer la democracia.
Quizás la aportación más positiva que un constitucionalista puede hacer a un proceso de la consolidación democrática es advertir con tiempo de las minas que va detectando para que puedan ser desactivadas.
Jorge de Esteban ejerció durante 30 años en este periódico de faro de alerta y torre de control con la habilidad y generosidad del mejor artificiero. Si los timoneles del buque hubieran seguido su cuaderno de bitácora, España estaría navegando hoy en aguas menos turbulentas.
Ya sabíamos que el verano del 2023 había sido el más caluroso de la historia desde que hay registros, pero ahora los científicos han remontado estos registros hasta el Impero Romano. Aunque las evidencias instrumentales se remontan, en el mejor de los casos, hasta 1850, y además limitadas a ciertas regiones, investigadores de las universidades de Cambridge y Johannes Gutenberg de Maguncia han logrado reconstruir 2.000 años del clima en el planeta, gracias a la información climática que se guarda en los anillos de los árboles.
«Cuando se analiza toda la historia se puede ver cuán dramático está siendo el reciente calentamiento global», apunta el profesor Ulf Büntgen, del Departamento de Geografía de Cambridge. «2023 fue un año excepcionalmente caluroso y esta tendencia continuará a menos que reduzcamos drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero».
Gracias a los árboles, los investigadores de este estudio, que se acaba de publicar en Nature, descubrieron que la temperatura de referencia del siglo XIX utilizada para contextualizar el calentamiento global es varias décimas de grado más fría de lo que se pensaba anteriormente. Al recalibrar esta línea de base, los investigadores calcularon que las condiciones del verano de 2023 en el hemisferio norte fueron 2,07 °C más cálidas que las temperaturas medias del verano entre 1850 y 1900.
Los datos disponibles sobre los anillos de los árboles revelan que la mayoría de los períodos más fríos de los últimos 2.000 años, como la Pequeña
Edad del Hielo Antigua en el siglo VI, y la Pequeña
Edad del Hielo a principios del siglo XIX, fueron consecuencia de grandes masas volcánicas ricas en azufre. Estas erupciones arrojaron enormes cantidades de aerosoles a la estratosfera, provocando un rápido enfriamiento de la superficie. El verano más frío de los últimos dos mil años, en 536 d.C., siguió a una erupción, y fue 3,93 °C más frío que el verano de 2023.
La mayoría de los períodos más cálidos cubiertos por los datos de los anillos de los árboles pueden atribuirse al fenómeno conocido como El Niño, que afecta al clima en todo el mundo debido al debilitamiento de los vientos alisios en el Océano Pacífico y, a menudo, provoca veranos más cálidos en el hemisferio norte. Si bien los pescadores notaron por primera vez los eventos de El Niño en el siglo XVII, se pueden observar en los datos de los anillos de los árboles mucho más atrás en el tiempo.
Por su parte, un estudio de las universidades de Monash en
Australia, Shandong en China, y la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres en el Reino Unido, que se acaba de publicar en la revista PLOS Medicine, ha logrado mapear por primera vez la mortalidad relacionada con las olas de calor, y las culpa de 153.078 muertes entre 1990 y 2019. Para ello utilizaron datos de la Red de Investigación Colaborativa MultiCountry Multi-City (MCC) que incluía muertes y temperaturas diarias de 750 regiones de 43 países del mundo.
Aunque Asia registró el mayor número de fallecimientos, Europa tuvo la tasa más alta, con 655 muertes por cada 10 millones de habitantes, con Grecia, Malta e Italia como los países más afectados. Las olas de calor están identificadas como períodos de temperatura ambiente extremadamente alta, que duran unos pocos días, y que someten al cuerpo a un estrés térmico que desencadena fallos orgánicos e incluso puede agravar enfermedades crónicas preexistentes, provocando una muerte prematura.
La población mundial está envejeciendo a un ritmo sin precedentes. Se espera que el número de personas mayores de 60 años se duplique hasta casi 2.100 millones en 2050. Más de dos tercios residirán en países de ingresos bajos y medios donde los eventos extremos provocados por el cambio climático son altamente probables, lo que podría disparar la mortalidad estival.
Dentro de 25 años, más del 23% de la población mundial mayor de 69 años vivirá en climas con una alta exposición a temperaturas superior al umbral crítico de 37,5°C (99,5°F), en comparación con el 14% que lo sufrió en 2020. Se trata de un aumento de 177 a 246 millones de adultos mayores que estarán expuestos a un calor agudo peligroso. También se prevé que los efectos sean más graves en Asia y África, donde la capacidad de adaptación de los ciudadanos es más bajas.