El Mundo Primera Edición - Weekend

Liberato, la voz que hace música de la gran hipérbole de Nápoles

- Por Roberto Saviano (Corriere della Sera) EL SECRETO DE LIBERATO Documental Director: Francesco Letteri

P‘El secreto de Liberato’ es una película onírica, es un cuento íntimo, es música, documental y animación

ara quien no lo conozca, Liberato es un cantautor (¿Italiano? ¿Napolitano? ¿Importa realmente ese detalle?), pero no sólo es eso, también es el pegamento entre mundos que normalment­e se cruzan, se rozan pero que sólo se tocan y se abrazan de verdad en la pasión futbolísti­ca. Y Liberato ha unido estos mundos en la música: uno, que es cualquier cosa menos banal o simple, que es sofisticad­o y contamina la canción tradiciona­l napolitana, la culta, la de Sergio Bruni o Roberto Murolo, con el de la electrónic­a, el dub y el R&B.

Si me preguntan qué edad tienen quienes escuchan a Liberato recurriría a la típica fórmula de los juegos de mesa: de 0 a 99 años. A los conciertos de Liberato va todo el mundo, desde bebés en cochecitos a jubilados, y a ninguno le molestan las palabras malsonante­s. Todos cantan. Cantan los que saben napolitano, y con esas palabras rememoran sus orígenes, y también los que no lo entienden y no escuchan con la razón, sino con el corazón. Por eso, que Liberato sea un cantautor italiano o napolitano es un asunto menor: a Liberato lo entiende todo el mundo porque habla un idioma universal.

Toda esa riqueza refleja el documental El secreto de Liberato, de Francesco Letteri, que se estrena estos días en Italia y que explora la historia de un cantante enterrado por voluntad propia en el anonimato.

Antes de seguir, contaré una anécdota personal: en una ocasión, el rapero Geolier me dijo, con su dulce sonrisa y su mirada infantil: «Robbè, te si scurdat o napulitan» (Robe, se te ha olvidado el napolitano). Me rompió el corazón.

El napolitano es una lengua antigua con sus propios códigos, pero también es una lengua viva: no está cristaliza­da. Es una lengua que se habla pero no se estudia; que se habla y que se escribe poco. El napolitano pertenece a la actualidad y pertenece a quienes lo utilizan. Cada comunidad tiene su napolitano, cada generación tiene su napolitano. Cada familia tiene su napolitano. Cada proyecto tiene su napolitano.

El napolitano hay que sentirlo, no hay que entenderlo. Y por eso es una lengua universal. Es la lengua del sentimient­o conmovedor, de la eterna melancolía. De los ojos que se ponen vidriosos porque el sol que se refleja en el mar nos ciega, pero también porque lo que te rodea siempre merece una lágrima. La música napolitana es una música de bemoles, de escalas menores, de gente que sufre por amor o por miseria. Todo eso es lo que nos cuenta Liberato: el sufrimient­o conmovedor que resulta necesario para sentir empatía. Ay de los que no lloran: no conocen la alegría. Ay de los que no entienden el napolitano: sus corazones están aletargado­s.

Si, por el contrario, tu corazón está despierto, podrá viajar entre las palabras de Liberato y las imágenes de Francisco Lettieri, y contará historias. Se contará a sí mismo la historia de una ciudad que es universal y por eso siempre exagera, porque quiere contenerlo todo, porque casi por tradición debe contenerlo todo. Tu corazón se contará la historia de

una ciudad que rinde homenaje a un escudo seis meses al año, de una ciudad que incluso cuando recibe turistas lo hace de forma desmesurad­a, sin entender nada, sin saber convivir con ese río de gente que parece moverse a merced de una poción de amor. De gente que compra botellitas llenas del aire de Nápoles que invade las calles, gente que pregunta sólo para ver si es verdad lo que dicen. Los napolitano­s, si les preguntas, te cuentan su vida, muerte y milagros; sobre todo, sus milagros.

Pero, ¿qué tiene que ver Liberato con todo esto? Liberato forma parte del enamoramie­nto colectivo, es incluso en parte responsabl­e de él. En un puzle sus piezas serían las que, encajadas, darían finalmente forma a la imagen.

El secreto de Liberato es una película onírica de las que me gustan. Es un cuento íntimo, es música y conciertos; es un documental, una película de animación. Es un filme soñado porque la historia del cantante enmascarad­o lo es también; la historia del artista cuya identidad nadie conoce pero que realmente existe porque todos le vemos, porque sube al escenario y tiene voz, porque sus manos tocan el piano. Conozco el secreto de Liberato porque a lo largo de los años he intentado seguir sus huellas, he intentado escarbar en las letras de sus canciones, captar las señales que envía.

Liberato es una persona llamada Liberato. Es un nombre antiguo, el de una persona que ama la música. O quizás de dos personas que aman la música, eso lo tienes que averiguar cada uno. Liberato es también el nombre de un proyecto que, desde 2017 hasta hoy, ha unido a viejos y nuevos amigos que se han encontrado recorriend­o el mismo camino. Todo creció, desde los conciertos en el mar hasta los shows en estadios, pero nunca perdió el control. Todo se mantuvo en equilibrio. Pero duró poco porque faltaba la cara, la identidad, el blanco al que golpear, al que disparar al corazón, al que aniquilar y derribar. Y en el relato del éxito que hacen Liberato y sus compañeros de viaje, capté una luz familiar en sus miradas, más de terror que de alegría. O tal vez me equivoque y se trate más bien de gratitud hacia el azar, hacia el destino que ha evitado una vez más el peligro. Ese miedo a lo que podría haber ocurrido si Liberato, que ama la música, no sólo hubiera tenido un nombre sino también un rostro, un cuerpo con una diana dibujada en el pecho.

Estamos liberados porque hemos comprendid­o que, incluso en días como hoy, no hace falta una cara para gustar a los demás. Estamos liberados porque, al final, hemos aprendido una importante lección: las historias permanecen. Aquellas con las que podemos identifica­rnos, las que nos hacen sentir bien y las que nos recuerdan una herida que nunca cicatrizar­á. Liberato somos nosotros porque hacia su música sólo podemos sentir gratitud, placer, pero nunca animadvers­ión ni envidia... No sabríamos a quién dirigir estos sentimient­os tan humanos pero tan venenosos. Liberato somos nosotros, los que debemos aprender a tener respeto por el arte, al que nunca debemos pedir más de lo que puede y quiere darnos.

Liberato nos ha dado todo menos su identidad, y eso es un regalo. Fuera todo lo demás. Fuera todo lo superfluo.

Su lengua napolitana no se estudia, pero se habla. Un día, un amigo me dijo que he olvidado el napolitano y aún me duele

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