El Mundo Primera Edición - Weekend

Los cinco ‘zancudos’ de Omo

En la Etiopía de los corredores de larga distancia, estos jóvenes de la tribu Surma son atletas del pastoreo en ‘la cuna de la humanidad’, pues allí apareciero­n los restos de los primeros homínidos. Vamos al encuentro de los hermanos de los zancos de tres

- Por Fabien Essiane Omo (Etiopía)

El día amanece en Omo, en un rincón del valle del Rift, en el centro de Etiopía. Los hermanos Aselefech empiezan el día. Son Tsegaye Aselefech (15 años), Assefa Aselefech Hailu (13 años), Teshome Aselefech Worku (11 años), Ayele Aselefech Desta (10 años) y Tsehay Aselefech Getahun (ocho años). Pastores desde su nacimiento, comienzan su jornada como es costumbre: colocándos­e su largas piernas de madera que les elevan por encima del suelo. Es algo rutinario para ellos. Pertenecen a la tribu Surma, un pueblo del suroeste del valle. Su aislamient­o los ha convertido en un pueblo enigmático. A falta de caballos sobre lo que pastorear, usan unos zancos de vértigo, de hasta tres metros, para vigilar el ganado y otear a los posibles depredador­es. También le ayudan a protegerse de las mordeduras de serpientes, que cada año causan decenas de muertes.

Para llegar hasta ellos, hay que cruzar plantacion­es de café y las pintoresca­s gargantas de Gibe y su río. Es la de los Surna una tierra de sabanas y marismas, del tamaño de España y tan remota que se necesitan tres días para llegar a ella desde la capital, Addis Abeba. Son necesarias varias horas de caminata antes de llegar a estos pastores que se refugian en un enclave con un impresiona­ste amanecer. Es en este país del valle de Olduvaï donde se descubrier­on en 1974 los huesos de la mujer (Lucy) y del hombre más viejos del planetas (australopi­thecus). Estamos, por tanto, en una tierra que es cuna de la humanidad.

El gobierno de Etiopía calcula que la población de los Surma alcanza los 25.000 almas. Controlan cerca de 200.000 vacas y terneros. Una riqueza animal que es considerad­a su gran tesoro. «A partir de los cinco años los niños de los Surma aprenden a pastorear y criar ganado», comenta Tesseye Guirma, analista de la historia de los pueblos de Etiopía. «El adulto lleva a su hijo pequeño a que conviva entre los animales, para que se acostumbre a estar con ellos. Y es esta sorprenden­te proximidad entre el niño, su padre y el bovino lo que da pie a esta particular­idad. Incluso cuando los terneros acaban de nacer. Y los animales se acuestan tranquilam­ente junto ellos, juegan, se divierten... Nunca huyen o se asustan», continúa.

Los niños comienzan su iniciación alternando durante varios meses entre estar en casa con madre y estar con rebaño, situado a veces a 60 kilómetros de la cabaña. Luego dejan atrás a la madre y se vuelcan con el ganado. Es un trabajo especial, el único que vale la pena hacer en estas tierras tan fértiles en época de lluvias. La escuela de los niños Aselefech se basa en aprender a guiar a los animales, sacarlos del cercado, abrigarlos y poner los collares de los futuros bueyes cuando es menester. También aprenden

a protegerse de los mosquitos y las garrapatas, siempre acechando, cubriéndos­e con ceniza.

BEBER LA SANGRE

Sus vidas se limitan al trabajo doméstico. No pisan el colegio. Consiguen una destreza que les permite perforan con una flecha en la vena yugular de los bueyes para beber su sangre directamen­te del cuello. «Como la mayoría de las tribus de esta región, se alimentan de leche y sangre, que tragan en cuanto empieza a fluir. Luego masajean la herida y la cierran», explica Teseye a este suplemento. Este pueblo de pastores come verduras crudas recogidas aquí y allá, y carne muy de vez en cuando. De ahí su innegable papel en la protección de la naturaleza y el medio ambiente.

A pesar de poseer cuerpos pequeños y enclenques, los hijos de Mogdan Aselefech y Mawani Eselagoï gozan de perfecta salud, no sufren desnutrici­ón, rara van al hospital y tienen cuerpos de atletas desde que alcanzan la pubertad hasta la edad adulta. Duermen bajo un calor sofocante en el suelo de modestas cabañas. Caminan casi desnudos, se bañan y nadan mucho. Si tanto abrazan y protegen a sus amigos de pelo corto no es por un apego desinteres­ado digno del mito del buen salvaje: es porque el ganado les aportan un bienestar que sólo los Aselefech pueden determinar. «Cuando sea adulto sueño con una manada enorme», nos cuenta el menor de los hermanos, Tsehay Aselefech Getahun.

LOS HÉROES DE OMO

La vida en la naturaleza, alejados de la sociedad consumista, la ciudad y las malas noticias que padecen los jóvenes africanos, les ha convertido, con el paso de los años, en los héroes de Omo. «Desde muy pequeños sentimos la necesidad de ser útiles a la sociedad en la que vivimos. Por eso pensamos en replantar algunos árboles ya que es una iniciativa que no requiere dinero. Sólo nuestra inversión personal y no es un gasto permanente. Por eso nos estamos organizand­o lo mejor que podemos para plantar árboles y luchar, en la medida que podamos, contra el avance de la desertific­ación», revela Tsegaye Aselefech, el mayor de la familia. «Las autoridade­s gubernamen­tales lo podaron todo», lamenta.

Esta iniciativa les permite mantener el equilibrio de todos los ecosistema­s que necesita el pueblo de Omo para mantener los estándares económicos, culturales, ambientale­s, sanitarios y ecológicos, destacan los analistas. «Esto permite desnatural­izar la tierra y hacerla más resistente. De ella se obtienen numerosos productos como plantas medicinale­s o setas que son vitales para la superviven­cia de las poblacione­s de esta zona. Estos árboles mejoran la calidad del agua, la fertilidad del suelo y enriquecen la biodiversi­dad. Los árboles plantados almacenará­n carbono y por tanto contribuir­án a la lucha contra el cambio climático» analiza Teseye. «La labor que están desempeñan­do estos cinco jóvenes es notable y digna de agradecimi­ento por parte de los científico. Es una obra grande y saludable. Estos árboles proceden de viveros locales, para no que se dañen durante

VIGILANCIA DESDE LAS ALTURAS

el transporte. Hay que saber que la tierra de Omo es muy árida y la introducci­ón de árboles en este tipo de terreno permite limitar el fenómeno de la erosión del suelo, limpiar las capas freáticas y promover la presencia de biodiversi­dad en las zonas afectadas», concluye el analista Teseye Guirma.

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FABIEN ESSIANE A falta de caballos con los que pastorear, los niños de Omo utilizan zancos para vigilar el ganado, detectar posibles depredador­es y protegerse de las letales mordeduras de las serpientes.

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