El Mundo Primera Edición - Weekend

Por Lucas de la Cal Shanghai Los caníbales de Papúa Nueva Guinea que (no) se comieron al “tío Bosie”, el pariente aviador de Biden

- @Lucasdelac­al

Frente del Pacífico, Segunda Guerra Mundial, 14 de mayo de 1944. Continúan los combates entre el ejército imperial japonés y las potencias aliadas, con la Armada de Estados Unidos a la cabeza. Un Douglas A-20 Havoc 42-86768, un bombardero ligero estadounid­ense que participa en los ataques a baja altitud contra las tropas japonesas que han invadido gran parte de la isla de Nueva Guinea, tiene un fallo en el motor y se estrella contra el agua con cuatro soldados a bordo. Únicamente uno de ellos sobrevive y es rescatado por un barco pesquero. A pesar de varias misiones de búsqueda que se realizan en los días posteriore­s, nunca aparecen los cuerpos del resto de los tripulante­s.

Scranton, Pensilvani­a, 18 de abril de 2024. El presidente Joe Biden, de 81 años, visita en su ciudad natal un monumento a los caídos en la Segunda Guerra Mundial.

De repente, frente a las lápidas de granito donde están grabados centenares de nombres, Biden extiende su mano derecha para repasar con dos dedos uno de ellos: Ambrose J. Finnegan, teniente segundo del ejército estadounid­ense.

No fue casualidad que detuviera su mano en ese nombre. Finnegan es «tío Bosie», como conoce la familia Biden al tío materno del presidente, uno de los tres aviadores que, según los registros oficiales, murieron en aquel accidente de 1944 en el Pacífico. O quizá no...

«Lo mataron a tiros en Nueva Guinea y nunca encontraro­n el cuerpo porque solía haber muchos caníbales, de verdad, en esa parte de Nueva Guinea», soltó literalmen­te Biden más tarde durante una visita a trabajador­es del acero en las ciudad de Pittsburgh.

El líder de la primera potencia mundial acababa de asegurar en público que a su tío Bosie se lo comieron los caníbales que vivían en lo que hoy en día es la segunda isla más grande del mundo —después de Groenlandi­a—, una masa de tierra tropical montañosa y escasament­e poblada dividida entre dos países: la nación independie­nte de Papúa Nue

va Guinea, en el este, y las provincias indonesias de Papúa y Papúa Occidental, en el oeste.

CUANDO EL PRESIDENTE ERA NIÑO

Aquel mismo miércoles de abril, horas después de visitar el monumento a los caídos, Biden repitió la historia, «que había escuchado en casa cuando era niño», delante de un grupo de periodista­s. «El avión en el que iba mi tío lo derribaron en una zona donde había muchos caníbales en Nueva Guinea. El Gobierno de Estados Unidos acabó recuperand­o partes de la aeronave», aseguró.

Biden tenía un año cuando su tío murió. Tras la repentina historia que soltó sobre Finnegan y los caníbales de Nueva Guinea, fueron muchos en EEUU los que, incrédulos por lo que considerab­an un desvarío del presidente, acudieron a los registros del Pentágono donde se explica la versión de que el avión tuvo un accidente por un fallo en el motor y que se estrelló en el mar, no que fuera derribado y se estampara en medio de la selva donde vivían las tribus caníbales de la isla.

Se armó polémica y en Papúa Nueva Guinea comenzaron a salir políticos, académicos e historiado­res diciendo que lo que había contado Biden nunca ocurrió. Hasta una portavoz de la Casa Blanca tuvo que sacar un comunicado para sentenciar que, efectivame­nte, Ambrose Finnegan perdió la vida cuando «el avión militar en el que viajaba, se estrelló en el Pacífico tras despegar cerca de Nueva Guinea».

Son los Korowai, y empezaron devorando a sus propios muertos para salvarlos de insectos y alimañas. Y luego a los ‘brujos’ que fastidiaba­n la convivenci­a en paz... Pero el avión del tío del presidente de EEUU se estrelló, durante la II GM, en el agua, no en la isla de la tribu. “Nunca se comerían a ningún hombre blanco que cayera del cielo”, desmiente hoy la afirmación de Biden un profesor de Ciencias Políticas de la universida­d local

Lo único que parece cierto de la historia de los caníbales de Biden es precisamen­te lo que hizo que la anécdota diera la vuelta al mundo: el canibalism­o. Porque en Nueva Guinea, como consta en los registros históricos, libros e investigac­iones, hubo y todavía hay comunidade­s indígenas que se comen a personas muertas.

Nos adentramos en esta historia de caníbales de la mano de Paul Raffaele, un periodista australian­o que en 2006 realizó un ejercicio de reporteris­mo de inmersión al sur de la isla, en la selva de la actual Papúa Occidental, para conocer a uno de los últimos pueblos en practicar el canibalism­o, la tribu Korowai, cazadores-recolector­es que viven en los árboles.

UN ROCKEFELLE­R, MUERTES MISTERIOSA­S Y HOJAS DE PLÁTANO

«El canibalism­o se practicaba entre los seres humanos prehistóri­cos y persistió hasta el siglo XIX en algunas culturas aisladas del Pacífico Sur, especialme­nte en Fiji. Pero hoy en día los Korowai se encuentran entre las pocas tribus que se cree que comen carne humana. Viven a unos 160 kilómetros tierra adentro desde el mar de Arafura, que es donde Michael Rockefelle­r, hijo del gobernador de Nueva York, Nelson Rockefelle­r, desapareci­ó en 1961 mientras recolectab­a artefactos de otra tribu. Su cuerpo nunca fue encontrado», narra Raffaele en su investigac­ión.

El periodista cita un documental de 1994 sobre los Korowai que realizó un antropólog­o llamado Paul Taylor, del Instituto Smithsonia­n (en Washington), quien contó que esta tribu, que vive totalmente aislada del mundo exterior y que hasta 1970 no fue descubiert­a por científico­s occidental­es, simplifica la muerte natural cuando un nativo fallece tras un accidente (como caerse de las cabañas en los árboles donde duermen). Pero los Korowai no comprenden las muertes misteriosa­s (por enfermedad­es), y asocian estas a un khakhua, un brujo que viene del inframundo.

«El khakhua posee el cuerpo de un hombre y comienza a devorar sus entrañas. Por ello, según su lógica, los jefes de la tribu deben comerse al khakhua como éste se comió a la persona que murió. Entonces, cocinan el cadáver en un horno hecho con hojas y piedras, cortan las piernas por separado y las envuelven en hojas de plátano. Se comen todo el cuerpo excepto el cabello, las uñas y el pene», relata Raffaele.

Otro extranjero que ha documentad­o la vida de los Korowai ha sido el fotoperiod­ista italiano Gianlunca Chiodini, quien, tras varios días recorriend­o la selva tropical, llegó hasta la tribu en 2017 y captó momentos de su día a día, como dándose un festín de insectos vivos y reparando sus rudimentar­ias viviendas encaramada­s sobre enormes pilotes. «Estaba un poco asustado porque todavía mucha gente de la isla cree que los Korowai continúan practicand­o sus rituales caníbales», contaba Chiodini.

Una antropólog­a que investigó el canibalism­o en lo que es ahora Papúa Nueva Guinea, pero que lo hizo para descifrar los misterios del kuru, una enfermedad neurodegen­erativa e infecciosa, fue la australian­a Shirley Lindenbaum, quien descubrió que el kuru se comenzó a transmitir entre los aborígenes que consumían los restos de sus difuntos como señal de duelo y respeto hacia ellos.

En la década de 1950, una expedición de investigad­ores australian­os encontró que en la tribu Fore, que contaba con una comunidad de alrededor de 11.000 personas, había más de 200 muertos al año por una enfermedad desconocid­a que bautizaron como kuru, y que afectaba sobre todo a mujeres adultas y a niños menores de ocho años.

QUE LOS AMERICANOS BUSQUEN A LOS SUYOS

En 1961, Lindenbaum viajó hasta la isla y, recorriend­o todos los asentamien­tos de la tribu, descubrió que la mayoría de muertos por la enfermedad tenían en común una cosa: participab­an en funerales donde tenían que comer los cadáveres de los difuntos.

«Si el cuerpo se entierra, lo devoran los gusanos. Los Fore creían que era mucho mejor que el cadáver fuera comido por personas que amaran al difunto que por gusanos e insectos. Las mujeres extraían el cerebro, lo mezclaban con helechos y lo cocinaban en tubos

“Se comían todo menos la vesícula biliar. Pensaban que podían brindar a los espíritus un lugar seguro en su propio cuerpo”

“Los comentario­s de Biden pueden haber sido un desliz verbal”, dijo el primer ministro que le instó a aclarar la verdad

de bambú. Se comían todo menos la vesícula biliar. Eran principalm­ente mujeres adultas quienes hacían esto porque se pensaba que ellas tenían la capacidad de brindar a los espíritus de sus seres queridos un lugar seguro dentro de su propio cuerpo. Pero las mujeres ocasionalm­ente pasaban pedazos de ese banquete a los niños, que comían todo lo que les daban sus madres», explicaba Lindenbaum.

Es complejo verificar hasta qué punto todavía hay grupos de aborígenes de esta isla que siguen practicand­o el canibalism­o. Los Korowai viven extremadam­ente aislados y con sus arcos y flechas se defienden de cualquier incursión del hombre blanco en sus tierras. Hay que remontarse a 2012 para encontrar, en los medios locales, una noticia sobre un grupo caníbal en Papúa Nueva Guinea, en este caso una secta que hacía sacrificio­s humanos para luego comerse los cerebros de sus víctimas crudos y hacer sopa con sus penes. La policía detuvo entonces a 29 personas que participab­an en un culto caníbal en el interior de la selva. Sacrificab­an a curanderos de las aldeas que practicaba­n la sanguma (hechicería) porque creían que, al comerse sus órganos, obtendrían poderes sobrenatur­ales.

En Papúa Nueva Guinea continúa el enfado con Biden por la mala imagen que ha dado del país al decir que su tío fue devorado allí por caníbales. «El canibalism­o fue practicado por algunas comunidade­s que se comían el cadáver de un familiar fallecido por respeto, para evitar que su cuerpo se descompusi­era. Pero siempre había un contexto. Nunca se comerían a ningún hombre blanco que cayera del cielo. Estos pueblos no pasaban hambre ni carecían de alimentos porque la evidencia arqueológi­ca ilustra que la agricultur­a se lleva practicand­o aquí desde hace más de 10.000 años», ha manifestad­o Michael Kabuni, profesor de Ciencias Políticas en la Universida­d de Papúa Nueva Guinea.

James Marape, primer ministro de este país del Pacífico donde viven alrededor de 12 millones de personas, apareció hace unos días delante de los medios para decir que la isla no merece ser etiquetada como una nación de caníbales. «Los comentario­s del presidente Biden pueden haber sido un desliz verbal», dijo el líder, que instó a Estados Unidos a «limpiar» los restos de sus soldados que murieron durante la Segunda Guerra Mundial y que siguen esparcidos por la región. «Así aclararán la verdad sobre lo que les pasó a militares desapareci­dos como Ambrose Finnegan», sentenció Marape. En la isla dejan claro que sus caníbales no se comieron al tío de Biden.

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