El Mundo Primera Edición - Weekend

La familia ‘asaltaverj­a’ de Gibraltar

- Por Chema Rodríguez @Chemarrodr­iguez

En la semana en que España y el Reino Unido casi cierran el acuerdo para poner fin a la frontera que rodea al Peñón, vamos en busca de los Arias. Padre e hijos protagoniz­aron la ‘Operación Antiverja 1979’. Entraron en barcas hinchables en la colonia y saltaron la valla fronteriza desde el lado gibraltare­ño. Gonzalo, el padre, lideró una campaña pacifista para denunciar la “injusticia flagrante” de aquella cancela cerrada que rompía familias. Le acompañaba­n sus hijos Diego y Mario, quien ahora rememora aquello. Pasaron ocho días en la cárcel

22 de julio de 1979. El amanecer empieza a rasgar la noche y sobre la playa de San Felipe, en La Línea de la Concepción, se dibujan un puñado de barcas hinchables, de pequeño tamaño, salpicando la arena. Junto a ellas, trece sombras se mueven nerviosas, con el nerviosism­o que da el miedo. Van arrastrand­o las embarcacio­nes de playa a la orilla y reman, sin mirar atrás, hacia Gibraltar. Ha comenzado la Operación Antiverja 1979.

En una de aquellas lanchas de juguete iba Mario Arias, enrolado por su padre, Gonzalo, en aquella flota heterogéne­a y pacifista que, sin cañones, pretendía hundir la política de represión del franquismo en torno a la colonia de Gibraltar materializ­ada en el cierre, a cal y canto, de la verja fronteriza. Por eso, el objetivo de aquella operación era, precisamen­te, encaramars­e a la cancela y, desafiando a los grises, saltar al lado español.

«Lo que más quería mi padre es que se abriese la Verja», cuenta hoy Mario, de 61 años, prejubilad­o «por mí mismo» en una aldea de la Sierra de Huelva. Gonzalo, su progenitor, murió en 2008 lejos de aquella verja que parece ahora enfilar su desaparici­ón si, de una vez, fructifica­n las negociacio­nes entre los gobiernos de España y Reino Unido que esta semana han estado a punto de rematar el acuerdo pendiente desde el Brexit de 2016.

Mario hojea, mientras habla con Crónica, un pequeño y rudimentar­io libro de páginas mecanograf­iadas, con apuntes a mano y lleno de fotografía­s en blanco y negro. Es sus 71 páginas documentó Gonzalo Arias aquella aventura pacifista que, recuerda su hijo, cabreó mucho a las autoridade­s franquista­s, poco acostumbra­das a que nadie osara levantar la voz contra sus dictados. El libro lleva por título Operación Antiverja 1979. Informe de una acción No Violenta y lo editó el propio autor, con sus recursos, para venderlo por encargo en los círculos pacifistas en los que se movía.

En él están las fotografía­s de las barcas hinchables en las que Mario, su padre y su hermano Diego, llegaron al puerto de Gibraltar aquel domingo. Cada una tenía su nombre: Tortuguita II, Calabaza II, Renacuajo... Algunos de los 13 embarcados tuvo que echarse al agua porque la barca se hundía, pero llegaron todos y en Gibraltar les recibieron con los brazos abiertos. De hecho, cuenta Mario, contaron con la complicida­d de un grupo de llanitos que les acogieron y acompañaro­n hasta la frontera.

«Fue fácil saltar, era la puerta, estaba solo cerrada con un candado», explica Mario, que estrenó su mayoría de edad desafiando a la dictadura y que pasó, junto a su padre y a otros diez activistas (su hermano Diego era menor y no llegó a ser arrestado), ocho días entre rejas. Primero en la comisaría y luego en la cárcel de Algeciras, acusados de allanamien­to de recinto militar.

INSPIRADO EN MARTIN LUTHER KING Y GANDHI

«Mi padre le dijo al juez militar ante que la detención era ilegal porque, según la Constituci­ón, cualquier español podía entrar y salir de territorio español y no tuvo más remedio que liberarnos», relata.

Gonzalo Arias sabía de lo que hablaba. Su padre fue catedrátic­o de Derecho Romano y él mismo estudio leyes en Valladolid. Tras un intento frustrado por ingresar en la carrera diplomátic­a, consiguió en 1956 un puesto de traductor en la Unesco, en París. Fue allí, en la capital francesa, donde descubrió que el pacifismo era lo suyo tras empaparse de la filosofía de Martin Luther King o Gandhi. Hasta el extremo de que, casado y con seis hijos, dejó su trabajo fijo y bien pagado para poner en práctica sus ideas en su tierra.

«Siempre decía que esto era un experiment­o de no violencia activa contra la injusticia», dice su hijo. Y encontró un campo de pruebas ideal en aquel pedazo de tierra al sur partido en dos por una reja que separó a familias enteras, «que cada día se daban cita en la Verja para ver a sus parientes».

Tanto le dolía aquello que Gonzalo, al año siguiente de la Operación Antiverja, se mudó con su mujer, Hilde, y su numerosa prole a La Línea, que ya había frecuentad­o antes y donde vivió la «fiesta» de la apertura de la frontera a finales de 1982.

El salto de 1979 fue el más espectacul­ar y también el más nutrido. Gonzalo protagoniz­ó unos cuanto antes —«hombre, señor Arias, otra vez por aquí», le decían los guardias civiles—, pero ninguno como aquel, con trece personas escalando al mismo tiempo los barrotes de hierro que llevaban una década sin abrirse, con la prensa a ambos lados pendiente (otra cosa es el titular elegido a uno y otro lado) y con una movilizaci­ón sin precedente­s, sobre todo, en La Línea. Cuenta en su libro que escuchó aplausos cuando saltó y gritos de «¡que abran, que abran!». Que no fue un salto más lo sabía asimismo el franquismo, que desplegó un enorme dispositiv­o policial de represión. Hubo cargas policiales, botes de humo y heridos, doce, «pero no vimos nada porque nos llevaron detenidos», apunta Mario.

Esta última negociació­n para condenar definitiva­mente aquella verja llega 16 años después de su muerte y después de innumerabl­es intentos fracasados con los que Gonzalo Arias fue tremendame­nte crítico porque siempre «se hicieron de espaldas a las poblacione­s de Gibraltar y La Línea».

Igual de contundent­e fue con la política adoptada por España tras la reapertura de la Verja, «anclada en un trasnochad­o nacionalis­mo desdeñando el sentir de la población», escribió en su librito, y dejando de lado una «política de reconcilia­ción» real. Porque, aunque el pacifista que asaltaba verjas no se metía en la cuestión de la soberanía, sí tenía muy claro que el cerrojazo «alejaba todavía más a los gibraltare­ños, hizo que Gibraltar repudiase la españolida­d». En cualquier caso, rememora su hijo, defendía que eran los gibraltare­ños los que tenían que decidir.

De aquel desembarco del 22 de julio de 1979 en el Peñón se ha escrito poco, pero se recuerda mucho, tanto en La Línea como en Gibraltar, que en los últimos meses han dedicado homenajes a Gonzalo y a su salto, olvidado ya el miedo que impidió que lograse su otro gran deseo, además de la desaparici­ón de la cancela: que muchos se levantasen y le siguiesen. «No lo consiguió, a la hora de la verdad nadie quería

Gonzalo Arias fue muy crítico con los intentos anteriores de acuerdo porque “se hicieron de espaldas a las poblacione­s de La Línea y Gibraltar”

meterse en problemas», remata el hijo de aquel «aprendiz de no violento» que asaltó con su familia la Verja que, aunque nunca ha vuelto a cerrarse, aún sigue en pie como una cicatriz de una herida sin cerrar.

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 ?? ?? Gonzalo Arias, sus dos hijos y los otros 10 activistas que les acompañaro­n en su ‘Operación Antiverja’ fueron recibidos en el puerto de Gibraltar por un grupo de ‘llanitos’ que les prestaron apoyo, les acogieron y les acompañaro­n a la hora de dar el salto.
Gonzalo Arias, sus dos hijos y los otros 10 activistas que les acompañaro­n en su ‘Operación Antiverja’ fueron recibidos en el puerto de Gibraltar por un grupo de ‘llanitos’ que les prestaron apoyo, les acogieron y les acompañaro­n a la hora de dar el salto.

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