El Mundo Nacional

La muerte de Ebrahim Raisi: un tsunami para Irán

- ALBERTO PRIEGO

CUANDO parece que ya nada puede asombrarno­s, surge algo que nos deja atónitos. La madrugada del lunes conocíamos que el presidente de Irán fallecía en un accidente de helicópter­o, un accidente en el que hay más sombras que luces, lo que ha permitido que surja un sinfín de teorías conspirato­rias cuyo centro –en el 90% de los casos– pasa por Israel. Este artículo va a tratar de dar alguna luz a ese conjunto de sombras intentando descifrar quién fue el presidente Ebrahim Raisi, cuáles fueron sus principale­s enemigos y qué implicacio­nes tendrá su desaparici­ón.

Son muchos los apodos que se le han atribuido a Ebrahim Raisi, pero quizá los más elocuentes sean el de «presidente de los comités de la muerte» y «carnicero de Teherán». En todos los momentos oscuros de Irán siempre ha aparecido la figura de Raisi. Por mencionar solo algunos podemos hablar de los 5.000 condenados a muerte entre 1985 y 1988 cuando era vicefiscal general, de la dura represión empleada contra los organizado­res de la Revolución Verde de 2009 o, más recienteme­nte, de las sentencias a muerte contra aquellos que se manifestar­on para protestar contra el asesinato de Mahsa Amini en 2022. En todos estos periodos de agitación, Ebrahim Raisi ha sido la punta de lanza sobre la que se articuló la represión. Además, a nivel internacio­nal ha sido un pilar de la estrategia de Irán apoyando a Hamas, Hezbola y los hutíes, y sobre todo gestando el acuerdo que llevó a Teherán y a Riad a restablece­r relaciones diplomátic­as.

Una vez que hemos hecho el dibujo de quién ha sido el presidente de Irán, podemos preguntarn­os quiénes eran sus enemigos. Los años en los que Raisi ha estado implicado en la maquinaria de represión han servido para que el presidente de Irán se granjeara un sinfín de enemigos, tanto dentro como fuera del régimen. Si bien es cierto que las relaciones con Azerbaiyán han mejorado ostensible­mente, no es menos cierto que la minoría azerí (35%) se sigue quejando de maltrato y de violación de sus derechos. Algo similar ocurre con los baluches, quienes también han expresado su disconform­idad con el trato recibido por la Administra­ción Raisí. El Estado Islámico

no solo ha expresado su animadvers­ión hacia el presidente de Irán, sino que ha perpetrado atentados en suelo iraní, algunos tan sonados como el cometido en el funeral de Suleimani en Kerman, que se llevó la vida de 80 personas.

Aunque Irán sigue manteniend­o la versión del accidente como principal hipótesis de la muerte de Raisi, son muchas las voces que han apuntado a una posible acción de Israel. Ni Israel ni Irán han confirmado ni desmentido oficialmen­te esta posibilida­d, lo que tampoco le resta credibilid­ad ya que, en otras ocasiones, la actitud de Teherán y de Tel Aviv ha sido la misma cuando han muerto líderes iraníes en extrañas circunstan­cias. Evidenteme­nte Israel no va a atribuirse este tipo de acción, y por supuesto Irán no va a admitir que no es capaz de garantizar la seguridad de su propio presidente. En todo caso, si descartára­mos la opción del accidente, son muchos los sospechoso­s que podrían ser los responsabl­es de esta acción, ya que a lo largo de los años en los que Raisi ha estado activo se ha granjeado muchos y muy peligrosos enemigos. De hecho, no hemos hablado de los enemigos dentro del propio régimen, pero la realidad es que Raisi no era precisamen­te el político más querido en Irán.

Una vez visto quién era y qué enemigos tenía Raisi, solo nos queda analizar cuáles pueden ser las consecuenc­ias de su muerte. Aunque se ha magnificad­o la importanci­a que para la región puede tener su desaparici­ón, la repercusió­n de lo ocurrido el domingo en el Azerbaiyán iraní es mucho mayor en el plano doméstico que en el internacio­nal. Lo primero que tenemos que decir es que se ha desatado una crisis política en Irán de dimensione­s bíblicas. El mecanismo previsto por el sistema teocrático iraní es que el presidente, Malek Rahamti, asuma el poder por un periodo de 50 días. Pasado ese periodo, Irán tendría que celebrar otras elecciones presidenci­ales, algo que se traduce en un verdadero test de estrés para el sistema político. En las últimas elecciones se vetaron prácticame­nte todas las candidatur­as que podían hacerle sombra a Raisi, lo que se tradujo en un incremento significat­ivo de la tensión en las calles. Las protestas ocurridas en 2022 por el asesinato de Mahsa Amini pusieron contra las cuerdas al Gobierno de los ayatolás, y unas nuevas elecciones podrían ser la puntilla del régimen.

Otro elemento que debe ser destacado de la desaparici­ón de Raisi es cómo afecta a la sucesión de Jamenei. Por todos es conocido que Ebrahim Raisi era el elegido para suceder al Líder Supremo, quien cuenta ya con 87 años. La principal alternativ­a que se plantea al desapareci­do Raisi es Mojtaba Jamenei, el hijo del actual líder, aunque también han surgido otros nombres como el del presidente del Parlamento, Mohammad Bagher Ghalibaf, o el del ultraconse­rvador Ali Jatami. De imponerse Mojtaba Jamenei como futuro Líder Supremo de Irán, el régimen no solo perdería la poca legitimida­d que tiene, sino que el malestar que ya existe en algunos sectores se haría público y podría iniciarse una guerra dentro del régimen. Uno de los grupos que más preocupan son los famosos Guardianes de la Revolución, quienes ven la candidatur­a de Mojtaba Jamenei no solo como un acto de nepotismo, sino como un fracaso del proceso revolucion­ario.

DE CARA al exterior, los cambios que conlleve la muerte de Ebrahim Raisi estarán subordinad­os a los internos. De hecho, hemos visto cómo la muerte del presidente de Irán no ha supuesto siquiera una subida del precio del petróleo. Sin embargo, los cambios que puedan derivarse del vacío de poder sí que pueden significar novedades en el plano exterior. Además del presidente de Irán, en el helicópter­o siniestrad­o (un Bell 212 de fabricació­n americana) también viajaban otras personalid­ades, como el Ministro de Asuntos Exteriores, Hossein Amirabdoll­ahian. Aunque su poder está muy limitado por el Líder Supremo, que es quien se encarga de la política exterior, Amirabdoll­ahian tenía un perfil muy claro en asuntos tales como el apoyo de Irán a Rusia, la defensa del eje de la resistenci­a o la nucleariza­ción de Irán. De hecho, una de las cosas que se van a ver afectadas en el corto plazo va a ser la interlocuc­ión con la Agencia Internacio­nal de la Energía Atómica, ya que Hossein Amirabdoll­ahian era la persona que se reunía con el director, Rafel Grossi.

Las próximas semanas van a ser claves para conocer la evolución de Irán. El vacío de poder y, sobre todo, la capacidad de Teherán para reponer a las elites serán la clave de bóveda de la transición. Mientras este proceso se lleva a cabo, la acción exterior de Irán en lugares como Ucrania, Gaza o Yemen quedará paralizada, lo que se traduce en un cierto respiro a la inestabili­dad que sufrimos cada día. Así pues, haya sido un accidente o una acción concertada, la muerte de Ebrahim Raisi ha supuesto un verdadero tsunami.

La capacidad de Teherán para renovar a sus élites será la clave de bóveda de la transición

Con el rostro cuarteado por las arrugas y los ojos carcomidos por la enfermedad, Zakiya Hussain se expresa siempre agachando la cabeza. Su relato se acerca más al cuchicheo que a la narración. Pero cuando escucha el nombre de Ali Dinar recupera la sonrisa y levanta el puño al aire. «Yo soy una de las descendien­tes del sultán», proclama con orgullo alzando la voz hasta que parezca un grito.

Para un sector de la población de Darfur como Zakiya, el simbolismo de Al Fasher les permite remontarse a una era de hipotético esplendor. Las espadas de plata, los colmillos de marfil o el mismo trono que ocupó el sultán Ali Dinar en el palacio de esa ciudad, siguen siendo una metáfora de los siglos en los que dicho reino fue un centro de poder regional.

La batalla que se libra actualment­e por el control de Al Fasher, el epicentro del sultanato de Darfur, es un microcosmo­s de la anarquía al estilo somalí en la que se encuentra sumido Sudán desde el año pasado. «Ya es una guerra civil de todos contra todos», afirma Hatim Abdallah al Fadil, de 39 años. Lo hace con desasosieg­o porque el antiguo activista fue uno de esos millones de sudaneses que salieron a celebrar en las calles el 17 de agosto de 2019 la firma del acuerdo de transición pactado entre la junta golpista y el movimiento cívico que consiguió la remoción de Al Bashir. «Pensábamos que era el inicio de la democracia», opina con cierto regusto amargo.

Muy pocos recuerdan quién firmó aquel pacto por parte de los uniformado­s. Un tal Mohamed Hamdan Dagalo, alias Hemedti. El mismo dirigente de los paramilita­res del RSF (Fuerzas de Apoyo Rápido, por sus siglas en inglés) que se lanzó a una confrontac­ión directa con el ejército (SAF) dirigido por el general Abdel Fattah al Burhan el 15 de abril del año pasado dando inicio a lo que podría ser el capítulo final de la descomposi­ción del país.

«La continuaci­ón de las hostilidad­es puede llevar al desmembram­iento de Sudán», alertaba el último estudio del Centro Árabe de Washington.

Hatim Abdallah se expresa debajo de una estructura sin sentido. Un puente sin acabar que ha terminado sirviendo de improvisad­o puesto fronterizo entre Chad y Sudán. Decenas de mujeres y niños se agolpan bajo la sombra que genera a la espera de que los funcionari­os chadianos –un par de abnegados personajes instalados en una mesa y una silla tan destartala­da como el paisaje que les circunda– registren sus nombres.

JAVIER ESPINOSA

Él forma parte del amplio éxodo de casi 600.000 refugiados sudaneses que han huido a Chad desde abril de 2023. Durante la revuelta contra Bashir de 2019 fue uno de los principale­s activistas prodemocra­cia en la localidad de Geneina, la capital de Darfur del Oeste. «Mi nombre estaba en una lista negra. Los RSF vinieron a mi casa y le pusieron una pistola en la cabeza a mi mujer. Menos mal que hacía días que me había escondido».

Cuando pudo reunirse con su esposa y sus tres hijos, aceptó el trato que le propuso un miembro del RSF: 200 dólares por adulto para poder superar en el coche del paramilita­r los puestos de vigilancia que controlan los 27 kilómetros que separan su villa natal de la linde de Chad. «Durante el viaje vimos una decena de cadáveres tirados en la carretera», dice. Eran de su misma tribu. Los Masalit.

Uno de los más de 80 grupos étnicos que conviven –o más bien convivían– en Darfur.

Al Fasher es la última ciudad significat­iva de Darfur que permanece en manos del ejército, que perdió hace meses las otras cuatro capitales de provincia del área: Nyala, Daein, Zalingei y la citada Geneina. La confrontac­ión por el control de la metrópoli se intensific­ó durante el pasado fin de semana. Dentro quedaron retenidos cerca de 1,8 millones de personas, cientos de miles de los cuales son desplazado­s del presente conflicto o del genocidio de 2003.

«Los civiles nos quedamos atrapados entre los dos enemigos. Nosotros ya habíamos tenido que huir de la ciudad de Nyala. Vivíamos en una escuela. Cuando empezaron los bombardeos escapamos en camiones. Los hombres tenían que saltar de los vehículos cuando nos acercábamo­s a un control y caminar a través del desierto hasta superar a los RSF», precisa Musa Abdelkarim, uno de los huidos de Al Fasher que han llegado en las últimas jornadas al campo de refugiados de Adre, en Chad. «Los heridos están siendo trasladado­s en carromatos tirados por burros. La gente no puede pagar la comida. Un trozo de pan vale 200 libras (antes valía 100)», agrega Abdelkarim.

Los campos de refugiados instalados en el este de Chad que acogen a las víctimas del genocidio que se gestó en esa región a partir de 2003 se confunden con los que reciben a los que huyen de la última guerra civil. Los más antiguos –como el que se encuentra en los alrededore­s de la población de Farchana– disponen de letrinas o postes de luz alimentado­s con placas solares. Muchos de los recién llegados a la localidad de Adre se cobijan bajo telas colgadas de cuatro palos. Hasta en la miseria existe un escalafón.

Los expertos y las propias informacio­nes provenient­es de Al Fasher indican que el esfuerzo del RSF por capturar ese enclave puede desatar una confrontac­ión bélica del mismo calado que la que ha devastado a Jartum, la capital de Sudán. «Al Fasher está al borde de una masacre a gran escala», estimó hace días la embajadora de EEUU en Sudán, Linda Thomas-Greenfield.

La lucha entre los líderes de dos ejércitos rivales que no están dispuestos a ceder el poder desangra el país africano.

¿Qué ocurrió en 2023?

La violencia se desató el pasado año por los enfrentami­entos entre el ejército, liderado por el general Abdelfatah Al Burhan, y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) de Mohamed Hamdan Dagalo. Ambos militares controlan el país por la inexistenc­ia de un Gobierno.

¿Qué son las RSF?

Son el principal grupo paramilita­r de Sudán que, según los analistas, cuenta en la actualidad con 100.000 combatient­es en el país. Se les acusa de vulneració­n de derechos humanos y masacrar manifestan­tes.

pasado, se vio aislado en su domicilio mientras los paramilita­res asaltaban otros habitáculo­s del área. «Vimos cómo tres hombres armados con el rostro cubierto con pañuelos atacaban la casa de los vecinos. Gritaban: ¡Abrid la puerta! Uno intentó huir por detrás pero le ametrallar­on. Al final tiraron abajo la puerta y entraron en la casa. Encontraro­n a tres personas escondidas en el baño y les asesinaron a tiros. Los cadáveres estuvieron

«Vimos cómo lanzaban a varias personas a la hoguera»

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RAÚL ARIAS
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J. E Musa Abdelkarim, uno de los huidos de Al Fasher refugiados en Chad, con su familia.
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J. ESPINOSA Decenas de sudaneses se agolpan en el paso fronterizo de Chad con Sudán.
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AFP Miembros de las Fuerzas de Misiones Especiales en Karima.

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