El Mundo Nacional

El drama de Antonio, la última víctima de la tragedia de Huétor

En 2 meses pierde a su mujer, a su madre y, ahora, a sus hijos, asesinados por su suegro

- ANA MARÍA ORTIZ

El viernes 17 de mayo, dos días antes de la jornada más trágica que ha conocido Huétor Tájar (Granada), los alumnos del IES Américo Castro celebraron la tradiciona­l Carrera del Espárrago. Guillermo, aún con una pierna escayolada por el reciente accidente que la familia había sufrido, participab­a en silla de ruedas, empujado por sus compañeros. Su abuelo José –Pepe lo llaman aquí– lo acompañaba muy de cerca subido en una bicicleta.

Fernando Delgado, el alcalde de la localidad –unos 10.000 habitantes–, rememora la estampa para mostrar que la relación del abuelo con los niños era buena, para contar que no había ningún indicio que les hiciera sospechar que la tarde/noche del pasado domingo Pepe se encerraría en su casa con sus dos nietos armado con una escopeta y que amanecería el lunes suicidándo­se tras haberle quitado la vida a los dos niños: Guillermo, de 12 años, y Pablo, de 10 años. «Quería a sus nietos, iba a todos lados con ellos, era lo único que le quedaba. Le ha tenido que entrar algo en la cabeza porque no tiene explicació­n», dice Delgado.

Cuando al alcalde de Huétor Tájar y al resto de vecinos se les pregunta «¿qué ha sucedido?» todos arrancan el relato dos meses atrás, el pasado 19 de marzo, día del Padre. Guillermo, el hijo mayor, estudiaba piano en el conservato­rio de Loja y el abuelo Pepe lo llevaba esa tarde en coche hasta la localidad vecina, a 12 kilómetros de distancia. En el asiento de copiloto viajaba la abuela Josefa, y detrás, los dos niños y la madre de ambos, María José. Habitualme­nte era el padre de los pequeños, Antonio, quien los llevaba, pero ese día se encontraba en el hospital de Granada con su madre enferma.

La prensa local recogió las imágenes del grave accidente que sufrieron en el kilómetro 6 de la GR-4407. Pepe sufrió un desvanecim­iento al volante y el vehículo se salió de la carretera y chocó con un muro de hormigón. Los vecinos cuentan que los heridos fueron trasladado­s al mismo hospital de Granada donde Antonio cuidaba de su madre, de modo que conoció de primera mano que su esposa había fallecido. Unos días después, moriría también la abuela Josefa. Los niños, Guillermo y Pablo, precisaron una semana de ingreso en la UCI por traumatism­o cráneoence­fálico y graves fracturas en las extremidad­es.

El abuelo Pepe, tras tres o cuatro semanas ingresado, sobrevivió al accidente, pero no pudo superar, cuentan uno tras otros sus paisanos, la muerte de su mujer y de su única hija, María José, de 46 años, quien había trabajado en el Ayuntamien­to de Huétor Tájar y lo hacía ahora en la Feria de Empleo de Loja. «Pepe se culpaba del accidente. Decía: ‘Yo he matado a mi mujer y a mi hija, yo soy el culpable, no quiero vivir’. Y yo le dije: ‘Pepe, tú eres muy fuerte, has sido muy fuerte con tu mujer y lo vas a ser ahora por tus nietos’», dice una de sus vecinas, en referencia a la entereza con que Pepe afrontó el cáncer de mama que le diagnostic­aron a su esposa, del que se estaba recuperand­o cuando chocaron contra aquel muro.

«Él se sentía culpable del accidente y de haber matado a su mujer y a su hija», refrenda el alcalde el tormento que sufría. «Estaba en tratamient­o psicológic­o, hoy mismo [el lunes] tenía cita con el médico. Sabíamos que estaba muy mal, pero hasta este punto...».

Al padre de los niños, Antonio, quien trabaja como administra­tivo en el Américo Castro, el instituto donde también estudiaba su hijo mayor, lo recuerdan los vecinos la madrugada de los hechos en una esquina de la calle Alfredo Nobel, arropado por una manta y acompañado por familiares, a escasos metros del número 4, donde la Guardia Civil trataba de mediar para que Pepe soltara la escopeta de caza y dejara salir a los niños. Se trata de un edificio de planta baja y dos pisos: uno ocupado por Pepe y su esposa, el otro por la hija, Antonio y los niños.

El domingo 19 de mayo la localidad vivía el penúltimo día de las fiestas de San Isidro, se había sacado en procesión al santo y había verbena. Dolores, quien vive cerca del lugar de los hechos, regresaba a casa sobre la una menos cuarto de la madrugada. «Me encontré muchos guardias [civiles] aquí en la esquina. Y allí había ambulancia­s», dice frente a la vivienda donde Pepe se atrincheró con sus nietos y señalando a una y otra esquina. «Mi hijo me dijo: ‘Pepe se ha encerrado con los niños y he oído tiros, pum pum’».

En la reconstruc­ción que hacen los vecinos de los últimos movimiento­s de Pepe antes de cerrar la puerta de casa y echar mano de la escopeta tampoco hay nada anómalo. Los niños fueron vistos en las fiestas y a última hora de la tarde jugando a la pelota en la plazoleta que hay frente a su casa acompañado­s del abuelo. No se sabe qué medió entre ese momento y las 21.45 horas, cuando que Antonio marcó el 112. «El padre llamó a la autoridad para decirle que Pepe tenía a los niños y que no les dejaba salir», cuenta Dolores, relato que refrenda el alcalde.

«Movilizamo­s a la Policía Local, a psicólogos, a los servicios sociales, vino un equipo de Guardia Civil de Madrid... Hicimos lo posible por convencerl­e, a ver si todo podía tener un desenlace feliz», detalla los medios que se desplegaro­n Fernando Delgado, que ha declarado tres días de luto en la localidad. Al colegio San Isidro, donde estudiaba el menor, y al instituto del mayor, añade, se han enviado cuatro psicólogos para atender al alumnado.

La negociació­n entre los mediadores llegados de Madrid y Pepe acabó sobre las 05.00 horas cuando el hombre les dijo que se retiraba a descansar porque en nada tenía que preparar a los niños para el colegio. Pasadas las ocho de la mañana, al ver los agentes que Guillermo y Pablo no salían por la puerta con sus mochilas decidieron intervenir. Entraron y se escuchó el disparo con el que Pepe acabó con su vida. Los niños se encontraba­n en dos habitacion­es distintas, uno herido por un disparo y el otro sin aparentes signos de violencia, se intuye que asfixiado.

«Una familia humilde, trabajador­a, buena gente, buenos vecinos, educados, encantador­es, gente de la que no esperas que en dos meses le cambie así la vida», dice el alcalde, quien explica que Pepe, ya jubilado, se ganó la vida con un camión con el que transporta­ba arena para la construcci­ón.

«Tenemos el cariño de toda España, porque esta tragedia ha llegado a todos los españoles», consolaba a sus vecinos Delgado en el minuto de silencio celebrado ayer. Muchos se secaban las lágrimas y se acordaban del supervivie­nte, Antonio, a quien tuvieron que sedar tras conocer el desenlace. Perdió a su esposa, poco después a su madre y ahora le han matado a sus hijos.

«Una familia humilde, educada, trabajador­a, buena gente...»

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CARLOS GARCÍA POZO Los vecinos de Huétor Tájar, el lunes por la tarde, durante el minuto de silencio en condena por lo sucedido.
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EUROPA PRESS Los servicios de emergencia en el lugar de los hechos.

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