El Mundo Primera Edición - Weekend
Otro esclavo del nuevo catecismo
CON MOTIVO del Día del Libro, en la escuela de mi hija ofrecieron a los padres leer en clase un texto que les gustara. Inmediatamente, reservé turno. En cuanto a mi elección, no tuve dudas: siendo un colegio inglés y alumnos de nueve años, recitaría el If de Kipling, poema que durante décadas fue interpretado en las instituciones de elite británicas como una guía moral para encarar el mundo. Emocionado, me imaginaba, cual profesor de Harrow, entonando sus versos finales: «Si hablas con multitudes sin perder la honradez y paseas con reyes sin perder la humildad: si no pueden hacerte daño tus enemigos y todo el mundo cuenta contigo; (…) hijo mío, serás lo que se dice un hombre». Ensoñación de la que me despertó abruptamente el editor y amigo Max Lacruz al calificar de «valiente» que escogiera a Kipling, debido a que la izquierda capellana le considera una antigualla imperialista y machista.
Por prudencia descarté al inglés y me decanté por un autor español y aceptado por el nuevo catecismo colectivo: García Lorca. «¡Quién mejor!», pensé, aún ignorando que no iba a encontrar un verso en Romancero gitano –«...bañó con sangre enemiga su corbata carmesí...»– ni en Poeta en Nueva York –«...con una cuchara, arrancaba los ojos a los cocodrilos y golpeaba el trasero de los monos...»– que me pareciese, en este contexto, adecuado para niños. Entonces, opté por algo más prosaico: los artículos de Camba como corresponsal en Londres, sin caer en que su gallega ironía –«...las mujeres inglesas son de una perfecta comodidad (…) se las pone en un rincón y allí se quedan el tiempo que sea...»– en esta época pacata suena a prosa subversiva.
Escaso de tiempo y de confianza en toparme en mi biblioteca con un autor decente, decidí ser como los otros padres y leer un libro infantil: El pequeño Nicolás, que tantos buenos ratos me hizo pasar hace 36 años. Pero esta vez, ya sentado delante de mi hija y de sus compañeros, saltando de cuento en cuento, censurando algunos de sus pasajes y empezando a sudar de los nervios, el personaje creado por Goscinny y Sempé me pareció el puto Nicolás. No tanto por ser un abusón con «el gordo» Alcestes o con «el empollón» Agnan, o por tratar a su madre como una esclava del hogar…, sino por descubrirme de golpe que hasta yo, que me creía tan chulamente a salvo de la corrección política y de la peste woke, era otro de sus miserables esclavos.
Afortunadamente, fue levantar los ojos del librito y cruzarme con la mirada orgullosa de Clea para con su padre y sentirme, al fin, como Kipling describe en lo que es y significa ser un hombre delante de reyes.