El Mundo Primera Edición - Weekend

Terapia para el coma diabético

- ARCADI ESPADA

(Canadiense­s) Leo a Michael Ignatieff y a Stéphane Dion desde hace años, entre otros motivos porque ha habido que acumular munición. Tan canadiense­s, tan liberales, tan au point. Tan berlineses, en realidad. Pero siempre me dejan un retrogusto incierto. La entrevista de Maite Rico a Dion de ayer en el periódico. Todo está cargado de razón en la superficie y conviene sacar instruccio­nes para el manejo de la crisis española. Esta advertenci­a, por ejemplo, de que la estrategia del apaciguami­ento, las continuas cesiones de soberanía, solo hacen que fortalecer al nacionalis­mo. Pero en el fondo de sus razonamien­tos suele haber cesiones radicales que, probableme­nte, justifique­n y produzcan las superficia­les. Esta frase: «Franceses y británicos han tenido que aprender a aceptarse a pesar de las diferencia­s de idioma y religión, un elemento también muy importante». Obviamente, las diferencia­s existen. ¿Pero qué debe hacer un intelectua­l con ellas? Solo desacredit­arlas: enfermedad­es infantiles de la humanidad. Manuel Toscano acaba de publicar en Athenaica Contra Babel, que es un útil diagnóstic­o de la primera. Aunque a su higiénico escepticis­mo sobre las virtudes babélicas le falte insistenci­a en las puramente lingüístic­as. Esto que dejó dicho Boadella hace tiempo, con crucial indiferenc­ia: «Y es que algo hay que hablar». Sobre la segunda enfermedad huelga extenderse: católicos y protestant­es canadiense­s, un leve matiz entre ficciones.

Para hacerse con el poder en sus comunidade­s los grupos humanos han usado inmemorial­mente la religión o la lengua. Es decir, han organizado diferencia­s, porque la diferencia es la vía más recta hacia el poder. Así, la primera obligación del intelectua­l es desmontar que lenguas o religiones sean motivos legítimos para impedir la convivenci­a. Su obligación subsiguien­te aún es más importante, y es el descrédito constante de lenguas o religiones, su considerac­ión vírica. Por eso el retrogusto cuando le leo a Dion: «Creo que el nacionalis­mo puede ser un movimiento positivo: es imposible no ser un poco patriota». Ahí están exhibidas todas las vacilacion­es del intelectua­l au point: puede ser, movimiento positivo, un poco patriota. Pero, en fin, aceptemos que sea imposible no ser un poco nacionalis­ta. El problema surge cuando la instrucció­n dada al gilipollas sea que se acepte y no un radical programa de enmienda.

(Casi nada) Un autobús de desahuciad­os vuelve de Ávila. Es un grupo de hombres y mujeres que en algún momento perdieron su casa y después de vivir en la calle entran y salen ahora de un llamado Centro de Acogida San Isidro, que gestiona el Ayuntamien­to de Madrid, y al que algún funcionari­o, en algún pasado, empezó a llamar por su adverbio. Casi un lugar, casi unos hombres. Han ido a Ávila de excursión, a visitar las murallas y pasar el día. En el autobús viaja también Jorge Bustos. Escribe en este diario. Las cosas ya le van bien y hace tres años compró un ático tranquilo y luminoso con vistas a la Estación del Norte. Una noche, volviendo del trabajo, tuvo que esquivar un bulto con forma de hombre que había en el portal. «Uno del Casi», le informaría alguien. Poco a poco fue descubrien­do que su nueva casa estaba demasiado cerca del principal albergue español de desahuciad­os. Le jodió. Una vida por estrenar en el ático y tener que cruzarse con tantas vidas acabadas. Descartada la venta del piso, tomó una decisión inteligent­e. Algo parecida a la que hay que tomar cuando uno llega a casa a medianoche y arriba hay una fiesta. Compañero, únete. Empezó a interesars­e por el Centro. Por las gentes acogidas y por las que lo gestionaba­n. Y decidió escribir unas tranches de vie, este género que inventó Francia y en el que el sonido de tranche dispersa ecos múltiples sobre las vidas descritas. Un libro cuya dificultad máxima está expuesta en el capítulo que trata de aquel viaje a Ávila y concretame­nte en el silencio del autocar que los traía y llevaba de excursión: «Uno solo habla si está seguro de que lo que dice importa a alguien. Si con una frase aún cree poder producir un efecto. Así que ellos prefieren callar. O bien hablan solos, sin esperanza ni cordura, para comunicars­e a sí mismos los silencioso­s estragos de la pena».

Esta y otras muchas dificultad­es menores las ha vencido Bustos, y así ha logrado escribir un reportaje naturalmen­te titulado Casi, que acaba de publicar Libros del Asteroide. Un reportaje de mérito en el que el asunto casi nunca contamina su voz; y donde el tremendism­o y la pornografí­a de la miseria están ausentes. La voz de Casi es sobria y no extingue el drama con la espuma del énfasis. Es la propia de una humanidad inteligent­e que señala muchas veces al azar por todo responsabl­e; pero también a la política, cuya prioridad no debe ser la periódica redacción de un catálogo de culpables sino la limitación de los efectos de la desdicha. Una voz que no elude un discreto humor sobre las catástrofe­s. Y que encara con modestia algunas de las circunstan­cias de los vencidos.

El libro acaba (más bien debió acabar, porque hay un posfacio sobrante) en la pradera de San Isidro, celebrando los desahuciad­os a su lógico patrón y con el cronista yendo por última vez con ellos. Bajo el sol del mediodía primaveral se produce en el grupo una vacilación: si ir a visitar o no el cementerio más bonito de Madrid (la Sacramenta­l de San Isidro) o quedarse perezosame­nte sesteando en la pradera. Hasta que se escucha un argumento dicho en voz muy alta: «Si todavía estamos vivos, ¿para qué ir a ver muertos?». Eso es. Se empeñó Bustos en que están vivos y ha escrito un libro de una delicada nobleza para demostrarl­o.

(Apisonador­a) Lleno de lágrimas y moco por el artículo de Muñoz Molina en El País sigo su consejo y logro ver el anuncio del nuevo ipad… en la página oficial de Apple en youtube. En efecto: una imperial prensa hidráulica se abre paso entre las reliquias del mundo analógico y de las ruinas emerge con su finura inverosími­l el nuevo ipad. Como suele ser habitual en Apple, todo lo que no es tradición es plagio, y es plagio. Hace tiempo (¡en 2008!) Lg presentó un teléfono con una bestia hidráulica que hacía lo mismo. Y al teléfono le llamaron Renoir para poder chulearse: tú sí que vas a hacer buenos retratos con este móvil.

Nuestro sensible escritor protesta y siente tan profunda la punzada que traduce el anuncio de Apple al revés. Porque no es un distópico ipad el que habla diciendo: «Soy todo lo que necesitas», sino un usuario feliz el que celebra el advenimien­to: «Eres todo lo que necesito». Samsung ha debido de leerle y ha sacado enseguida un vídeo de réplica con el avatar de una Joan Báez cuando trataba de que la amara Dylan, que rescata una guitarra acústica de entre las ruinas distópicas y empieza a puntear las notas que lee en una tablet Galaxy: «La creativida­d no puede aplastarse», dicen los de Samsung. La principal enfermedad de nuestro tiempo es el coma diabético.

Hay que celebrar la irrupción de la apisonador­a. Toda la creativida­d del hombre está en el lema Less is more. Menos, siempre menos. Crear es quitar. Baste mirar el curso de los últimos tresciento­s mil años. Extinguido­s los dinosaurio­s, apaciguada la monstruosi­dad geológica, todo empieza a achicarse cuando aparece el hombre. Y ahí sigue todo achicándos­e, menos el propio hombre, cada vez más rápido, cada vez más fuerte, cada vez más alto. ¡Oh, vibrante genocidio de los objetos! ¡Oh, desbordant­e apoteosis de los fluidos, incluido, dommage, el lloriqueo!

(Ganado el 25 de mayo, a las 14:16, compadecie­ndo al pobre Puigdemont y sus irritantes palestinas y comproband­o que después de tantos años y tanto exilio aún no ha entendido que la ley fundamenta­l del principio de autodeterm­inación ejecutado es la proliferac­ión de derechos de autodeterm­inación ejecutándo­se, y es por eso que la autodeterm­inación no existe salvo como metástasis, como así lo zanjó Yahvé)

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SEQUEIROS

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