El Mundo Primera Edición - Weekend
Terrible Ellie, la chica que fingió ser violada (y se golpeó a sí misma con un martillo)
Eleanor Williams colgó en las redes las fotos de lo que parecía una agresión brutal: el ojo derecho hinchado y amoratado, un dedo literalmente machacado y cortes múltiples en la cara, las piernas y el abdomen. Acusó directamente a tres hombres —uno de ellos de origen asiático— de haberla violado a punta de cuchillo. Su caso provocó una ola de 150 delitos de odio en su propia ciudad, Barrow-in-furness, en el norte de Inglaterra. La extrema derecha explotó la historia, se lanzó una campaña en las redes y cientos de vecinos se lanzaron a las calles pidiendo «Justicia para Ellie»...
Ahora resulta que todo era mentira. Que Ellie compró en realidad un martillo en un supermercado Tesco y que lo utilizó para golpearse en el ojo y causarse ella misma las aparatosas heridas. Que eligió aleatoriamente como «agresores» a tres hombres a los que apenas conocía. Que los tres acabaron injustamente en la cárcel e intentaron suicidarse. Que todas las pruebas habían sido fabricadas, desde mayo del 2020, por razones que la propia víctima ha sido incapaz de explicar.
Eleanor Williams, de 22 años, ha sido condenada esta semana a ocho años y medio de cárcel por «pervertir el curso del justicia». Su caso ha creado una conmoción en el Reino Unido, donde apenas el 1% de las denuncias por violación acaban en condenas a los culpables. Las auténticas víctimas de abusos sexuales temen que el revuelo causado por las «fantasías» de Ellie dejen en una posición aún más vulnerable a las mujeres británicas.
«Toda su historia ha sido una completa ficción y sin embargo la acusada no ha mostrado un mínimo remordimiento», recalcó el juez Robert Altham en el momento de dictar sentencia. «El caso es que fue extremadamente lejos para crear sus falsas acusaciones, incluido el causarse heridas considerables a sí misma o mandar a gente inocente a la cárcel. Y sin embargo seguimos sin tener una explicación de por qué lo hizo».
Durante la investigación, una patóloga forense llegó a la conclusión de que las sangrantes heridas que Ellie colgó en su cuenta de Facebook habían sido «autoinfligidas», usando sobre todo el martillo que ella misma había comprado días antes en el supermercado.
La psiquiatra forense Lucy Bacon, que la ha estado tratando desde el 2019, aseguró que Ellie tiene todos los síntomas de estrés post-traumático —de los pensamientos suicidas a la drogodependencia— posiblemente por algún en episodio en su infancia. El también psiquiatra Martin Lock admitió sin embargo que se sentía incapaz de diagnosticar a la acusada por su decisión de cerrarse mentalmente en banda mientras estaba en prisión preventiva.
Una amiga suya, identificada con el nombre de «Chloe», advirtió que el comportamiento errático de Ellie se remonta a sus años en la escuela y aseguró estar convencida de que se inventó la historia de la violación para distraer la atención por las deudas contraídas por su adicción a la cocaína y a la marihuana. El policía Doug Marshall reconoció que es probable que Ellie sea efectivamente «víctima de algo», y que posiblemente había sido usada como «mula» en el tráfico de drogas.
La clave podría tenerla la madre, Alison Johnson, de 51 años, que dimitió como concejala del Partido Laborista cuando la policía decidió incriminar a su hija, la mayor de tres hermanos. Johnson ha terminado de complicar aún más el caso defendiendo a toda costa a Ellie y asegurando que parte de sus acusaciones pueden ser verdaderas, empezando por el hecho de haber sido víctima de explotación por parte de una
La policía empezó a sospechar del relato de Ellie al descubrir que usaba simultáneamente seis teléfonos móviles y que los había utilizado para abrir cuentas falsas, como la creada bajo el nombre de Jordan Tengrove, uno de los tres acusados de haberla violado. Tengrove pasó 73 días en la cárcel e intentó quitarse la vida. Y todo por haber conocido una noche a Ellie en un club nocturno junto a un grupo de amigos y no haberla vuelto a ver desde entonces.
El tercer acusado, Oliver Gardner, tuvo aún peor suerte: su delito consistió en haberle pedido fuego a Ellie en una ocasión para encender un pitillo. Se desconoce cómo y por qué le eligió precisamente a él, aunque todo su afán desde el inicio fue arremeter contra «los malvados y listos hombres asiáticos» que supuestamente llevaban años explotándola.
El fundador de la ultraderechista Liga de Defensa Inglesa, Tommy Robinson, se dejó caer por Barrow para «investigar» por su cuenta e instigar el odio racial. Las pintadas de «violadores» persiguieron por doquier a los tres acusados. Cientos de simpatizantes aportaron hasta 20.000 libras (23.000 euros) a la campaña Justice for Ellie, que llegó a tener como mascota un elefante morado...
En una carta dirigida en última instancia al juez, la propia Ellie daba al final tímidas señales de arrepentimiento pero sin llegar a reconocer que todo fue una fantasía: «He cometido errores, lo siento. Sé que no tengo excusa, pero era joven y estaba confusa. No estoy diciendo que sea culpable, pero he causado males a algunos y estoy devastada por el daño que he ocasionado en Barrow. Si hubiera sabido las consecuencias, nunca habría colgado esas fotos en las redes».
“El caso es que fue extremadamente lejos para crear sus falsas acusaciones. Y sin embargo, seguimos sin saber por qué lo hizo“, dice el juez
Pocas personas pueden presumir de ser tan patriota como Raúl Rodríguez. Cuando supo que EEUU entraba en guerra con Irak en verano de 1990 corrió a alistarse a la Marina. Cuando terminó de servir al ejército, cinco años después, comenzó el entrenamiento para hacerse agente fronterizo, su sueño desde que era pequeño. Durante sus 18 años y 11 meses vestido de uniforme de la Agencia de Aduanas y Protección Fronteriza de EEUU (CBP, por sus siglas en inglés), ayudó a deportar a miles de personas. Hasta 10 casos diarios pasaban por su escritorio de Mcallen, en Texas, junto al puente fronterizo del paso hacia México. Hacía su trabajo con un fuerte sentido del deber y con todo el orgullo del mundo. «Sentía que debía dar el máximo por mi país», dice a Crónica en una entrevista telefónica.
Hasta que un día de 2018 su vida dio un giro radical. Decidido a ayudar a su hermano
René a convertirse en ciudadano americano como él, presentó los papeles en el departamento que tan bien conocía, patrocinando su solicitud. La sorpresa: cuando le dijeron que su acta de nacimiento era falsa y que él, en realidad, había nacido en México. «Me dijeron que había estado ilegal durante todos esos años, yo que había estado deportando gente hacia México y hacia otros países durante casi toda mi vida. No lo podía creer».
Rodríguez se enteró con casi 50 años de que su padre le había mentido. «Estaba convencido de que había nacido el 14 de enero de 1969 en Brownsville, Texas. Pero no», ratifica haciendo un largo silencio después. Entonces algunas parteras falsificaban los documentos al presentarlos en la capital estatal, Austin. Rodríguez fue uno de esos casos.
Ahora tiene 54 años y no logra sacudirse la depresión de encima. «Apenas salgo de casa porque no tengo ganas de ver a nadie», confiesa derrotista. Sus compañeros del gremio, le dieron la espalda al enterarse de la noticia. Ni siquiera eran capaces de mirarle a los ojos, acompañado de su mujer, también empleada del gobierno con el Departamento de Seguridad Nacional (DHS). «Fue doloroso. Si no hubiera sido por ella, les hubiera dicho unas cuantas cosas, pero mi esposa me ha ayudado siempre a tranquilizarme».
Rodríguez perdió su trabajo y entró en proceso de deportación. «No podía hacer nada. Estaba ilegal. Durante un tiempo no tenía ni permiso de trabajo», explica, «sin documento que me respaldara» y con la única protección de su abogado. «Me decía que si me encerraban estuviera tranquilo », acostumbrado a vivir «con ese miedo permanente, esperando el chingazo, como decimos en México, porque no sabes ni por dónde te van a caer».
Tras años de procesar lo sucedido, habla de la ironía de haber participado en la deportación de miles de personas y ahora verse del otro lado. «Nunca supe lo que seguía después de deportar a estas personas, qué es lo que pasaba con ellos realmente, cuánto se batalla y cuánto se sufre», recapacita. «Yo solo los deportaba. No entendía las consecuencias. Creo que Dios me puso a ver las dos caras de la moneda para entenderlo en toda su dimensión».
Cinco años estuvo ilegal. A ojos del gobierno de EEUU, Rodríguez mintió por haber presentado un acta de nacimiento falsa, aunque no fuera responsable del delito. Hasta que su abogado dio con una jueza de la región de Dallas-forth Worth, Deanna Freedman. «Leyó el caso y no entendió por qué me pusieron en proceso de deportación». La magistrada le dijo que era una persona recta, con múltiples servicios al gobierno, incluyendo una carrera militar, y sin récord criminal alguno. «No se explicaba que tantos jueces en Texas me hubieran dado la espalda y no me hubiera ayudado».
Ahora tiene permiso de trabajo y su nombre está en la larga lista de espera para recibir el permiso de residencia. Puede tardar hasta dos años. «Tengo que esperar.». Eso pese a que su mujer y tres de sus hijos son ciudadanos estadounidenses. Cuatro tienen en total.
El agente fronterizo no oculta su resentimiento por lo que le ha pasado. «No siento bronca contra el país, sino contra el gobierno de EEUU... No es justo que me hayan tratado así después de tantos años de servicio», después de toda una vida viviendo como un ciudadano ejemplar. «Me traicionaron».
Con solo cinco años su familia le mandó a vivir a Texas. Residió en Tamaulipas con sus padres hasta que llegó el momento de mandarle al colegio del otro lado de la frontera. Rodríguez asumió que lo hacían por que no podía estudiar en México al ser ciudadano estadounidense. Al principio, los niños «gringos me insultaban». Le llamaban «espalda mojada» (término despectivo con el que se refieren a los indocumentados en EEUU)L. Pero les contestaba que era un ciudadano americano, «sin importar mi aspecto».
Quiso demostrarles que podía hacer grandes cosas por su país, como ir a la guerra. «El ir a las fuerzas armadas me hizo sentir más estadounidense», razona, dispuesto a dejarse la vida en el intento, si hacía falta.
De su paso por la Marina recuerda sus cinco misiones lejos de EEUU, tres de ellas en el Golfo Pérsico tras la invasión de Kuwait por las fuerzas iraquíes bajo el mando de Sadam Hussein. «Para mí fue un orgullo», dice.«nohaynadamásamericano que eso».
Rodríguez no está solo. La cifra de veteranos deportados en las últimas décadas es elevada. Algunas organizaciones calculan que al menos 94.000 desde que se aprobara la Reforma de Inmigración Ilegal y Responsabilidad de los Inmigrantes (IRIRA) en 1996 bajo la administración del presidente Bill Clinton, una ley calificada de racista, obsoleta e inhumana. En muchos casos, los desterrados eran soldados condecorados, algunos con historial militar que se remontaba a los tiempos de las guerras de Vietnam y Corea.
A Rodríguez le respaldaron varias organizaciones de esos veteranos en el exilio. A la causa se sumaron también miembros de la comunidad de indios americanos desde lugares como South Dakota, Nuevo Mexico y Arizona. «Me ofrecieron su casa cuando estaba a punto de que me deportaran», recuerda. «Me querían dar refugio en una reserva india».
Durante un tiempo fue víctima de la ira de las redes sociales. Le insultaban por haberse pasado la vida deportando. «Lo llaman karma».
«Nunca me he arrepentido de lo que hice porque sin saber que era mexicano sentía un gran orgullo de servir a mi país, agradecido por la oportunidad que me dio la vida», filosofa. «Desde el principio era muy diferente a mis hermanos», con un amor por las leyes y su aplicación que le hacían soñar con ser un oficial.
En esos años no solo hizo trabajo de escritorio. Participó como agente encubierto para desmantelar una operación de contrabando de menores de un cártel en Reynosa, estado de Tamaulipas, por la que recibió una medalla. Registraba además a gente en los pasos fronterizos, buscando drogas y otra clase de contrabando. Hubo épocas de jornadas de hasta 16 horas, seis días a la semana, con montañas de papeleo acumulado. Cientos de casos al mes.
Pero debajo del uniforme bullía la conciencia de quien no siempre estuvo de acuerdo con las decisiones que le obligaba a tomar su trabajo. Recuerda a un niño que estaba tratando de cruzar la frontera para donarle un órgano a su hermana, en estado crítico. No le dejaron pasar.
«Cuando deportaba a gente yo les decia: “ahí nos vemos a la próxima”,“no te preocupes, que ahí pronto pasas de nuevo”, y cosas así». No era de condenar las acciones de los indocumentados. «Siempre he entendido sus motivos. Ellos hacían lo que tenían que hacer y yo lo mío. Para mí era un trabajo, no algo personal».
Ahora vive en San Benito, un pueblo de 24.000 habitantes pegado a la frontera con Matamoros. Tiene un rancho con animales, donde vive con su mujer y a veces recibe a sus amigos del ICE, el servicio de inmigración y control de aduanas responsable de redadas y deportaciones en todo el país. Antes bromeaba con ellos, entre cervezas, para que no le fueran a detener. Ahora el peligro ha pasado. Se puede quedar en el que ha sido su país toda la vida.
«Sigo siendo un americano de corazón porque es la única realidad que conozco», indica con emoción en la voz. «Vivo aquí desde los cinco años, nunca viví en México en realidad. Supe que era estadounidense porque es lo que me dijeron mis padres». Le achaca la mentira a su padre, que dice que tomó muchas malas decisiones a lo largo de su vida. Bebía con frecuencia y le gustaba el juego, con episodios de abuso doméstico.
Por delante, el reto de recuperar su identidad tras haber tenido que entregar su placa y su pistola como agente de la ley. Confía en que le respeten su pensión tras más de 30 años cotizando, y encontrar trabajo una vez que le aprueben la green card (permiso de residencia). Ahora más que nunca forma parte de esa diáspora de inmigrantes que vino a EEUU en busca de un futuro mejor, del sueño americano.
«Pueden poner muros, como quería Trump, o un ejército de guardias nacionales, o lo que quieran, porque nada va a funcionar. Los inmigrantes seguirán llegando porque hay hambre y necesidad. Nadie puede detenerlos. Ahora lo sé mejor que nunca».