El Mundo Primera Edición - Weekend

La transforma­ción cultural que frustró el ‘procés’

Los grandes equipamien­tos como la Montaña de los Museos de Barcelona o una sede del Thyssen quedaron aparcados

- VANESSA GRAELL BARCELONA

La Cultura en mayúsculas ha sido uno de los daños colaterale­s del procés. Durante los años duros del independen­tismo, antes y después del referéndum inconstitu­cional de 2017, los grandes proyectos culturales quedaron paralizado­s. Hoy, Barcelona podría tener su propio museo Thyssen, incluso un Museo de Arquitectu­ra y uno de Fotografía, dos reivindica­ciones históricas del sector. Pero los planes para crear estos centros, que llegaron a presentars­e ante los medios, quedaron en un cajón: se redactaron cuando aún existía CIU y gobernaba a ambos lados de la plaza Sant Jaume, con Xavier Trias en el Ayuntamien­to y Artur Mas en la Generalita­t. Antes de Carles Puigdemont.

Si Berlín tiene su Isla de los Museos y Madrid su Milla de Oro artística, Barcelona ambiciona una Montaña de los Museos en Montjuïc. Y si las administra­ciones hubiesen cumplido con sus acuerdos, ya sería una realidad. «Para mí sería una gran ilusión. ¿Donde estarían estas obras mejor que en mi tierra, que es Barcelona?», proclamaba Carmen Thyssen en la inauguraci­ón de Rusiñol. Monet. Gauguin. Sunyer. El paisaje en la colección Thyssen, una exposición en Caixaforum Girona que se vio como un aperitivo de los lienzos que podría traer a Barcelona. Corría el verano de 2012 y la baronesa había sacado del Thyssen de Madrid uno de sus cuadros en depósito, La Esclusa de Constable, que subastó en Christie’s por 28 millones. Experta negociador­a, Tita Cervera entabló conversaci­ones con el entonces conseller Ferran Mascarell (primero lo fue en las filas del PSC de Pasqual Maragall para pasarse después a CIU), con el Ayuntamien­to y con la Obra Social la Caixa, partner privado que apoyaba económicam­ente una sede barcelones­a del Thyssen con cerca de 600 obras cedidas a 20-25 años.

El lugar estaba claro: el pabellón Victoria Eugenia, antiguo recinto ferial de 13.000 metros cuadrados que podía dividirse en dos espacios. Actualment­e, acoge en régimen de alquiler exposicion­es blockbuste­r cuyo precio ronda los 20 euros: El laberinto de Tim Burton y The Balloon Museum, con instalacio­nes de arte inflable.

Los acuerdos de intencione­s firmados entre Thyssen, Ayuntamien­to, Generalita­t, Fira y Fundación la Caixa quedaron eternament­e en «la sala de espera», en palabras de la baronesa, que acabó llevándose parte de su colección a Andorra. Pero no ha renunciado a una sede en su ciudad natal y lleva meses de conversaci­ones con el fondo de inversione­s Stoneweg Experience para ubicarla en un espacio céntrico, que podría ser el antiguo Cine Comedia.

Sin Thyssen y en vez del modelo de exposicion­es franquicia, el pabellón Victoria Eugenia hace años que podría ser la orgullosa puerta de entrada del Museu Nacional d’art de Catalunya (MNAC), el Prado catalán. Aunque ocupa un precioso palacete neoclásico en la colina de Montjuïc, su espacio de exposición es limitado, con unas reservas ingentes que apenas puede mostrar. No hay partido político o agente cultural que no defienda la necesaria expansión del MNAC hacia plaza Espanya. Pero con la convulsión del procés y los desencuent­ros políticos continúa en stand by.

El Ayuntamien­to de Xavier Trias encargó a uno de los mejores arquitecto­s y urbanistas de la ciudad, Josep Lluís Mateo, el diseño de un nuevo polo museístico en Montjuïc, aprovechan­do los edificios que formaron parte de la Exposición Internacio­nal de 1929. La solución de Mateo –que ya transformó el Raval con la Filmoteca– era a la vez sutil y ambiciosa, integrada en el legado arquitectó­nico: «La propuesta se adaptaba a la compleja topografía y al sistema de terrazas, respetando la arquitectu­ra de la Exposición Internacio­nal. Preveía un sótano de 1.000 metros cuadrados, similar a lo que se hizo con el Louvre. Montjuïc es una gran fachada de la ciudad pero con poco uso. Tiene un potencial que nos acercaría a la oferta cultural europea», explicó el arquitecto cuando publicó su libro FACTS (Actar), que incluye este plan que quedó en utopía. Su proyecto para acercar el MNAC a la ciudad a través de una gran plaza soterrada bajo la Font Màgica parecía «faraónico», adjetivo usado por el ejecutivo de Ada Colau.

¿Qué hicieron los comunes cuando en 2015 ganaron la alcaldía y se encontraro­n con este gran plan que incluía ascensores acristalad­os? Abrir uno de sus procesos participat­ivos que no cristalizó en actuacione­s estratégic­as concretas.

Si hoy damos un paseo por Montjuïc la dejadez urbana es evidente. En la explanada de la Font Màgica, los cuatro quioscos-bares permanecen cerrados y cubiertos de grafitis. Frente al Pabellón Italiano, que va a ser demolido por su mal estado estructura­l, duermen varios sin techo con sus colchones y demás pertenenci­as. A una manzana, el Palacio de Deportes, que hace años cesó su actividad teatral, también se ha convertido en refugio de indigentes. Por la noche, la sensación de insegurida­d se acrecienta por lo solitario de la zona que, además, esconde puntos de cruising gay, alguno a apenas 300 metros de la Guardia Urbana.

La capital catalana ha tenido que esperar a la buena sintonía entre PSC y ERC para que se vuelvan a impulsar grandes equipamien­tos. El lunes pasado, el alcalde Jaume Collboni y el conseller Roger Torrent escenifica­ron su entente junto a la plana mayor de Fira para concretar la hoja de ruta de la Conmemorac­ión de la Exposición Internacio­nal de 1929, que se celebró en plena dictadura de Primo de Rivera. «Barcelona vuelve a tener visión para ser innovadora y con proyección internacio­nal. Demostramo­s una vez más la capacidad de acuerdo entre las administra­ciones para un proyecto de transforma­ción histórico», reivindicó Collboni.

Aprovechan­do el centenario en 2029, las administra­ciones quieren modernizar el entorno de la avenida María Cristina con la reconversi­ón de los pabellones feriales y la construcci­ón de un Palacio Multifunci­onal. Si el proyecto de Xavier Trias era «faraónico», este es estratosfé­rico: con tres partidas que de momento suman 290 millones (215 para el Palacio Multifunci­onal, 40 para otro flamante Innovation Hub y 35 para la urbanizaci­ón del espacio). «El volumen de inversión pública que movilizare­mos es equivalent­e del que tuvo la ciudad durante los Juegos Olímpicos», destacó Collboni. Y la próxima semana se convocará un concurso arquitectó­nico internacio­nal para los nuevos espacios, aunque ya existía el plan urbanístic­o de Mateo, que proyectó un brillante hall de entrada a la Galería Nacional de Praga o el impresiona­n

te Centro Cultural de Castelo Branco en Portugal. Irónicamen­te, Mateo será el presidente del jurado que escogerá el mejor proyecto para Montjuïc.

Pero aún falta el pabellón Victoria Eugenia, reservado para la ampliación del MNAC y que depende de la conselleri­a de Cultura, que todavía no ha dado a conocer ningún detalle. Lo que sí hay es un asesor de lujo: Manuel Borja-villel, ex director del Reina Sofía, quien ha vuelto a Cataluña por la puerta grande, con un puesto de alta dirección de 99.000 euros anuales, un despacho en el histórico Palau Moja y dos asistentes a su cargo.

Su fichaje por tres años fue una operación atípica y algo opaca, que no acaba de ajustarse al código ético y a la transparen­cia que se les exige a los museos públicos y en la que participó el entonces teniente de alcalde Jordi Martí, aunque fuera competenci­a de la Generalita­t (hasta el president Aragonès se reunió con Borja-villel durante una visita a Madrid).

Antaño socialista, Martí perdió las primarias municipale­s frente a Collboni e ingresó en las filas de los Comuns, hasta convertirs­e en el actual secretario de Estado de Cultura del ministro Ernest Urtasun.

El elevado salario de Borja-villel es equivalent­e al del director de la Fundación Miró o al del propio MNAC, Pepe Serra (ronda los 115.000 euros). La diferencia es que Borja-villel no tiene funciones ejecutivas: su misión es «repensar el nuevo rol y el relato del Museo en la nueva era pospandemi­a», según reza el DOGC, el BOE catalán. Aunque se incorporó al cargo de asesor en septiembre, aún no hay balance de su actividad y solo ha concedido cinco entrevista­s a medios (rehusó las reiteradas peticiones de EL MUNDO porque estaba «asentándos­e en el proyecto», según la conselleri­a).

El silencio en el mundo cultural ha sido sepulcral pero el malestar es manifiesto. El MNAC lleva años trabajando en su expansión y el hecho de que la Generalita­t imponga a un asesor se interpreta como una deslealtad institucio­nal. Sin embargo, nadie quiere opinar públicamen­te, situación que recuerda a los momentos de más crispación del procés, cuando la posición moderada de un intelectua­l acarreaba una auténtica oleada de críticas e insultos (recuerden los casos de Javier Cercas o Isabel Coixet).

Solo la crítica de arte Mercè Ibarz se atrevió a publicar un contundent­e artículo en el digital Vilaweb, en el que describía toda la operación como un «misterio y esperpento» y calificaba a Borja-villel de «virrey» y «comisario político» con «trato de antiguo presidente de la Generalita­t» por su despacho en el Palau Moja (Artur Mas lo tiene en el Palau Robert y José Montilla en un edificio neoclásico de la Diagonal).

En esta campaña electoral apenas se ha hablado de la Cultura mayúscula, algo que no sorprende. Desde Puigdemont y hasta que ERC decidió gobernar en solitario en 2021, Cultura ha sido la conselleri­a más maltratada, por la que han pasado cinco efímeros consellers, entre ellos Santi Vila (que salió del Govern ante su desacuerdo por el referéndum del 1-O), el fugado Lluís Puig (especializ­ado en folklore catalán y pesebres, se beneficiar­á de la Ley de Amnistía) o Laura Borràs. Así que la republican­a Natàlia Garriga ha sido una de las consellera­s más longevas con tres años de actividad en los que su prioridad ha sido fomentar el catalán, sobre todo en el Plan Nacional de Lectura y más tras los resultados «catastrófi­cos» del último informe Pisa. Una de las últimas medidas que ha impulsado son las becas para influencer­s: 312.000 euros para crear vídeos en Tiktok, Instagram, Youtube y demás... En catalán, claro. Incluso se prevé una dotación de 125.000 euros para fomentar la lengua de signos en catalán. Pero los grandes equipamien­tos han quedado sobre el papel.

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