El Mundo Primera Edición - Weekend
Falsos dilemas para problemas reales
EL PRESIDENTE del Gobierno es un experto en convertir asuntos poliédricos en figuras planas. Justifica cada decisión controvertida con un falso dilema. Y como para imponer una decisión no hay nada más efectivo que denigrar las alternativas, el presidente suele estampar a sus falsas dicotomías un sello de moralidad: no basta con que la decisión adoptada sea la correcta, debe ser también la única éticamente respetable.
La falacia del falso dilema no consiste en limitar a dos las posibles soluciones y después elegir. Al contrario: el demagogo primero elige y después, para hacer valer su elección, finge que existe una única alternativa fatal: o aplaudir la amnistía o ser cómplice de la confrontación, o apoyar la revalorización de las pensiones o negar la dignidad a los pensionistas… Los españoles estamos constantemente forzados a elegir entre ser buenas personas o llevar la contraria a Pedro Sánchez.
La última muestra de esta lógica falaz la hemos visto a propósito de la decisión del Gobierno de reconocer el Estado Palestino. Una decisión cuestionable que el presidente promociona como la única moralmente aceptable: «quiero que los españoles estén satisfechos de que su Gobierno ha estado en el lado correcto de la historia». Para esquivar las críticas, el presidente se pregunta si acaso los más de cien países que ya reconocen a Palestina son también cómplices del terrorismo.
Obvia que el problema no es el reconocimiento, sino el reconocimiento post 7 de octubre, pero la pregunta es razonable. Es una lástima que no se pregunte si los países que no han reconocido a Palestina (Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia, Canadá…) son acaso cómplices de la guerra. Líbrenos, señor presidente, de sus falsos dilemas y asuma que tener reservas respecto al reconocimiento del Estado Palestino en este momento no equivale a oponerse a la paz. El lado bueno de la historia no siempre es fácil de detectar, no siempre es único, y no siempre coincide con el lado electoralmente más rentable.
El urdidor de falsos dilemas pasa por alto que, si sus tesis son ciertas, su arbitraje no tiene valor. Si su postura es la única aceptable, ¿dónde está el mérito? Por eso me cuesta entender la solemnidad que Pedro Sánchez imprime a sus decisiones. Para decidir entre oro y carbón no hace falta un estadista genial. Bastaría con un niño de cinco años o un ministro.