El Mundo Primera Edición - Weekend
DE CURRO A MORANTE, LA RISA TORERA: “¡NIÑO, NO TE ARRIMES TANTO!”
Publicación. Lucas Pérez, periodista de EL MUNDO, vuelve a la carga con ‘Otras 300 anécdotas taurinas’ (La Esfera), la biblia del relato breve y coñón del planeta de los toros
Es el mundo de los toros un pozo insondable de anécdotas, siendo la anécdota cosa seria. Vuelve a la carga Lucas Pérez (Madrid, 1978) 11 años después con Otras 300 anécdotas taurinas (La Esfera de los Libros), que sumadas a la anterior, y exitosa, publicación de 300 anécdotas –10.000 ejemplares vendidos– casi dan los Episodios Nacionales de Galdós, siendo la anécdota relato breve y coñón. Cosa seria, insisto.
Parece que fui yo, y parece que fue ayer, quien prologó las primeras 300 anécdotas, cuando Lucas abandonaba el barco de la sección de Toros de este periódico para pasarse a Nacional, también en esta santa casa. De esto hace ya 10 años y cuatro ediciones. ¿Qué ha sucedido en esta década con el sagaz Pérez? Que se ha curtido en el cierre de la sección locomotora de EL MUNDO y ha cambiado de prologuista. Las nuevas 300 anécdotas las presenta Román Collado, un torero joven al que no se le cae la sonrisa ni con las carnes abiertas. Lo cuenta el propio autor con una naturalidad que hace más llevadera esta nueva traición: «La terrorífica cornada a Román en Madrid, aquel 9 de junio de 2019, me impactó de sobremanera. Esa forma de colgar su pierna del pitón de aquel toro y aquel reguero de sangre de un torero que, sin conocerlo, caía bien. Por eso decidí hacerle una visita al hospital una vez que pasó de la UCI a planta. Cuál fue mi sorpresa que cuando entré en la habitación me lo encontré sonriendo y con un libro en la mesilla: Era el 300 anécdotas taurinas. Me dijo que le encantó y que le había venido muy bien en esos momentos tan duros».
A la propuesta de la editorial de una segunda parte de las 300 anécdotas, si contaba con material, respondió Lucas Pérez que sí, pensando en actualizar esta biblia de la risa taurina con la nueva generación de toreros. No cayó, pero caería después, en que la hornada recental del escalafón es más de teléfono móvil que de taberna, más de Instagram que de partida de póquer y, por tanto, más de enseñar el fuego que de «quemar Troya sin que se vea el humo» (Pepe Teruel). Así que, mal que bien, recurrió a las generaciones anteriores para buscar como un zahorí las anécdotas que no se podían quedar en el tintero: «Mientras contactaba con estos nuevos toreros, por el camino me fui encontrando con maestros de décadas anteriores, con taurinos de siempre (y en peligro de extinción), que me contaron historias que no podía dejar sin publicar. Y decidí abrir la mano a historias del pasado que se hubieran quedado fuera del libro anterior».
Las nuevas 300 prenden la sonrisa en la página 21 –que es cuando arranca el libro–, otras veces la risa y muchas otras la admiración. A Román se le olvidó el vestido de torear el día de su debut de luces, y desde ese momento cogió el puesto de prologuista de la obra de anécdotas de Lucas. De José Tomás a Morante de la Puebla, pasando por Espartaco, Juan José Padilla o el inalcanzable Curro Romero.
Víctor Mendes contaba, tal y como recoge Lucas Pérez, que no entendía por qué Curro, un día que toreaban juntos, le gritaba desde el callejón «¡Niño, no te arrimes tanto...!» Como Mendes no entendía qué decía el Faraón se acercó a la barrera: «Maestro, ¿por qué me dice que no me arrime?». «Porque como te coja el que tiene que salir a torear en tu puesto soy yo...».
Conviene decir cuanto antes la dificultad que afronta el autor, y salda con éxito, para trasladar por escrito anécdotas que adquieren su gracia en el relato oral, en la forma de contarla, en la manera de decirla, en el ambiente y el momento oportuno. Morante le regaló un guacamayo a Padilla –que toreaba con su parche tras el terrible percance de Zaragoza, ¿recuerdan?– en el año de su despedida: «¡Un pirata no puede estar sin loro!». Mdlp un día se disfrazó de lince ibérico como Roca Rey se vistió, y ejerció, en Perú de monosabio.
Juan Antonio Ruiz Espartaco fue el casero de Maradona en sus tiempos sevillistas a la vera del Guadalquivir. Al final del año que duró el D10s del fútbol en Sevilla hubo intercambio de camisetas. O de camiseta por vestido de luces.
Una alguacililla se olvidó el traje a la hora del paseíllo, como Román el de torear, sólo que a Román no le dieron uno de Batman, pero sí un prólogo...