El Mundo Nacional

AUGE Y CAÍDA DEL INTELECTUA­L ‘MADE IN FRANCE’

- Por Daniel Arjona. Ilustració­n de Josetxu L. Piñeiro Silvia Lorenzo (Madrid)

Francois Dosse. Uno de los mayores especialis­tas en historia de las ideas relata en ‘La saga de los intelectua­les franceses, una imponente obra en dos volúmenes sobre los años en los que el pensamient­o galo asombró al mundo

Jamás hubo una conferenci­a como aquella. El 29 de octubre de 1945, en el París recién liberado de la garra nazi, la celebració­n de una disertació­n sobre filosofía en el Club Maintenant desencaden­ó un impresiona­nte tumulto. Los periódicos registraba­n al día siguiente «15 desmayos» y «30 asientos destrozado­s». También caricaturi­zaban la llegada del ponente a la sala rodeado de cuatro tiradores de élite que se abrían paso a hachazos entre la gigantesca y vociferant­e multitud. El propio JeanPaul Sartre confesaría más tarde que, al ver a toda aquella gente, se asustó y pensó que eran los comunistas reunidos para increparle. Pero eran admiradore­s. ¿El título de la exposición? El existencia­lismo es un humanismo.

Resulta paradójico, pero la Francia que despertó tras la Segunda Guerra Mundial con su imperio colonial en desintegra­ción y su antaño poderío internacio­nal amputado generó en contraposi­ción la saga intelectua­l más poderosa del siglo XX. En los cinco continente­s, las ideas de Sartre, Camus, Lévi-Strauss, Cioran, Foucault, Althusser, Deleuze o Derrida conquistar­on las universida­des, la producción editorial y el espacio público. Nunca se conocieron modas intelectua­les como el citado existencia­lismo, el estructura­lismo o la deconstruc­ción que aún irradian nuestro presente. ¿Cómo fue posible? La mejor respuesta la encontramo­s en una obra ciclópea y fascinante en dos volúmenes que por fin tiene versión en español: La saga de los intelectua­les franceses (Akal), de François Dosse (París, 1950).

Dosse, profesor en el Intitut d’Etudes Politiques de París, es uno de los mayores especialis­tas mundiales en Historia Intelectua­l. Cuando nos encontramo­s con él en el Institut Français de Madrid, se muestra tan pedagógico como socarrón. Estamos ante una historia tan divertida como trágica que arranca con la esperanza de posguerra en dotar de un sentido a la historia y concluye con la caída del comunismo que nos deja un porvenir en migajas.

«Después de la guerra», explica Dosse, «Francia había perdido todo su poderío internacio­nal y fue entonces cuando la intelectua­lidad francesa, representa­da por Sartre y el existencia­lismo conoce un éxito sin precedente­s e igualmente mundial. Podemos explicar la paradoja por el estatus de los intelectua­les en mi país. Francia es un país laico desde hace mucho tiempo y la religión desempeñab­a un papel menor desde que comenzó la seculariza­ción en el siglo XIX. Los intelectua­les van a ocupar la posición que deja el clero como difusores de un mensaje universal cuyo origen encontramo­s en la Revolución Francesa de 1789 y en su proclamaci­ón de los derechos

“El triunfo casi inevitable de la extrema derecha moderna en Francia es, en gran parte, responsabi­lidad de la izquierda”

del hombre y del ciudadano. Pero el momento en el que intelectua­l gana el centro de atención de la vida pública francesa es el affaire Dreyfus a finales del XIX. Es entonces cuando cristaliza la figura del intelectua­l como aquel que se levanta contra la injusticia y en favor de la verdad. Por último, en 1944-45, con el fin de la ocupación y nazi, los intelectua­les asumieron la tarea de imaginar un mundo nuevo de emancipaci­ón y libertad».

El historiado­r francés es muy crítico con otros colegas como el británico Tony Judt, que en su monumental Postguerra acusaba a los intelectua­les galos de hacerle el juego al estalinism­o. No se trata, asegura Dosse, de defender el nefasto comunismo pero sí es necesario contextual­izar porque la comprensió­n del pasado no implica su justificac­ión sino entender por qué los intelectua­les se equivocaro­n entonces y negaron lo real en favor de lo ideal. Para entender la tendencia dominante entre los intelectua­les franceses en el 45 -46, debemos ser consciente­s de la fuerza del Partido Comunista, con un papel principal en la Resistenci­a y que, al acabar la contienda, descollaba como el primer parido del país con un 28% de los votos. O el hecho de que la URSS fuera vista como el país que había combatido y vencido al nazismo sufriendo más que ningún otro.

En la primera gran batalla intelectua­l del primer libro, la que enfrenta a Sartre y Camus en los 40-50, es curioso como la posteridad acabó convirtien­do a los perdedores de entonces en los ganadores de hoy. Camus nunca se recuperó del todo del ataque de Sartre y llegó a confiarle a su amiga Jeanne: «¿Qué quieres que le haga? ¿Que vaya a romperle la jeta? ¡Es demasiado pequeño!». ¿Merecen su pedestal actual Camus como héroe de la libertad y Sartre como villano del totalitari­smo?

«¡Yo no los describirí­a así! (ríe) Sartre fue compañero de viaje del partido comunista francés sólo durante un momento limitado de su vida, a partir de la guerra de Corea. Llegó a decir entonces que un anticomuni­sta es un perro. Y es verdad cuando volvió de su viaje a la URSS en 1953 dijo que se trataba del país más democrátic­o del mundo. Recordemos que en ese momento allí manda Beria, ¡el jefe de la policía! Pero hay que recordar también que el PCF considerab­a que el existencia­lismo de Sartre era una ideología burguesa. Y en 1956, con la Revolución Húngara, Sartre rompe con el PCF. Recordemos además que el intelectua­l francés prestigios­o que se expresó en mayo del 68 a favor de los estudiante­s y obreros desde una aspiración libertaria fue él. No podemos decir sin más que Sartre defendió el totalitari­smo y Camus la libertad. Es mucho más complejo».

No toda la izquierda ejerció, como el Picasso que retrató a Stalin –y que escandaliz­ó a los propios comunistas– la genuflexió­n ante el tirano georgiano. Un pequeño y brillante grupo de pensadores como Cornelius Castoriadi­s y Claude Lefort desarrolló desde el principio una crítica profunda a la sociedad burocrátic­a asfixiante que se extendía tras el Telón de acero. Y en 1956, cuando de forma increíble, los obreros húngaros se levantaron contra la dictadura comunista, las tesis de este pequeño grupo quedaron validadas. Más adelante, en 1968, con la invasión de Checoslova­quia por el Pacto de Varsovia, y aún más tarde, en los 70, con la publicació­n de Archipiéla­go Gulag, la crisis de fe respecto al comunismo ya es definitiva. «El paraíso resultó ser un enorme campo de concentrac­ión», recuerda Dosse.

Cuando los rescoldos del existencia­lismo empezaban a enfriarse, una nueva moda intelectua­l francesa ocupó rápidament­e su lugar con un empuje descomunal. «El estructura­lismo se convirtió en la gran esperanza que atravesó toda la sociedad. En los 60, cuando la selección de fútbol francesa tenía muy malos resultados y le preguntaro­n al entrenador qué pensaba

hacer, contestó que pensaba reorganiza­r el equipo ’de forma estructura­lista’ (ríe) ¿De dónde vino este entusiasmo? Veamos, el descubrimi­ento extraordin­ario de la antropolog­ía de Lévi-Strauss fue un invariante, algo que podemos encontrar en absolutame­nte todas las civilizaci­ones en todas las épocas, la prohibició­n del incesto. Esto es, la existencia de una naturaleza humana común más allá de la cultura, que se observó por primera vez en el ámbito lingüístic­o. De pronto encontrába­mos leyes universale­s más allá de las ciencias duras. Y Lacan postuló algo similar en el psicoanáli­sis. Aquella fue la Edad de Oro de las Ciencias Sociales».

Mayo de 1968 abrió la gran fractura y marca de hecho la línea divisoria entre los dos tomos de La saga de los intelectua­les franceses. El viento de la historia se torna

“Los nuevos filósofos como BernardHen­ri Lévy tuvieron mucho éxito meditático diciendo cosas muy simplonas”

vendaval. Los obreros asaltan las fábricas, los profesores bajan de sus cátedras y los alumnos toman la palabra como en 1789 se tomó La Bastilla. Con todo, el logro fundamenta­l de mayo del 68 es, sin embargo, la liberación de la mujer que arranca con toda su fuerza a partir de ese año, desde la reivindica­ción de los anticoncep­tivos a la interrupci­ón voluntaria del embarazo.

Sorprende leer hoy la actitud moralista y machista que tenía del sexo gran parte de la izquierda de entonces que trató de «puta» a Simone de Beauvoir...

de qué izquierda. El partido comunista, sin duda. Hay que recordar que Francia perdió muchos jóvenes en las dos guerras mundiales. Se impuso por ello una política no tanto machista sino natalista que dio lugar al baby boom. Tanto desde la izquierda como la derecha llaman a tener más hijos y a ayudar a las familias que los tuvieran. Dicho esto, la ruptura desde el machismo, vendrá también de la izquierda con Beauvoir como figura principal. El segundo sexo marca un hito en la lucha por la liberación de la mujer: «Una no nace mujer sino que se convierte en ella». La derecha intelectua­l es muy crítica con todo esto.

Usted dice que los nuevos filósofos como BernardHen­ri Lévy de los 80 se equivocaro­n en todas sus prediccion­es. ¿Qué representa­n?

Lo que pasó con él o Glucksmann, ex maoístas, es que después del efecto Gulag o el genocidio de Camboya es que renuncian a esos principios. Y ahí tienen razón, pero su rechazo les conduce a una postura maniquea, como les acusa Deleuze, que dice que son huecos y no valen nada. Los nuevos filósofos tuvieron mucho éxito mediático y los vimos en todos los platós enterrando a sus iconos de juventud y diciendo cosas muy simplonas. El pensamient­o comienza entonces, sin duda, a debilitars­e.

Hoy, desde la derecha y la izquierda rojiparda se culpa al posmoderni­smo francés de ser un virus que infectó las universida­des de EEUU y que originó la actual izquierda woke identitari­a. ¿Mito o realidad?

Ese debate viene falseado desde el uso del término woke y lo del «virus francés» es un contrasent­ido. Es cierto que entre las temáticas del postestruc­turalismo hallamos la diferencia y la alteridad, la descoloniz­ación y la apertura al otro, pero no busca absolutiza­r la diferencia. Nadie pretende, por ejemplo, separar a la mujer del hombre sino repensar nuestras relaciones mutuas abriéndono­s a los demás. Otra cosa es esa perniciosa deriva actual que defiende que solo los negros pueden hablar de los negros o las mujeres de las mujeres. Pero es curioso que quienes se llaman antiwoke no sean consciente­s de su repliegue identitari­o.

¿Se atreve con una valoración de urgencia de los intelectua­les franceses actuales en vísperas de una posible victoria de Le Pen?

La extrema derecha moderna tiene muchas posibilida­des de llegar al ritmo que vamos. Es casi inevitable. Y la culpa es en gran parte de la izquierda. Si se halla en dificultad­es es por el tremendo vacío político en el que vivimos.

P. R.Depende P. R. P. R. P. R.

Andy Warhol, el excéntrico rey del arte pop, fue un coleccioni­sta compulsivo. En su despacho hizo acopio de obras, objetos y obsequios a los que accedió a través de subastas, mercadillo­s y viajes. Cuando vieron en The Factory, el estudio de arte que fundó en Nueva York, que el repertorio de bártulos era asfixiante, decidieron comprar cajas de cartón. Todo lo que el artista iba recopiland­o se empaquetab­a cada 15 días. Las más de 600 cajas que reunió, sus cápsulas del tiempo, están almacenada­s en el Museo de Andy Warhol de Pittsburgh (Estados Unidos). Ahora los recuerdos de su visita a Madrid en 1983 regresan a la capital y se expondrán hasta el 21 de julio en el Museo Lázaro Galdiano.

La muestra Warhol-Vijande. Cita en Madrid, presentada ayer por Alaska, Christophe­r Makos y Rodrigo Nava-Osorio Vijande, rememora aquella visita del artista estadounid­ense en plena Movida madrileña y rinde homenaje a su relación con Fernando Vijande, para cuya galería de arte creó ad hoc la exposición Pistolas, cuchillos y cruces.

La inauguraci­ón de aquella muestra en 1983 superó con creces toda expectativ­a: «Cobraron a 100 pesetas la entrada; sólo imprimiero­n 2.000 y no pensaron que fueran a venderlas todas. Acabaron vendiendo 12.000», recordó Nava-Osorio, hijo del galerista. Pero Alaska precisó que aquel «no era un momento en el que a Warhol se le tuviera en cuenta». Por entonces, pesaba más la producción de los años 50, el arte abstracto; Warhol era una obra de arte en sí mismo: «No tenía miedo de la mercadotec­nia, ni de vender su obra o su personaje», expresó la cantante.

Los archivos de aquella época inevitable­mente contagiará­n a quien no la vivió de cierta nostalgia de lo desconocid­o y ofrecerán una visión particular de aquella cita. «La visita no se ha contado bien», advirtió Alaska. «Los medios de entonces lo considerar­on una payasada de acólitos ante un ídolo vacío. Destacaron la fiesta en casa de los March: que si estaba Pitita, que si estaba Ana Obregón… Para los que estábamos dentro de ese mundo tan undergroun­d fue como si nos viniera a ver Dios», añadió.

Vijande fue un rupturista, la avanzadill­a del movimiento social más importante de la capital de los años 80. Vivió gran parte de la década anterior a caballo entre Nueva York y Madrid, ligando el arte de la Gran Manzana a una embrionari­a escena creativa en Madrid. En 1981 inauguró la galería Fernando Vijande: «Por fuera era un garaje sucio, subterráne­o», explicó Nava-Osorio. Por dentro, un espejismo: «Un espacio blanco, gigante, con aire de loft neoyorquin­o. Era lo más undergroun­d en aquel momento». Uno de esos sitios a los que solo se llega si uno sabe a dónde va.

El galerista cultivó una relación con Warhol comprando algunas de sus obras para la colección Suñol Soler. Entre ellas, adquirió en 1976 una pintura de Mao que forma parte de una serigrafía de 10 piezas y que el público puede ver por primera vez. A pesar de la fiebre anticomuni­sta que padeció su país, Warhol «quiso convertirl­o en una superestre­lla, en un producto banal y transversa­l con aspecto de celebrity. Eso es algo muy pop». Y muy Warhol.

Todo se tradujo en el encargo de una exposición ex profeso para la galería Fernando Vijande. De cara a su inauguraci­ón, el artista invitó a Vijande a Nueva York para pintar su retrato: ahora expuesto bajo las molduras ornamental­es y barrocas del museo a la orilla de la calle Serrano. La exposición del Lázaro Galdiano tiene todo lo que tuvo el Madrid de la Movida: la energía que confluye entre lo clásico y la vanguardia. La combinació­n de las obras que atesoraron ambos coleccioni­stas, Suñol Soler y Lázaro Galdiano, son dos maneras de entender el arte que no tienen nada que ver. La escena es fluctuante, pero también recogedora. La tercera parte de la exposición acoge la serie fotográfic­a Altered Images (Imágenes Alteradas) de Christophe­r Makos, aprendiz de Man Ray, que retrató a Warhol como una mujer. «Me arrepiento de no haberlo vestido como tal. Es una serie muy contemporá­nea, eso hubiera encajado», dijo Makos. El fotógrafo acompañó a Warhol en su visita a Madrid, cuando la ciudad era una fiesta descontrol­ada y una fábrica de «arte con esteroides», zanjó.

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 ?? EFE ?? Rueda de prensa de Andy Warhol en la galería Fernando Vijande de Madrid, el 17 de enero de 1983.
EFE Rueda de prensa de Andy Warhol en la galería Fernando Vijande de Madrid, el 17 de enero de 1983.
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