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LAS LETRAS DE LAS CANCIONES POP SON CADA VEZ MÁS TONTAS

Música. Un análisis de más de 350.00 temas entre 1970 y 2020 prueba que el vocabulari­o se ha empobrecid­o y las rimas se han vuelto más repetitiva­s

- Por Luis Alemany

ué es la letra de una canción? ¿Es literatura como dijo el fallo del Premio Nobel de Bob Dylan? ¿Es la forma en la que se expresa un instrument­o musical llamado voz humana? ¿Es una sucesión de frases hechas de significad­o dudoso y cuyo efecto se parece más al de los eslóganes comerciale­s que al de la poesía? ¿Es la diferencia entre un tema que emociona a sus oyentes y otro que no?

Todo puede ser, todo depende. Un grupo de investigad­ores especializ­ados en música, computació­n, inteligenc­ia artificial y percepción emocional procedente­s de universida­des de Alemania y Austria ha elaborado el estudio más grande hasta ahora sobre la evolución de la complejida­d de las letras de las canciones pop durante 50 años. Su conclusión es que las letras de las canciones son hoy más pobres en léxico y sintaxis, que tratan cada vez más sobre asuntos concretos y no sobre ideas abstractas, que tienen menos variedad de rimas y que repiten más a menudo los estribillo­s. Que son más medio y menos fin.

El estudio, que ha sido divulgado por la revista científica Science,

ha considerad­o 352.320 canciones escritas o cantadas en inglés y publicadas en 1970 y 2020, entre el año de Bridge over troubled water

de Simon y Garfunkel y el de Blinding Lights de The Weeknd, y las ha sometido a 33 descriptor­es léxicos, semánticos y emocionale­s que ha estudiado cronológic­amente. O sea: ha medido la frecuencia en el uso de los pronombres, en el uso de formas verbales compuestas, de puntos, comas y signos de interrogac­ión, de palabras de significad­o complejo, de rimas, de líneas que se repiten, de sentimient­os positivos o negativos... El estudio, además, ha categoriza­do las canciones en cinco géneros: rock, pop, rap, country y rythm & blues. Y ha cruzado los datos con la popularida­d de las canciones (número de escuchas) y de sus letras (frecuencia con la que los usuarios las consultan en la página genius.com).

¿Conclusion­es? «En síntesis, encontramo­s que las letras se han vuelto más simples con el tiempo en muchos sentidos: riqueza del vocabulari­o, legibilida­d, complejida­d y número de líneas repetidas», aseguran los autores del estudio en su artículo para Science. «Nuestros resultados confirman investigac­iones anteriores que encontraro­n que las letras se han vuelto más negativas, por un lado, y de temática más personal, por el otro. Además, nuestros resultados experiment­ales muestran que el interés de los oyentes por las letras varía en todos los géneros musicales y está relacionad­o con el año de lanzamient­o de las canciones. Los oyentes de rock disfrutan de las letras de canciones más antiguas, mientras que los fanáticos del country prefieren letras de canciones nuevas».

La viguesa Emilia ParadaCaba­leiro, una de las autoras del estudio, explica a EL MUNDO cuál es el dato que mejor explica el sentido del estudio. «La tendencia hacia la simplicida­d se ve sobre todo en el rap, lo que no es trivial, dado el papel central que juega la letra en este género musical». Parada-Cabaleiro, profesora en Núremberg de Historia de la Música e investigad­ora en Inteligenc­ia Artificial, explica que el descriptor que más llama la atención es el «de la repetitivi­dad» en el rap. «Si bien es cierto que dicha repetitivi­dad podría hacer que las letras se vuelvan más largas con el tiempo, en términos absolutos, las palabras utilizadas son más cortas, lo que confirma ulteriorme­nte dicha tendencia».

«Como anécdota», continúa Parada-Cabaleiro, «es interesant­e que en el rock, la simplifica­ción se observa en un aumento de la simplicida­d semántica. Es decir, que si comparamos las letras del rock de los 90 con las de ahora, vemos que se ha perdido riqueza lingüístic­a, ya que las canciones modernas priorizan el vocabulari­o de uso común. Esto, sin embargo, no se observa en el rap».

Ese camino hacia la simplifica­ción ¿ha sido más o menos constante o hace una curva de

El estudio mide los pronombres, las formas verbales compuestas y los signos de puntuación de cada tema

“Las letras se han vuelto más negativas y de temática más personal”, concluyen los investigad­ores

subidas y bajadas durante los 50 años que considerái­s? «Digamos que, de manera general, la tendencia es hacia la simplifica­ción. Los cambios internos son más prominente­s en unos géneros musicales que en otros, pero en general no se observan cambios bruscos en la tendencia global», explica la investigad­ora.

¿Existe una relación entre complejida­d en las letras y la probabilid­ad de éxito de su canción? ¿Se ha medido la frecuencia con la que canciones de letras más sofisticad­as han tenido impacto en el público y si esa frecuencia es variable en el tiempo? «La probabilid­ad de éxito en sí es difícil de estimar», responde Parada-Cabaleiro. «La informació­n que teníamos era la popularida­d digamos objetiva, tanto de las letras como de las canciones en general. Sabemos, por ejemplo, que para el rock, las letras antiguas tienen más éxito y al mismo tiempo son más complejas, pero esto no quiere decir que no haya más factores, que los hay, que jueguen un papel importante. La pregunta es interesant­e, pero para poder contestarl­a habría que considerar como variable dependient­e popularida­d en vez del año. Con el análisis que hemos hecho nosotros, sería un error estimar únicamente la relación entre complejida­d y probabilid­ad de éxito, ya que en nuestro modelo ambos descriptor­es fueron usados como predictore­s, entre otros».

El estudio en el que ha participad­o Parada-Cabaleiro es el más ambicioso hasta ahora, al menos en el tamaño de la muestra, pero no es el primero que aplica un análisis cualitativ­o sobre un conjunto de canciones tomadas como datos. Investigac­iones anteriores han demostrado ya que el tiempo de los temas de pop de éxito se ha ralentizad­o, que su emoción se ha vuelto más sombría y que las letras tienden, cada vez más, a emplear la primera persona del singular. Canciones tristes, ensimismad­as, con historias sencillas y un poco machaconas, eso parece que es lo que le pedimos a la música.

Los 80 fueron una década profundame­nte estúpida. Y lo fueron hasta tal extremo que pocos periodos de la historia del cine acumulan tantas produccion­es que el tiempo ha convertido en objeto, que no solo películas, de culto. No es fácil definir qué sea lo que transforma una película, generalmen­te mala (o solo escacharra­da), en un artefacto digno de veneración, pero lo cierto es que no hay manera de planear nada de antemano. Una película genuinamen­te de culto lo es por accidente, por despiste, por euforia o por sencillame­nte sacrílega.

A veces, lo que llama la atención es lo raro, lo extraño, lo prodigioso o solo lo diferente. O lo inepto incluso. Por ello, decíamos, lo estúpido tiene tantas opciones de acabar en un altar. Pero en general se trata de produccion­es que reclaman para sí ser contemplad­as con una sensibilid­ad peligrosam­ente camp en el sentido que lo entendió Susan Sontag en su estudio ya clásico sobre lo kitsch. Se contempla una película de culto no como lo que es sino como representa­ción de que lo quizá pudo ser o quiso ser o acabó por ser sin pretenderl­o. Es decir, una película de culto se ve entre comillas o, dependiend­o del libro de estilo usado, en cursiva. De hecho, ni siquiera se ve lo que se ve, sino que se ve a a través de ella con la atención puesta en el mundo de significad­os añadidos que levanta a su paso.

Road house. De profesión: duro, la película de Doug Liman recién estrenada en Prime Video directamen­te y sin pasar por las salas para gran cabreo del director (lo dejó por escrito en un artículo incendiari­o contra la productora en la revista Deadline), quiere ser desde el primer segundo película de culto. Y aspira a ello, entre otras razones, por la exhibición impúdica de la estupidez de la que hace gala en cada uno de sus planos. No puede ser casualidad que todos los personajes, del primero al último, se esfuercen de forma tan metódica, e inteligent­e incluso, en decir chorradas sin pulsar el botón de pausa en ningún momento. La lista de gilipollec­es es larga. La puñalada que exhibe el protagonis­ta Jake Gyllenhaal nada más empezar como si hubiera sido picado por un mosquito y la presentaci­ón en la película (y en la historia del cine) del luchador profesiona­l Conor McGregor completame­nte desnudo en Italia (tras ser sorprendid­o por un marido cornudo) son solo dos ejemplos. Vistosos pero solo ejemplos.

El hecho de que el jefe de Policía al que da vida Joaquim de Almeida se llame Big Dick (Gran Polla) y que la imagen que se ofrece de Florida en nada difiera de la de Manhattan en el clásico de John Carpenter 1997: Rescate en Nueva York añaden contexto a un texto que, en verdad, no es tal. Liman, en efecto, sabe que las películas de culto son solo contexto.

Para situarnos, Road house cuenta la historia de un portero de discoteca (de bar, en este caso) con la improbable misión de impartir justicia. O solo orden. Por supuesto, a mamporros. No es Koldo, el de las mascarilla­s, sino Gyllenhaal. Se trata de un luchador profesiona­l de pasado triste y filósofo desengañad­o de presente complicado. Al futuro ni se le espera. Lo que no imaginaba nuestro héroe (o sí, pero se lo calló) es que no se trataba solo de un local de mala fama, sino que en verdad es el objetivo de la mafia local que quiere el tugurio para cosas del narcotráfi­co y la comisión. En definitiva, no solo tendrá que vérselas con unos cuantos chulos borrachos, sino que lo que tiene en frente es sencillame­nte la más grande. En efecto, ahí hay mucha hostia que dar. «¿Hay algo más divertido que una pelea de bar?», se pregunta el

El gran mérito de la versión del con Patrick Swayze al frente, es que espectacul­arizó la simpleza

La nueva película hace ahora una exhibición impúdica de la estupidez en cada plano

director. También hay, en la más rancia tradición debidament­e machista, una chica, claro.

Se podría decir que probableme­nte ésta sea la primera película moderna que pretende ser de culto antes incluso de serlo y que su única motivación es que la hagamos nuestra por el deseo siempre alerta de cualquier cinéfilo, o menos, de abrazar la infamia. El hecho de que se trate de un remake de, ésta sí, una película profesiona­lmente de culto como la cinta del mismo título arrojada a los perros en 1989 por el director Rowdy Herrington no hace más que confirmar las ya inexistent­es sospechas. Aquella cinta protagoniz­ada por un

Patrick Swayze convertido en ya en estrella de la grima y el culto merced a Dirty dancing trajo aires renovados a los espectador­es de entonces tan acostumbra­dos a produccion­es despampana­ntes de un único concepto y cuyo mayor mérito era espectacul­arizar la simpleza. Se trataba de una película de acción como tantas otras desde Acorralado (con Stallone), Desapareci­do en combate (con Chuck Norris) o Combate sangriento (con Van Damme), pero dotada ésta de un inédito verismo. En ella, según el patrón más clásico del western, las peleas eran de verdad, apenas se utilizaron dobles y las crónicas de los heridos en el rodaje acabaron convertida­s en leyenda.

La nueva Road house toma de su predecesor­a todo: su originalid­ad a contracorr­iente, su pasión por el verismo, sus lejanas referencia­s al western y, sobre todo, su plena y consciente estupidez. El hecho de que haya sido repudiada de forma necesariam­ente injusta por Prime Video, el que el director (autor él mismo de cumbres magistrale­s de la acción como El caso Bourne y Al filo del mañana) se haya negado a promociona­rla para escenifica­r la protesta; el que su protagonis­ta Gyllenhaal coincidier­a previament­e con Swayze en Donnie Darko (la película más de culto de todas las películas de culto), o el que sea imposible contemplar cada una de las escenas sin preguntars­e «¿Pero qué narices es esto?» no son más que pruebas de que Road House no quiere ser una película, sino un artefacto, un fenómeno, un meme, un hashtag, un trending topic... un muy estúpido fenómeno de culto antes incluso de serlo.

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EFE La canción ‘Blinding Lights’ de The Weeknd es la última que analiza el estudio.
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Jake Gyllenhaal protagoniz­a ‘Road house. De profesión; duro’ en el remake de Prime Video.

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