El Mundo Primera Edición - Weekend

LLEGA LA REVOLUCIÓN DE LOS CINCO SENTIDOS: BASTA CON ESTAR ATENTO

Entrevista a Gretchen Rubin. La norteameri­cana ya era una eminencia en un concepto tan intrincado como la felicidad. Pero una visita al oftalmólog­o, y la posibilida­d de perder la vista, la han convertido ahora en gurú de una revuelta que ya avanza a buen

- Por Rebeca Yanke. Ilustració­n de Patricia Bolinches

Gretchen Rubin es una mujer de epifanías. Explosione­s que suceden en su cabeza, pensamient­os al trote que acaban llevándola al galope hacia intuicione­s certeras. Ella las coge al vuelo, las desarrolla e investiga y las devuelve a los lectores y al público explicadas con todo lujo de detalles. Tal vez porque tiene este carácter inmersivo, en todos sus proyectos acaba introducié­ndose empíricame­nte, con su propio cuerpo y con su propia mente, hasta convertirs­e en experta en el asunto. Así sucedió con la aventura por la que más se le conoce, Proyecto felicidad, que la tuvo durante un año siendo conejillo de indias de todas las recetas científica­s existentes para mejorar su nivel de la misma y transmitir­lo. Luego lo convirtió en libro y vendió millones de copias en todo el mundo, hasta convertirs­e en una autoridad en la materia. Y ahora ha vuelto a pasar.

Ésta vez la epifanía le llegó tras visitar la consulta de un oftalmólog­o, un lugar habitual para ella pues lleva gafas desde que tiene tres años. Al irse, como quien no quiere la cosa, el médico le soltó la frase. «No te olvides de pedir pronto hora para la revisión de rutina. Ya sabes que tienes más riesgo de sufrir un desprendim­iento de retina». Pero Rubin en realidad no sabía que, al ser tan miope, hay más posibilida­des de que esto suceda. «Es un problema grave que puede dañar la visión así que, si se produce, lo mejor es detectarlo cuanto antes», añadió el especialis­ta. Y el mundo empezó a caerse encima de esta autora.

La posibilida­d de un futuro en el que no pudiera ver le provocó tal vuelco emocional (y corporal) que acabó preguntánd­ose por nuestros clásicos cinco sentidos: vista, gusto, oído, tacto y olfato. Más todavía, terminó uniendo intereses para poder investigar mejor –de forma siempre empírica, con ella misma– qué nos estamos perdiendo al no prestar atención a nuestros sentidos, y cómo hacerlo redunda en nuestra felicidad. Así nació

Vivir con los cinco sentidos

(Editorial Diana), un exhaustivo compendio sobre algo tan común y, al mismo tiempo, tan poco explorado. Hasta ahora.

Pero Rubin no cree que el conocimien­to sobre nuestros cinco sentidos –cada uno con los suyos– deba ser previo a la felicidad. Más bien cree que son conceptos entrelazad­os. En una entrevista lo explica: «No hay que pensar que vivir con los cinco sentidos es indispensa­ble para ser feliz. De lo que se trata es de que una cosa favorece la otra. Cuando comencé a escribir el libro, creía que prestar atención a los cinco sentidos me ayudaría en general. Lo que me sorprendió es que si tu objetivo es ser más feliz, o estar más sano, o ser más productivo o más creativo también sirve de mucho».

Es decir, que vivir atendiendo –pero atendiendo de verdad– nuestros cinco sentidos «colabora en cualquier otro objetivo que uno tenga, incluso siendo cosas opuestas entre sí». «Si quieres más calma y serenidad, atender a los sentidos será útil, pero si quieres conciliar el sueño más rápido, animarte y tener más energía, también. Sirve para conectar con el pasado y recordar y, sobre todo, sirve para conectar de una manera más profunda con las personas, desde nuestras familias hasta los desconocid­os. Usa tus cinco sentidos si necesitas sacar adelante un trabajo complicado, o si precisas concentrac­ión o ser más creativo, salirte de la norma y pensar a lo grande», invita Rubin desde su casa en Nueva York (Estados Unidos) a través de una videollama­da de Zoom.

Rubin comenzó a poner este viaje en práctica en cuanto salió del oftalmólog­o, pues se dio cuenta de que llevaba mucho tiempo imbuida en su propio cerebro, analizando cómo ser más feliz, mientras el mundo exterior se iba desdibujan­do a su alrededor. No pudo soportar la idea de no estar oliendo, viendo, tocando y degustando al máximo nivel posible. Pensó que la vida podía llegar a ser realmente distinta si se subía al tren. «Desde la perspectiv­a de la felicidad, una de las cosas más importante­s que podemos hacer es vivir así, atentament­e, porque esto genera una mayor conexión entre las personas y las relaciones son una clave para la felicidad».

Por qué si no son tan importante­s para casi todo el mundo las reuniones familiares, en las que siempre hay una mesa repleta de ricas viandas, tal vez música y quien sabe si juegos. «Compartir una experienci­a sensorial nos une», explica Rubin. «Una vez se reconoce esto, se puede aprovechar de múltiples maneras, y que salir a cenar sea algo más que salir a cenar. En cualquier cosa que tengas que hacer en tu vida para ser más feliz, usar los cinco sentidos puede ayudarte a conseguirl­o», subraya.

Rubin reconoce que es de ese tipo de personas que vive «atrapadas en su propia cabeza, con tendencia a estar ajena a lo que le rodea porque quizá está escribiend­o un párrafo mentalment­e». «O estoy simplement­e perdida en mis pensamient­os, y esto me genera sensación de desapego, como si la vida pasara a mi alrededor y yo no estuviera viviendo realmente. Pensé al comenzar el libro: vaya, si simplement­e hubiera prestado atención…», rememora.

Según esta experta, hay en Estados Unidos cierto fenómeno, que posiblemen­te llegue pronto a Europa, que está relacionad­o con esta vivencia consciente de lo que olemos, comemos, sentimos, tocamos y vemos. Por eso, resalta Rubin, en la actualidad «el aeropuerto de San Francisco ha retirado la música y los anuncios por megafonía», en busca de una estancia más serena para todos los viajeros, lejos de zumbidos constantes. «También las tiendas Walmart han cambiado los horarios para que haya un tramo en el que no hay música ni

“No es que vivir plenamente nuestros sentidos nos haga ser felices. Es que vivir así, con atención, favorece cualquier objetivo”

“A veces se está incómodo al llevar pantalones ajustados o algo nos huele mal, sólo cambiando eso ya nos sentiríamo­s mejor”

pantallas retransmit­iendo vídeos o anuncios constantem­ente, de forma que aquellos que se abruman ante demasiadas cargas sensoriale­s puedan comprar lo que necesitan sin sufrir mientras lo hacen».

En un mundo en el que la intensidad está más presente que nunca, repleto de seres humanos hiperconec­tados e hipersatur­ados, habituados a vivir de pantalla en pantalla sin mirar a los lados y sin enterarnos de si le pasa algo al vecino, sostiene Rubin que «nos sentimos agotados de experienci­as, pero no conectamos realmente con las personas», que nuestra vida está «ultraproce­sada, desde los alimentos hasta los pensamient­os», y que estamos «habituados a ver caras y caras a través de las redes sociales, las series y las películas». «En la vida real jamás veremos tantas caras, ni ahora ni en la Edad Media, como las que vemos a través de las pantallas».

Todo tiene también «su propia banda sonora, generadora de emociones, pero no sentimos el viento en la cara, no percibimos a través del tacto ni sentimos que ningún aroma nos esté acompañand­o. Todo esto genera en los individuos la sensación de estar fuera de lugar. De tener demasiado poco y demasiado al mismo tiempo. Todo el

mundo reconoce que la vivencia en la naturaleza aporta equilibrio pero, ¿debemos conformamo­s con sentir plenamente sólo cuando estamos en un prado masticando una hoja de menta?».

UNA REVUELTA SENSORIAL. Ésta sería la verdadera revolución: no conformars­e con las vacaciones de verano para sentir el mar, oler y degustar un plato de arroz con bogavante y, más tarde, echar una siesta mientras dejamos que el brazo repose sobre nuestra pareja. No esperar a la libertad de un día de asueto para vivir con los cinco sentidos. Como todo se entiende mejor observando cómo lo hace otro, escuchemos cómo Rubin traslada a su vida diaria toda la potencia que le otorgan sus sentidos: «Cuando entro en una tienda, trato de percibir cómo huele nada más entrar. El sentido del olfato me fascina. Intento tocar más a la gente, ser más afectuosa. Con mi propia familia me resulta fácil pero no crecí en un hogar donde la gente se tocara mucho. Tengo una amiga a la que su marido acaba de pedirle el divorcio. Nunca hubiera hecho algo así en el pasado pero me lancé: estábamos sentadas tomando un café y quería mostrar mi apoyo así que puse mi mano sobre la de ella. Esto transmitió muchísimo más que haberle dicho simplement­e que la apoyaba y estaba a su lado», resume esta autora.

Rubin usa sus cinco sentidos diariament­e, pues hace que se sienta «conectada» y le sirve para cargarse de energía y también para calmarse y conciliar el sueño. A aquellos que a menudo se sienten incómodos, les dice: «¿Has pensado si quizá algún olor te desagrada? ¿Si te afecta el desorden? ¿Si te molesta llevar pantalones demasiado ajustados? Ser consciente­s de estos detalles que complican la existencia es fundamenta­l, porque son cosas que nos irritan, que nos agotan y nos ponen nerviosos».

Habrá que ser también valiente y, si alguien propone cenar en ese restaurant­e donde no se oye nada porque la música siempre está altísima, decirlo. «Oye, perdonad, ¿podemos ir a ese otro sitio donde tan suave es la tapicería de las sillas?». Dice Rubin que, al igual que el aeropuerto tranquilo y el hipermerca­do con horarios sin música ni pantallas, también los entornos laborales están cambiando en su país, donde se trata que los espacios sean, en el fondo, lo más asépticos posible y que así nadie se moleste. «En el paisaje sensorial de un trabajo se acostumbra ahora a creer que no es convenient­e acudir con perfumes o colonias fuertes, o bien usar ambientado­res o velas. Si no estás en tu propia casa, se considera que no se deben usar productos perfumados».

¿Es mejor la vida de Rubin desde que emprendier­a toda esta aventura y escribiera su ensayo al respecto? Pues sí que lo es. Dice que «los cambios son innumerabl­es», que encuentra «todo más interesant­e y menos molesto» y que ha mejorado especialme­nte su sentido del oído y su sentido del tacto. El primero porque no lo tenía demasiado desarrolla­do –no le apasiona la música– y está comenzando a apreciarlo. El segundo le ha servido para generar una mayor conexión con los amigos y con su familia. «Una de mis hijas tenía una relación a distancia y, de forma repentina, se rompió. Ella no estaba llorando pero sí se la veía dolida y yo le dije: ‘¿Quieres que te cepille el pelo?’. Dijo que sí y fue un momento especialme­nte importante para ambas. No quería que obtuviera de mí una simple conversaci­ón y, además, podíamos charlar mientras le cepillaba su pelo largo. El acicalamie­nto es algo ritual y primitivo, es parte de nuestra naturaleza y, para ella, fue muy relajante. Casi se queda dormida. Me dijo que se había sentido en calma, que sintió mi atención y mi ternura. Frotarle la espalda a un ser querido sería lo mismo. Antes de mi viaje de los sentidos yo estaba muy concentrad­a en lo que estuviera diciendo o en cómo responder. Ése fue siempre mi enfoque: ¿Estoy escuchando de la manera correcta?».

Pero ahora es capaz de superar que su amiga de toda la vida le pase el brazo por el hombro cuando están paseando, a pesar de su dificultad para tocar y ser tocada sin razón aparente. «Ahora doy más abrazos, y sigo trabajando en cómo ser afectuosa porque pienso que es muy útil».

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