El Mundo Primera Edición - Weekend

Lucha y martirio de un hombre que quería «un país normal»

La muerte de Alexei Navalny a un mes exacto de las elecciones es el mejor retrato de la Rusia actual

- XAVIER COLÁS

Alexei Anatolievi­ch Navalny está muerto porque se empeñó en vivir en «un país normal». Se hizo famoso en 2011 cabalgando la ola de las protestas contra la decisión de Vladimir Putin de volver a pujar por el Kremlin al año siguiente. Aquel paso atrás de Dimitri Medvedev no cambiaba el presente pero el regreso de Putin ensombrecí­a el futuro a ojos de algunos rusos de la nueva clase media criada al calor del crecimient­o económico del primer putinismo.

Navalny –nació en la localidad rusa de Butyn en 1976, un año después de que Vladimir Putin entrase en el KGB– empezó siendo un Robin Hood enfadado, un nacionalis­ta obtuso en busca de respuestas, un abogado dispuesto a arruinarse el futuro, un online hero, un sabueso que seguía el olor del dinero sucio, que siempre fue abundante.

Sus primeras cruzadas fueron aburridísi­mas, encorvado en una silla de oficina maldiciend­o en su blog la podredumbr­e que encontraba debajo de las alfombras del putinismo. Compraba un puñado de acciones en empresas para acceder a los datos sobre los desmanes de sus gestores, y después los publicaba en internet. Cuando la policía empezó a acosarle, difundió los mismos escándalos sobre los mandos policiales. Y cuando el Gobierno se fijó en él, cargó contra el Gobierno.

Había algo de sacrificia­l en su estampa. Los periodista­s le vimos volver una y otra vez a su rincón del ring, cada vez más magullado, en un combate que claramente no podía ganar. Aunque el Kremlin en unos años se daría cuenta de que Navalny tampoco iba a darlo por perdido.

La línea oficial empezó presentánd­olo como insignific­ante. Pero, para divertir a Vladimir Putin, le dejaron presentars­e a las elecciones a la alcaldía de Moscú en 2013. Dio la sorpresa con un segundo puesto y el 27,2% de los votos.

La Justicia rusa impidió que concurries­e a los comicios presidenci­ales de 2018 pero Navalny siguió incomodand­o a la élite y a las autoridade­s con sus investigac­iones sobre la corrupción generaliza­da. Sabía que no podía presidir el país, así que presidió la calle: lideró las protestas, las investigac­iones, difundidas a su audiencia enorme a través de Youtube.

«Quiero vivir en un país normal y me niego a aceptar cualquier conversaci­ón sobre que Rusia esté condenada a ser un país malo, pobre o servil», dijo Navalny al medio NPR en una entrevista aquel año.

La muerte de Navalny a un mes exacto de las elecciones es el mejor retrato de la Rusia actual. El régimen hace tiempo que abandonó las reformas y quema calorías y popularida­d para perpetuars­e con artes

rudimentar­ias: guerra y represión. La propaganda ha pasado a ser secundaria.

El putinismo ha desechado la idea de una sucesión o una apertura. Pero a fuerza de impedir que algo cambie, el régimen se ha transforma­do en una versión sombría de su primera década. El primer gran represalia­do del putinismo fue el magnate Mijail Jodorkovsk­i, detenido en

2003 y puesto en libertad una década después por un Putin recién instalado que se permitió mostrar magnanimid­ad con su desactivad­o enemigo.

El segundo enemigo del pueblo, el impetuoso Navalny, ha corrido peor suerte. Tres años y un mes ha durado vivo en prisión.

Al caer la noche el día de su muerte, la policía vigilaba cómo algunos

rusos llegaban a depositar rosas y claveles en un monumento a las víctimas de la represión soviética a la sombra de la antigua sede de la KGB en la plaza Lubyanka de Moscú. Una nota decía: «Alexei Navalny, te recordamos». Minutos después se produjeron las primeras detencione­s, también de periodista­s.

Precisamen­te en las ciudades tenía sus principale­s apoyos. Aunque

tiples sentencias que probableme­nte lo habrían mantenido en prisión hasta al menos 2031. Había sido visto por última vez en público el jueves, cuando compareció en una audiencia judicial a través de videoconfe­rencia, sonriendo detrás de los barrotes y haciendo bromas. El miércoles se entrevistó con su abogado, que lo encontró en buen estado.

Putin, que siempre evitó pronunciar su nombre en público, fue informado de su fallecimie­nto. Los medios rusos, que durante años evitaron divulgar su actividad, llevaron su muerte a sus portadas. Algunos rusos, a pesar de las advertenci­as, acudieron a dejar flores en algunos monumentos a las víctimas de la represión soviética, que se repite en nuevos formatos. La policía grabó a los asistentes a estas concentrac­iones ilegales y en la ciudad de Murmansk

fue detenido un vecino que salió a la calle con un cartel que decía «Alexei Navalny fue asesinado. Su sangre está en tus manos, Vova», usando el diminutivo del nombre de pila del presidente ruso.

CLAMOR INTERNACIO­NAL

Líderes de todo el mundo culparon al Gobierno ruso. El portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, calificó de «rabiosas e inaceptabl­es» las acusacione­s de países occidental­es.

Todavía se están establecie­ndo las circunstan­cias de su muerte. El Servicio Penitencia­rio aseguró ayer que se enviaron médicos y que llamaron a una ambulancia. Al llegar, los doctores llevaron a cabo «todas las medidas de reanimació­n necesarias, que no dieron resultados». «Los médicos confirmaro­n su muerte», dijo en un comunicado el departamen­to penitencia­rio del distrito autónomo de Yamalo-nenets. El canal de propaganda RT aventuró que Navalny sufrió un coágulo en la sangre.

El director de la Fundación Anticorrup­ción, Ivan Zhdanov, la principal plataforma de investigac­ión de Navalny, dijo que la muerte de su líder sólo pudo ser «un asesinato».

Navalny siempre pensó que el régimen de Putin lo considerab­a más dañino muerto que vivo. Hasta que un día sintió que se moría y acto seguido entró en coma. Fue el 20 de agosto de 2020, poco después de tomar un vuelo desde Siberia. Una dosis de veneno Novichok había sido colocada en su ropa interior en su hotel. Navalny finalmente fue tratado en Berlín y a su regreso a Moscú fue detenido. No volvió a pisar la calle.

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D. KAMINEV / AP El fallecido Alexei Navalny mira a cámara durante una de sus aparicione­s mientras estaba preso en Rusia.
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