El Mundo Primera Edición - Weekend
Vuela un avioncito de papel por el aula
(Imaginando) Se le pide al alumno que describa en un texto, y con detalle, a la persona que está posando para él. A otro alumno se le encarga que saque una fotografía del modelo. A un tercero se le pide luego que lea el texto con cuidado y genere la correspondiente imagen mental. Una vez fijada en su cabeza se le muestra la fotografía. Fácilmente pueden imaginarse los resultados de la comparación entre la imagen mental y la fotográfica y cuál de las dos representaciones resulta más cercana a la realidad. El ejercicio es útil para enseñar a los aprendices de escritores que el dominio de lo literario se extiende por dentro y no por fuera. Pero también para reflexionar en onda popperiana que cuando una habilidad adquiere semejante perfección en la representación de lo real la adquiere también de inmediato para falsificarla.
La historia de la fotografía es una sucesión de maravillas vinculadas a la representación del mundo pero también una sucesión de farsas. No solo nacidas de fotomontajes más o menos toscos, sino de maniobras a veces muy bellas y sofisticadas: la célebre farsa, por ejemplo, del beso de Robert Doisneau (aquel París, aquellos amantes, aquel arquetipo... aquel par de simuladores) es inconcebible sin la confianza religiosa que el espectador ha puesto en la veracidad del objeto fotográfico. Han hecho falta muchas lecciones, desde el propio Doisneau hasta Robert Capa, pasando por tantos y tantos secundarios, para que el espectador de nuestros siglos haya aprendido a interrogarse no ya solo sobre el qué de la fotografía sino también sobre el cómo; y haya desarrollado un higiénico escepticismo sobre lo que aparece fuera del encuadre y en qué medida esa materia oscura confirma, matiza o desmiente lo que está dentro.
La irrupción digital ha multiplicado las posibilidades de reproducción de lo real de la manera que cualquiera comprende. El mundo es hoy una fotografía continua del mundo. Desde el venerable Photoshop hasta la joven, arrogante y torpe Inteligencia Artificial (yo prefiero Inteligencia Creada, pero qué le importará a nadie lo que yo prefiera) la detección del original es una empresa que ha ido haciéndose cada vez más complicada. La IA no solo falsifica. En abril escribí sobre The Electrician, la fotografía de Boris Eldagsen de dos mujeres que no existen. Nunca había ocurrido. La literatura y la pintura imaginan desde su primer día. Lo que ha hecho siempre un novelista con sus personajes es similar a lo que ahora hace la IA. Coge este pelo, estos ojos, esta nariz y esta boca para crear alguien que pudo existir: verosímil pero no veraz. La novedad es que también la fotografía imagina. Aunque solo por fuera. Por dentro la descripción no va más allá de la resonancia magnética. Pero ojo con ella y lo que pueda decir algún día sobre el alma.
Estos varoncitos de Almendralejo que hace unas semanas salieron en los periódicos no eligieron la literatura para sus bromitas. Normalísimo. Son seres de su tiempo. Si se hubieran aplicado en una redacción (Así son ellas) que desnudara imaginariamente a sus amiguitas y que con precoz y procaz morosidad describiera con nombres y acaso apellidos los pechos y el culito que nunca habían visto, y una vez escrita la hubieran distribuido entre los próximos, su experimento no habría salido del barrio de Almendralejo donde sucedieron los hechos. En eso ha quedado la literatura: para desvestir santas sin el menor eco. Pero los varoncitos eligieron el camino delegado y encargaron a un programa de IA que las imaginara desnudas. ¡Que imagine ella! Estos programas, por cierto, llevan años en internet, aunque la IA los ha perfeccionado sagazmente. Y lo que también lleva años funcionando, por cierto, hasta el punto de que cubre la propia Vida de Arcadio, es la posibilidad de recortar una cara de chica (¡e incluso de chico!) y ponerle tetas y hacerla volar como un avioncito de papel por el aula. La excitante operación de Almendralejo, volviendo a ella e insistiendo, solo ha sido posible porque ahora la fotografía imagina.
Sin que quepa mayor sorpresa, dadas su tradicional histeria y su cazurrería, la conversación española liderada por una madre, ay dios, maestras, psicólogas, juezas, fiscalas y periodistas, tas, empezaron a dar voces contra los varoncitos a los que solo ha salvado de la cárcel su tierna edad. Por supuesto, toda esa ígnea muchedumbre en ningún momento se ha puesto a pensar (¡pensar!) en qué medida el daño psicológico, que siempre tienen tan presente en sus desdichadas y apocalípticas actuaciones, puede haber sido mucho mayor en los niños acosados, y bien acosados, que en las niñas a las que un programa informático infligió la ficción de su desnudez. Entre la muchedumbre destaca por su afán el gremio de los juristas, perfectamente capaces, a juzgar por sus despavoridos gemidos justicieros, de inventar el tipo delictivo de la ficción basada en hechos reales, asunto, desde luego, en el que van a contar con todo mi apoyo y solidaridad, siempre y cuando empiecen por los mayores.
La broma pícara de los niños almendralejos solo tiene, evidentemente, una forma eficaz de reírse de ella. Y es la de encerrarla en las cuatro paredes del chiste. Verde, pero chiste. Niño, no cuentes porquerías. El camino es partir de la inversión de la célebre prueba y empezar advirtiendo en la primera clase preescolar de que en internet todo es mentira hasta que no se demuestre lo contrario. De este modo no solo se evitará que las mamis pidan las sales y llamen a la Policía al ver cómo se han desarrollado en dos días sus hijas, sino asuntos infinitamente más peligrosos para la decencia intelectual como el terraplanismo –en sentido estricto y figurado– que contamina las creencias de los escolares. Uno de esos tontos que cíclicamente aparece en los periódicos para poner un zócalo de ennoblecimiento al grosero de los titulares decía la otra tarde que los gobiernos deberán tener la obligación de identificar las imágenes creadas a partir de la Inteligencia Artificial. Es decir, algo así como proponer que la mafia pase por ventanilla y pague impuestos. Lo que los gobiernos y los científicos tienen que proponerse es justamente lo contrario: que las imágenes veraces gocen de una especie de Iso, que las haga indiscutibles.
Una Iso... Lo que querían ser los periódicos, claro. Y lo que son ahora: puros almendralejos que cogen una cara real y todo lo que le cuelgan es ficticio.
(Ganado el 30 de septiembre a las 15:12, horas después de leer a Ellakuría en el periódico y haberme dado fuerte palmada en la frente mientras le gritaba ¡cáspita! a la ensaimada, ¡cómo no se me había ocurrido imaginarlo!, porque a nadie más que al notario Burniol, inspirador con nuestro gazielet y la familia Nadal al pleno de aquel editorial conjunto indescriptiblemente titulado «La dignidad de Cataluña», que advertía al Tribunal Constitucional de que no corrigiera coma alguna del Estatuto, a ningún otro cráneo previlegiado, y otra vez el frentazo, podría habérsele ocurrido que óoh cediera sus votos a ez para que fuera presidente, aunque bien acabé viendo, ya despejado, que tal monstruo de la razón solo enmascara el líquido deseo en que desde hace años el notario se disuelve, y que ahora se manifiesta en la necesidad de que el gallego y el galán deshagan su pírrico y estéril empate designando presidente a Burniol, lol)