El Mundo Primera Edición - Weekend
AFECTUOSO Y AMOROSO SE FUERON SIN NADIE QUE LOS QUISIERA
Dos toros de triunfo en medio de la mansedumbre y la decepción de Alcurrucén no se cuajan en su dimensión; Urdiales da la única vuelta al ruedo; Morante, sin fuelle y con el peor lote, da un mitin con la espada
Lo fácil sería tirar por el manido tópico de corrida de expectación, corrida de decepción, Y cargarle todo el muerto a la sangre mansa de Alcurrucén. Tan superficial como injusto el argumento un par de toros de triunfo, de la reata del amor –Afectuoso y Amoroso–, que se fueron íntegros y, por tanto, con el amor no correspondido. Sin nadie que los quisiera en su debida dimensión. Por hache o por be, no se cuajaron en manos del toricantano García Pulido y del clásico de Arnedo Diego Urdiales, que a la postre paseó la única vuelta al ruedo. A Morante se le esperaba con una fe temblorosa, una expectación hasta la bandera. Y al final se incorporó a la cabeza de la decepción, negada la suerte, la luz y, finalmente, la voluntad.
Se daba un curioso caso en Guillermo García Pulido: su alternativa fue con Alcurrucén y la confirmación también. De Valdemorillo a Madrid. De Incordioso a Afectuoso. Un abismo en apenas tres meses. Toro de nota aquél; puede que mejor la de éste. La diferencia sideral de trapío concentrada en una cabeza totémica, reflejo de sus cinco años y medio. Un cuerpo largo. Tanto, que parecía sacudido de carnes. Bajas hechuras. Salida fría clásica de la casa, emplazado, suelto, pero queriendo meter la cara en los capotes cuando hubo posibilidad de embroque. Sólo que no le dejaban: ayudó la cuadrilla, –ay, el síndrome de Madrid–, a que fuese toro tapado hasta la muleta. Incluso para el propio matador. Que se reservó el brindis tras la ceremonia de confirmación. Afectuoso, más allá de los mimbres mansitos, todo lo que hizo de malo fue cortar por el izquierdo en banderillas, entre pasadas en falso. Repitió comportamiento rácano por esa mano en la muleta –en una sola tanda–, pero por el pitón derecho descolgaba escanciando una suave nobleza y un viaje espléndido. Sorprendió al propio Pulido, que no tiene un toreo acorde a su apellido, sino más bien rústico. Series de tersos pases ligados, de mano baja y encaje…aquello no trepaba ni cuando acortó distancias ni en los pases de pecho que redondeaban al alza. Como el que despidió la última intentona desesperaba por bernadinas. La rectitud del volapié resultó lo más contundente. Desató una petición que no cuajó.
De Afectuoso saltamos a Amoroso, del mismo tronco, también los cinco años cumplidos, otro dibujo, levantado del piso pero no alto, la seriedad por delante. Frío en los tercios previos pero apuntando todo lo que afloró luego, ya esbozado en un quite a la verónica de Diego Urdiales a compás, viejo eco de Andrés Vázquez. Amoroso prometía el paraíso, y cumplió las promesas. Una clase dormida, un ritmo mexicano, lento, como si gatease la embestida, plena de perezas, por allí abajo. Urdiales lo presentía así, lo sabía, y por ello había brindado al público. La primera serie con la mano derecha sería un buen apunte, un esbozo de la siguiente, primorosa de embroque y clasicismo. Una belleza sentida, la reunión perfecta. Desde entonces no sé qué pasó, lo desconozco y lo reconozco, pero la magia pareció desaparecer. No fluía del mismo modo el toreo. O simplemente no fluía su izquierda. Como si la chispa del embroque hubiera desaparecido. O el embroque mismo. Diego le daba, o se daba, tiempos. Nada volvió a ser como en los albores. Ni con toda su digna torería a cuestas. La conexión con Amoroso, que sostuvo el mismo aire de brisa, había cortocircuitado. Aparentemente no, pero sí. Y esa apariencia, más la estocada, levantó una pañolada. Insuficiente quizá. Al toro de Alcurrucén lo arrastraron entero. Diego Urdiales paseó una vuelta al ruedo como premio de consolación. A Morante de la Puebla se le esperaba con el temblor por su fragilidad actual, con la esperanza siempre de que se impusiera la luz en su la zona oscura. Ese funambulismo por su íntima penumbra (Antonio Lucas) está siendo agónico. Venía de su abril más triste y esta primera tarde se mayo no va a alegrar el alma. Siempre con la suerte negada. Pues el primero de su lote, de unas hechuras exactas, no humilló, se movía con el freno echado y, además, hacía hilo. Sin maldad pero también con menos opciones de las aparentadas, algunas más por la izquierda. Por donde surgieron naturales y momentos siempre a punto de despegar. Quedaron un par de trincheras como carteles y un mitin atroz con la espada. Obstruida la lucidez, puede que también el fuelle, del maestro . Al enésimo viaje –con un metisaca de por medio– agarró el descabello. Dos avisos como espada de Damocles. Una formidable bronca. La bonita estampa del colorado cuarto –cuatreño con el quinto– venía mansita y huida. Y lo poco que había lo tundió en el caballo Iturralde en el caballo. Extraordinario Curro Javier con el capote y vistoso Ferreira con los palos. Debió saludar CJ más que el portugués. El toro se paró luego a plomo, tan sangrado además. Pero antes el maestro dejó un maravilloso prológo de faena como fuente de expiación. No valieron nada de nada un alto quinto, desaborido, y un basto sexto, vulgarísimo, que cerraron la desigual y mansa corrida con más mansedumbre, dejando a Urdiales y a Pulido como estaban. Es decir: con la sensación de que los dos únicos toros de triunfo, los del tronco del amor, se habían ido sin nadie que los quisiera como merecían.