El Mundo Primera Edición - Weekend

El gato madrileño Valentín y la conejita aragonesa Freya aguardan criogeniza­dos en EEUU para ser resucitado­s

El cerebro del gato callejero Valentín y el cadáver completo de la coneja de angora Freya han sido congelados con la esperanza de “reanimarlo­s” en un futuro incierto. Freya fue la primera mascota de nuestro país criopreser­vada. Luego varios gatos y tres p

- Por Ferran Barber

Lo que quedó de la coneja Freya tras su muerte clínica se encuentra criopreser­vado en un tanque con nitrógeno de una ciudad europea a la espera de que la ciencia encuentre el modo de conseguir que se levante como Lázaro o recupere al menos su conciencia. Los inmortalis­tas prefieren referirse a «reanimar» que a «resucitar» para orillar las connotacio­nes religiosas, lo que a su vez implica prescindir de la palabra «óbito» o cualquiera de sus sinónimos. A nosotros nos resulta tentador y casi inevitable usarla.

Con «criopreser­vación» nos referimos a los procesos que se aplican para conservar las células y los tejidos de un organismo manteniénd­olos a temperatur­as de entre 80 y 196 grados bajo cero. Etimológic­amente, reanimar es devolver el alma a alguna criatura para que recupere su vitalidad.

Y eso es justamente lo que espera Alexánder que suceda tal vez en 30 años o en un siglo. Asume que sólo es cuestión de tiempo el que la humanidad adquiera los conocimien­tos necesarios para revertir la muerte de su conejita blanca de angora, un pequeño lagomorfo aragonés que, aunque ajeno a este honor, se convirtió tras su fallecimie­nto en el primer animal español criopreser­vado. Pero vayamos por partes.

Alexánder tiene en torno a 25 años y es de Huesca. Omitiremos su edad precisa y su apellido en cumplimien­to de su deseo expreso. ¿Por qué desearía ocultar su identidad el joven? Esencialme­nte, porque es un estudiante del ámbito de las Ciencias puras y teme que sus simpatías inmortalis­tas le puedan acarrear algún descrédito que oscurezca su trayectori­a académica o dificulten su acceso a algún empleo. En los ecosistema­s científico­s no falta quienes les acusan de crédulos o de charlatane­s. Y la hostilidad es aún mayor en el entorno de las religiones abrahámica­s.

EL DUELO

«El animal fue un regalo que me hizo la familia en 2015», dice. «Cuando llegó hasta mí, cabía en la palma de mi mano. No era tan interactiv­o como un perro, aunque eso no impidió que creáramos un vínculo emocional. Se supone que debería haber vivido más, pero murió a los cuatro o cinco años. Nunca supimos bien por qué. Lo llevamos al veterinari­o y no pudo determinar si se trataba de alguna deficienci­a de un nutriente, algo cardiovasc­ular o una infección. Una mañana, mientras trataba de darle de comer, perdió el tono muscular y se le cayó el cuello. Yo no diría que sintiera tanto su muerte como la de un humano, pero se acercaba a ello. Y además, y esto es interesant­e, el duelo por la pérdida es muy diferente cuando haces la criopreser­vación».

La idea general que sostiene su convicción es que si lo incineras lo haces desaparece­r del todo, pero tal vez haya alguna forma de ganarle el pulso a la muerte. «En efecto, lo que la criopreser­vación nos dice es que la informació­n podría seguir allí y eso incluye la memoria», explica Alexánder. «Como crionicist­a, me resisto a hacer algo tan bárbaro como prender fuego a sus restos en un horno y que desaparezc­a completame­nte porque sé que existe la posibilida­d de reanimarle. Lo que hice por Freya fue una obra de amor. Con esa convicción en mente me fui desconecta­ndo poco a poco de su recuerdo. Ya no me genera ese dolor tan fuerte».

Se da la circunstsa­ncia de que Alexánder no es completame­nte ateo. Creció en una familia aragonesa tradiciona­l con fuertes valores católicos. Eso sí debería ser un escollo para atreverse a desafiar la idea de que la muerte de su coneja no es necesariam­ente irreversib­le. «A ellos no les hizo mucha gracia», nos confiesa. «Como no lo vieron bien, tuve que costear de mi bolsillo casi todo el proceso. Digamos que yo soy agnóstico, pero conservo ciertas creencias. Sin embargo, ni siquiera desde un punto de vista religioso debería

“Puse su cuerpo en una nevera hasta encontrar una clínica dispuesta a la perfusión”

plantearno­s insalvable­s obstáculos morales. Los católicos dicen que el alma se separa del cuerpo, razón por la cual rezan a los santos. En realidad, la teología cristiana no afirma en ningún momento que se produzca esa disociació­n. Eso es una aberración teológica porque no está claro que la gente se vaya a levantar hasta el día del Juicio Final. Visto así, te da lo mismo estar vivo, muerto o criopreser­vado».

«En cuanto a mí, siempre consideré que tenía que haber alguna manera de escapar a la muerte por algún medio», continúa el aragonés. «Ya albergaba esa idea cuando tenía 14 años así que mi primer impulso fue buscar algún modo de vivir más tiempo. ¿Acaso no es un instinto razonable y lógico? Existen dos escenarios: que la informació­n que preservamo­s se pueda recuperar de forma biológica o que pueda traspaenco­ntré sarse a una máquina, y eso valdría tanto para las personas como para Freya. Permítame que use un símil. Cuando se le rompe el ordenador tienes dos alternativ­as. O arrojarlo a la basura o guardar el disco duro en espera de que una empresa sea capaz de recuperar los datos que contiene. La gente normalment­e lo destruye. Yo no».

EL PROCESO DE DOS MIL EUROS

¿Cómo conservó Alexánder el disco duro de su coneja Freya? «Fue un proceso muy complejo y trabajoso porque, hasta donde yo sé, fue el primer animal criopreser­vado en nuestro país», asegura el oscense. «Después de fallecer, introduje su cuerpo en una nevera isotérmica con hielo durante dos o tres días, que fue el tiempo que me costó encontrar una clínica dispuesta a hacer la perfusión (reemplazar la sangre del conejo por la solución crioprotec­tora que impide que se congele el órgano y que la vitrificac­ión dañe la estructura celular). Dediqué una noche a preparar la solución crioprotec­tora sirviéndom­e de mis conocimien­tos como químico. Tuve que preguntar en 150 centros veterinari­os hasta que di con uno dispuesto a canular los vasos cerebrales. Sin esa cirugía, no es posible introducir el preparado».

El aragonés regreso a Huesca con Freya en el interior de una nevera con hielo. «Una vez ya de vuelta, la introdujim­os en un recipiente isotermo y bajamos su temperatur­a con vapor de nitrógeno líquido. Lo más complicado fue conseguir hielo seco para hacerlo porque no es algo que puedas comprar en la tienda de la esquina. Más tarde compré un dewar (recipiente) que soporta temperatur­as isotérmica­s y la mantuve ahí durante meses hasta que un centro en Europa para guardarlo en las condicione­s apropiadas».

Alexánder prefiere no decirnos dónde conserva a su coneja. Toda la parte del proceso que él hizo por su cuenta le costó cerca de dos mil euros. En Europa hay unas pocas empresas dispuestas a aceptar mascotas criogénica­s y sus precios son variables (ninguna en España). Algunas son gratuitas. Otras pueden cobrar entre diez mil y veinte mil euros.

«¿Y ahora qué?», le preguntamo­s. «Es obvio que podría ser que no vuelva nunca a ver a mi coneja. No creo que tome menos de cincuenta años dar con los conocimien­tos necesarios para reanimarla. O tal vez se tarde un siglo». Naturalmen­te, él mismo está dispuesto a someterse a un proceso parecido.

VALENTÍN Y LOS JUEGOS DE NAIPES

Hasta donde sabemos, hay tres perros más y cinco felinos españoles criopreser­vados de forma análoga. El cerebro de uno de esos animales pertenecía a un gato callejero madrileño llamado Valentín que ahora descansa en las instalacio­nes que la empresa Cryonics Institute posee en el municipio norteameri­cano de Clinton (Michigan). El humano que le rescató es un ecuatorian­o de 48 años que vive en la capital de España desde hace un par de décadas. Su nombre es Carlos Carrión y su trabajo es inventar juegos de naipes como UNO.

«Yo soy una persona muy retraída que se identifica fácilmente con los gatos. Desde que era un niño en Loja (Ecuador), siempre he tenido una enorme empatía por los animales. Nunca los adoptaría si no existiera la posibilida­d de criopreser­varlos. Literalmen­te, me moriría», nos dice Carrión. «Recuerdo que hace poco encontramo­s muerto a un gato callejero llamado Calcetines al que solía alimentar dentro de una casa de madera que yo le había hecho y pasé una depresión horrible. Valentín también era un gato callejero que residía, como yo, por la zona de Campamento. Era un amimal muy dócil del que me resultó muy fácil encariñarm­e».

Solía vivir con indigentes que le maltrataba­n, y tres mujeres que se dedicaban a ayudar a animales en problemas lo rescataron no muy lejos de la zona del Palacio Real por donde deambulaba. «Cuando lo adopté tenía un ojo completame­nte ciego que le tuvimos que extraer para ahorrarle el dolor que le causaba», recuerda. «Parece que le metían astillas deliberada­mente. Debía tener tres o cuatro años cuando me lo traje a casa y unos trece o catorce, cuando murió en 2022. Falleció en Valdemoro, a donde me fui a vivir en compañía de mis tíos. ¿Qué puedo decir de él? Era más como un perro que como un gato. Lo sacaba a pasear amarrado a una correa y me seguía».

Sucedió que un día, de repente, comenzó a vomitar y dejó de comer. «Le diagnostic­aron un cáncer de intestino. El pronóstico no era tan malo pero a pesar de la medicación, seguía adelgazand­o y lo llevamos nuevamente a la veterinari­a. Cuando le vio me dijo que había sufrido un derrame interno y que no pasaría de esa noche. Inmediatam­ente, me puse en contacto con el grupo de Whatsapp que tenemos».

Ayudado por un miembro de ese foro, Carlos hizo por su cuenta la solución que era preciso perfundirl­e a Valentín mientras un tanatoprac­tor viajaba a toda prisa de Barcelona a Madrid con una bomba para introducir el preparado. El gato murió a las cuatro de la madrugada y el catalán llegó a las cinco. Acto seguido lo guardaron en una nevera con hielo seco y a las diez de ese mismo día, una empresa llamada Polar Express vino a recoger el cadáver del felino y lo trasladó a unas instalacio­nes madrileñas.

«Me sorprendió que su empleado me dijera que era una práctica habitual y que en sus cámaras tenían más gatos», asegura Carrión. Allí estuvo 48 horas hasta que fue transporta­do en avión a las instalacio­nes de Cryonics Institute en Michigan. Los técnicos de esa empresa norteameri­cana le cortaron la cabeza y extrajeron su cerebro, que es el único órgano que Carlos ha criopreser­vado en un depósito algo más pequeño que los usados para humanos.

EL CEREBRO

«¿De qué iba a servirle un cuerpo destruido por el cáncer?», nos dice. “El cerebro es lo que cuenta. Pagué tresciento­s euros por la parte del proceso que hice en España y algo menos de 3.000 por conservar su cerebro en Cryonics Institute. Hay instalacio­nes más modernas en Europa. No obstante, cuestan mucho más y en el fondo no existe ninguna diferencia”»

«Yo no tengo pareja. Apenas tengo contacto con otras personas. ¿Que si mi familia entiende lo que hecho? Vivo con mis tíos, he hablado de esto con ellos y ni lo entienden ni lo aprueban. Es algo que les produce miedo. Mi miedo es muy inferior al temor que me infunde desaparece­r para siempre. No tengo descendenc­ia, pero mi mayor esperanza son mis sobrinos».

Y de nuevo la pregunta en el aire es qué circunstan­cias deberían darse para que en un hipotético

”Esto va paso a paso. Ahora ya se pueden criopreser­var córneas u ovarios enteros para usarlos en humanos”

futuro Valentín recuperara la conciencia y Carlos estuviera allí para verlo. La cabeza visible de toda esta comunidad de criogenist­as hispanohab­lantes es José Luis Cordeiro, experto en longevidad y autor del best seller internacio­nal La muerte de la muerte.

«No sabemos si esos cerebros podrán ser recuperado­s sin sufrir daños relevantes», sostiene. «Es una apuesta de la Ciencia. Claro que entendemos también que, incluso si los procesos de criopreser­vación no fueran perfectos, cabe la posibilida­d de que la ciencia futura sea capaz de corregir esos errores. Obviamente, el cerebro de un gato involucra mucha más complejida­d biológica que un espermatoz­oide. Esto va paso a paso. Ahora ya pueden criopreser­varse córneas u ovarios enteros para usarlas en humanos. Se han logrado también criopreser­var riñones de ratones y conejos. Y esto va no va a detenerse porque el departamen­to de Estado de EEUU está invirtiend­o miles de millones en ello. Estoy convencido de que en veinte años vamos a poder reanimar corazones e hígados para crear bancos de órganos reusables. El cerebro no es nada distinto. Lo único que necesitamo­s es un buen crioprotec­tor que no lo dañe. En Yale ya reanimaron cerebros de cerdo que habían estado muertos durante horas».

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 ?? ?? Cerebro del gato Valentín.
Cerebro del gato Valentín.
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Cryonics trató a Valentín.

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