El ‘poli bueno’ que salva a las gallinas trimilenarias de Cádiz

La huella viva más antigua de la civilización fenicia en Occidente no está en ningún museo arqueológico. Ni en ningún yacimiento. La huella viva más antigua dejada por los fenicios en estas tierras está en El Chozo, la finca donde Mariano Sánchez vive a las afueras de Medina Sidonia (Cádiz). Y este buen policía local retirado es su salvador y su custodio, pues en las 10.000 hectáreas donde las cría se conserva, y no en un tubo de ensayo sino en libertad, ADN de más de 3.000 años, el de las gallinas y los gallos que desembarcaron con los fenicios cuando se establecieron en la Península. Tienen 14 variedades de plumaje

Ha llegado a tener hasta 300 ejemplares directamente emparentados con los que llegaron en el siglo XII a. C. en los barcos fenicios. Un legado que corrió el riesgo de desaparecer a finales del siglo XX y que pervive hoy gracias a este poli bueno y a un puñado de obstinados que se negaron a que desapareciera una parte del patrimonio andaluz y español.

A las tataratataratataranietas de las gallinas fenicias, y a los gallos, se les llama ahora gallinas, y gallos, sureños, que tienen poco que ver con las gallinas y gallos que fueron introducidos posteriormente para industrializar la cría y la puesta de huevos. En aspecto y en conducta, la gallina sureña, que en siglo XVI se conocía como gallipavo, es única y, por eso, Mariano y el resto de salvadores agrupados en la Federación Andaluza de Criadores de Gallina Sureña están empeñados en que sea reconocida como raza autóctona española.

A poco más de media hora en coche de El Chozo, en Puerto Real, hay documentados restos de gallinas con más de 2.700 años de antigüedad. Los encontraron en el yacimiento de Castillo de Doña Blanca y son, junto a los que se hallaron también en Toscanos (Málaga), los más antiguos de Occidente, además de la prueba científica irrefutable de que la gallina fenicia campeó y puso huevos aquí.

Mariano, mientras termina de recoger en la caseta municipal donde se ha celebrado (del 15 al 17) la octava Exposición Avícola de Medina Sidonia, cuenta a Crónica que su rescate de estas gallinas fue más producto del azar que de otra cosa. Estando de servicio, en un incendio en el campo, un bombero de Alcalá de los Gazules le habló de la gallina sureña. Tanto le picó (la curiosidad, no la gallina) que fue a visitar su corral y se vino con gallinas y un gallo regalado.

Eso fue hace unos 20 años y desde hace cuatro, tras colgar el uniforme y jubilarse, la batalla por el reconocimiento de la sureña como raza autóctona se ha convertido para él en una suerte de misión vital. Con la ayuda y la complicidad, destaca, de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Córdoba, de su grupo de investigación en recursos genéticos animales, así como de los técnicos del Centro Agropecuario de la Diputación de Córdoba.

«Es muy rústica y se adapta muy bien al medio, vive asilvestrada, necesitan espacio», detalla. Aunque hay más. La sureña no necesita, ni quiere, comer grano, «se busca la vida» y se alimenta de lombrices, gusanos o hierba y no duerme bajo techo, qué va. Lo hace subida a olivos, granados o morales «haga frío, calor o viento» y su resistencia a las enfermedades es muy superior. Una súper raza.

Tan única es la gallina sureña que hasta Miguel de Cervantes la inmortalizó en El Quijote, conocida por entonces como gallipavo: «Y aún si va a decir verdad mucho mejor me sabe lo que como en mi rincón sin melindres ni respetos, aunque sea pan y cebollas, que los gallipavos de otras mesas donde me sea forzoso mascar despacio».

Sólo falta que, cinco siglos después, quede inmortalizada en otro libro, el catálogo de razas autóctonas españolas.*

Mariano Sánchez llegó a tener 300 gallos y gallinas sureñas en El Chozo y batalla ahora por el reconocimiento oficial de la raza.