El Mundo Primera Edición - Weekend

«LA IZQUIERDA HA GIRADO HACIA EL NACIONALIS­MO Y VA A ACABAR MUY MAL DESPUÉS DE SÁNCHEZ»

Economista con amplia experienci­a en la política y la Administra­ción pública, fue secretario general de Hacienda con Felipe González y asesor de Julio Anguita en Izquierda Unida. Hoy apoya a Izquierda Española con un puesto simbólico en las europeas

- JUAN FRANCISCO MARTÍN SECO ÁNGEL DÍAZ MADRID

Pregunta. ¿Cómo se ha embarcado en el nuevo partido Izquierda Española? ¿Son más izquierdis­tas o más españolist­as? Respuesta. Hace bastantes años desde que la izquierda ha girado hacia el nacionalis­mo, y yo pienso que izquierda y nacionalis­mo son dos términos totalmente antitético­s. La izquierda va a terminar muy mal cuando termine el sanchismo. Solo hay que ver lo que ocurrió en la manifestac­ión de los cinco días famosos [cuando el presidente se planteó dimitir]. Es necesaria otra izquierda. No sé cuál será, pero es necesaria una izquierda que esté lejos del nacionalis­mo.

P. Sería imposible que gobernara en las circunstan­cias actuales.

R. Es que gobernar con golpistas y con prófugos de la justicia, eso no es gobernar. En realidad, ¿quién está gobernando? Son los que han dado un golpe de Estado y los herederos de ETA. Eso no es gobernar.

P. Desde el punto de vista de la izquierda, ¿no teme que ese discurso se pueda confundir con el de la derecha? ¿Le quitará votos a la derecha?

R. No creo. Yo acabo de publicar un libro, Tierra quemada (El Viejo Topo), y recuerdo que el editor me dijo: «Es un que se va a vender mal. A la izquierda no le va a gustar nada, y a las derechas, tampoco». La filosofía de ese libro es un poco la misma que tiene el partido [Izquierda Española], que es totalmente contrario al nacionalis­mo y totalmente contrario a la política de Sánchez: en materia de derechos, de la Constituci­ón… En fin, contrario a ese hacerse con las institucio­nes desde la política. Pero después hay otro discurso, que es el económico, y ahí no podemos coincidir con la derecha, en absoluto. En eso estamos totalmente en contra de la derecha. Lo que pasa es que, en estos momentos, los problemas políticos y de derecho priman sobre sobre cualquier otra cosa, pero ahí están las pensiones, la política fiscal, los salarios, el mercado laboral, Europa…

P. ¿Tampoco en la economía coincide con el Gobierno?

R. Por mucho que Sánchez diga que lo que está haciendo es progresism­o, eso no es progresism­o ni es ser de izquierdas. Y ese discurso de izquierdas hay que tenerlo. Lo que pasa es que, insisto, en estos momentos priman los temas políticos. Yo siempre he defendido el Estado de derecho democrátic­o y social: las tres cosas [derecho, democracia y sociedad] son necesarias porque, si no, el Estado no funciona. Es decir, un Estado que no sea social tampoco es de derecho ni democrátic­o. Me he pasado mucho tiempo criticando la situación del Estado social, y en este momento es un poco a la inversa: un Estado, por mucho que digan que es social, no va a ser social si no es también de derecho y democrátic­o.

P. La Constituci­ón pide todo ello: social, democrátic­o y de derecho. R. Claro, y es similar en casi todos los países europeos, porque era la insignia de la socialdemo­cracia. Lo que pasa es que después se trasladó: los conservado­res fueron asumiendo muchas de las hipótesis y principios de la socialdemo­cracia, y el Estado social ya está en casi todos los países. Pero, desde 1980, en Europa ha habido una involución, y la socialdemo­cracia ha ido asumiendo muchos de los principios de los conservado­res y de la derecha. Así que nos encontramo­s en un batiburril­lo, que es un social-liberalism­o muy raro. Empezó hace ya tiempo, con Tony Blair, con Gerhard Schröder y, en España, con Felipe González.

P. Usted, efectivame­nte, siempre ha criticado eso que llama social-liberalism­o, ya desde los años 80, cuando era una de las pocas voces discordant­es y parecía que el acuerdo en torno a esas ideas era completo. Después hemos visto una sucesión de crisis y cambios históricos. ¿Se siente reivindica­do?

R. Yo creo que ahora todo el mundo se mete con Sánchez, incluso en la parte del PSOE más antigua, la de Felipe González y Alfonso Guerra. En fin, hay cantidad de ex ministros que no se sienten representa­dos por Sánchez, y es difícil desde la izquierda sentirse representa­do por Sánchez. Ahora, yo me planteo si Sánchez ha caído del cielo o si, más bien, es un producto de lo que teníamos antes en el PSOE. Es decir, si ir hacia el liberalism­o termina, en el fondo, por convertirs­e en un populismo. Específica­mente, el nacionalis­mo en España termina siendo un populismo.

P. Desarrolle esa idea, por favor. ¿En qué sentido piensa que la adopción de los valores de la economía liberal por parte del socialismo acaba sembrando la semilla del PSOE actual?

R. El problema es, primero, que la política se ha hecho una profesión: la mayoría de los que están ahora gobernando no han tenido ninguna profesión, porque han entrado desde muy jóvenes en los partidos, tanto en la derecha como en la izquierda. Eso lleva a perder muchos ideales, y la política se convierte en algo puramente lucrativo, de mantener el puesto, que es lo que ocurre en estos momentos. Los que son sanchistas están porque quieren continuar en el puesto: veremos cuando Sánchez se vaya. No le va a quedar ninguno, como no le quedó ninguno cuando se marchó, o más bien le echaron, la primera vez. Y dos: con el liberalism­o, la socialdemo­cracia va hacia la derecha y el tema social queda muy reducido, y cada vez es más complicado defenderlo. Con la globalizac­ión y la Unión Europea llega toda una serie de cosas que un gobierno no puede hacer. Entonces, la izquierda se ha refugiado en políticas identitari­as: defender a la mujer, defender a los homosexual­es, defender a los emigrantes y defender al nacionalis­mo. Excepto el nacionalis­mo, todo ello puede ser puede bueno y aceptable, pero no es la función esencial de la izquierda.

P. De las tres veces que se ha reformado la Constituci­ón, la primera fue en el contexto de liberaliza­ción de la economía, para encajar en Maastricht, y la segunda fue para reforzar las medidas de austeridad. No sé si le llama la atención que solo se reforme para esas cuestiones.

R. A mí me parece muy bueno [que no se reforme], porque, si de algo han sufrido la sociedad española y el Estado español ha sido de muchas constituci­ones. Eran las constituci­ones del ganador y, claro, cuando perdía y volvía el otro, cambiaba. Esta Constituci­ón fue una obra de arte; yo no estoy de acuerdo con muchas cosas, y seguro que tú tampoco, y el otro tampoco. Pero es el conjunto de aquello en lo que coincidían todas las fuerzas que estaban haciendo la transición. Fue con la cesión de todos, indudablem­ente, como se creó la Constituci­ón. Abrir ahora el melón de la Constituci­ón puede ser tremendo; yo creo que no habría acuerdo. Porque, además, impera un pensamient­o maximalist­a. Todo el mundo quiere llevar sus ideas al maximalism­o, y quienes piden reformar la Constituci­ón lo pide cada uno de distinta forma. Entonces, quedémonos en el medio. Yo, por ejemplo, reformaría el capítulo ocho de la Constituci­ón: el tema de las autonomías ha sido el peor invento de la Transición. Pero enfrente hay cantidad de gente que está pidiendo lo contrario: más competenci­as para las autonomías. Así que dejémoslo como está.

P. Habrá quien piense que la postura de reducir las autonomías es también un nacionalis­mo; un nacionalis­mo español.

R. No, yo creo que no es nacionalis­mo español. Nacionalis­mo español es lo que tenía Franco, el franquismo. Eso sí que era nacionalis­mo español. En el fondo, los que critican mucho a Franco no han conocido a Franco, y uno se ríe cuando ha estado en contra de Franco cuando había que estar. Los que critican mucho a Franco están cogiendo muchos de los clichés de de Franco, y el nacionalis­mo es uno de ellos. Yo no sé muy bien qué es la nación. En eso coincido con Zapatero: es un término indefinido, indefendib­le. Sí sé qué es el Estado, que es una realidad de hecho jurídica. La única capacidad que tiene la mayoría de la sociedad y, sobre todo, las clases más bajas para influir en la economía sin ser aplastadas por el poder económico es, precisamen­te, la intervenci­ón del Estado. Ese fue el avance del Estado social: que el Estado intervenía para corregir desigualda­des del mercado. Creo en el Estado, y no en lo que rompe el Estado. Pero el Estado no tendría por qué ser España, lo que pasa es que, en estos momentos, es una realidad. Intentar ahora, de forma artificial, crear una serie de Estados que no lo han sido nunca, no viene a cuento.

P. ¿Cómo encaja España en Europa?

R. He sido siempre muy crítico con la unión monetaria, pero no por un nalibro

cionalismo español. Yo estaría encantado de que hubiese un Estado europeo, pero con todos los elementos de un Estado. No deberíamos tener una unión monetaria sin una unión fiscal, y las consecuenc­ias están siendo gravísimas, en la desigualda­d personal y en la desigualda­d de los territorio­s. Y, si se quiere tener una unión monetaria y una unión fiscal, se debería tener también una unión política, por lo menos a nivel de confederac­ión, con unos órganos políticos realmente democrátic­os. Es decir, yo soy crítico con Europa porque creo que se se hizo de forma muy cicatera, diciendo: «Ya avanzaremo­s…». Pero en determinad­os temas, como los sociales, fiscales o laborales, no hay ningún avance, no se armonizan. Tenemos a Irlanda, que crece más que nadie porque se está lucrando de tener un paraíso fiscal dentro de Europa; y Luxemburgo, lo mismo.

P. Me ha sorprendid­o un artículo suyo en EL MUNDO del año 2004, donde advertía ya de una próxima crisis y avisaba al Gobierno de Zapatero sobre lo que usted llamaba una «herencia perniciosa». Entonces iba muy a contracorr­iente.

R. Fue un artículo muy simbólico, porque todo el mundo hablaba del milagro de la economía, pero en el Gobierno de Aznar y el primer gobierno de Zapatero está la génesis de la crisis de 2008 para España. ¿Por qué? Porque no se cuidaron del déficit de la balanza por cuenta corriente. Se decía: «¡Se crece mucho!». Sí, se crecía mucho, pero a crédito, con deuda del exterior. Como habíamos entrado en el euro, los bancos extranjero­s no tenían peligro de cambio y prestaban para toda la vida a los bancos nacionales; y los bancos nacionales prestaban para toda la vida a los ciudadanos españoles. Eso estaba muy bien, hasta que estalló la crisis internacio­nal y los acreedores salieron corriendo, y dispararon el precio la deuda para España. Recuerdo ese artículo, y ya sabía yo que no me iban a hacer caso.

P. ¡Le tacharían prácticame­nte de loco! Otra cosa en la que se desmarcó es que usted ya criticaba el euro desde el principio.

R. Desde que se hizo el euro, Alemania ha crecido mucho y, sin embargo, Francia, Italia y España no han crecido mucho, y se han endeudado más que Alemania. La unidad monetaria fue buena para Alemania, pero no tanto para otros países, y estuvo a punto de romperse. Si no hubiese sido por Mario Draghi, que se saltó los tratados, el euro se habría roto claramente, con las primas de riesgo de España e Italia. Ahora los gobiernos están haciendo una política expansiva, siguen metiendo deuda en el mercado y el BCE tiene que comprar esa deuda. ¿Hasta cuándo? Cualquier cambio en esa dinámica puede ser desastroso. Además, el euro está haciendo que los desequilib­rios entre países sean muy altos. España ha perdido productivi­dad tremendame­nte, como también Francia e Italia. ¿Por qué? Porque se han ido especializ­ando en sectores de menos productivi­dad. El incremento de la productivi­dad desde la Revolución Industrial es lo que ha permitido cambiar las condicione­s sociales de los países. Si la productivi­dad no sube, es muy difícil cambiar. En fin, es algo que antes o después va a estallar.

P. Ha hablado de dos grandes problemas en España. Primero, se ha referido a los problemas del Estado de derecho; y, ahora, a la productivi­dad. Hay quien sugiere que pueden estar conectados.

R. Están conectados en el sentido de que este Gobierno está mucho más pendiente de los problemas políticos y sus acuerdos con los nacionalis­tas que de gobernar realmente el país. El Gobierno Frankenste­in, como lo llamó Rubalcaba, es inhábil para la gestión, porque es un monstruo que no sabe gestionar. Pero tampoco podemos echar la culpa solo a eso. Los problemas económicos vienen en gran medida de Europa; de la falta de una unidad verdadera, política y económica, en Europa.

P. Su fuera ministro, ¿cuál sería su primera medida?

R. Es muy grave el tema de los impuestos. ¿Qué medidas fiscales se pueden tomar? Hay que tener mucho cuidado, porque puedes tener una evasión de capitales que no te conviene, pero hay algunas medidas: por ejemplo, volver a un IRPF que junte las rentas del trabajo y las rentas de capital, que en estos momentos están separadas. Es una injusticia: las rentas de capital tributan menos que las rentas de trabajo. Y, además, se rompe la progresivi­dad. Eso, por ejemplo, se podría cambiar. Indudablem­ente, Sánchez y su Gobierno no lo han podido hacer, o no han querido, porque es una medida muy antipática. Y, como es antipática, se han dedicado a ocurrencia­s. Dicho eso, el impuesto de sociedades, por ejemplo, es muy difícil intentar subirlo, porque puede que muchas empresas se te vayan.

P. ¿Qué le parece la política económica de Milei en Argentina?

R. Un desastre. Pero, indudablem­ente, lo anterior era también un desastre. Son problemas que podemos tener, porque el sanchismo nos lleva cada vez más a un gobierno de tipo populista, y está abandonand­o el estilo de un gobierno europeo; no digo que estemos ahí, pero cada vez nos parecemos más. Y ya ves a dónde conduce el populismo, con tantas ocurrencia­s en Argentina: «Subamos esto, subamos lo otro». Ahora viene lo contrario [recortes extremos] y puede ser desastroso.

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JAVI MARTÍNEZ

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