El Mundo Primera Edición - Weekend
París, listo para el cambio generacional
Estamos ante un torneo propicio para alumbrar un nuevo campeón
Nunca quise mirar los cuadros. «No me digáis nada», imploraba a mi equipo, sólo pendiente del primer partido. No quería hacerme muchas películas ni manejar hipótesis. Estaba en mi mundo, evitaba pasar tiempo en las redes sociales y navegar en internet, con el fin de mantenerme a salvo. Mejor así. Miren sino. Rafael Nadal debutará mañana ante Alexander Zverev en el que puede ser su último Roland Garros. Un duelo que supondrá de por sí un enorme desafío para el mejor jugador de la historia de la tierra. Todo un marrón también para el alemán, que a buen seguro habría preferido tras su reciente triunfo en Roma cualquier otro adversario. Cómo no aplicar aquello del «partido a partido».
A estas alturas, haga lo que haga, Nadal será el campeón del torneo, al menos en el corazón de todos quienes venimos disfrutando de sus hazañas desde hace tantos años. Llega como ha podido llegar, sitiado por los contratiempos físicos y sin el aval de un torneo en el que haya podido encadenar victorias significativas que le proporcionaran la confianza que precisa. Pero, ojo, es Nadal y es la Philippe Chatrier.
Carlos Alcaraz tendrá más margen para adquirir ritmo, al no toparse con adversarios tan cualificados desde el inicio. En un torneo a cinco sets, siempre se impone el mejor. Es el número tres del mundo, ya ha ganado Wimbledon y el Abierto de Estados Unidos, se mueve bien sobre tierra y cuenta con la experiencia asimilada de lo que le sucedió el
pasado año en la semifinal frente a Novak Djokovic. Fue normal que sintiese la responsabilidad del momento. Era parte del proceso. Cuando me tocaba enfrentar ese tipo de partidos, ya los había disputado 50 veces en mi cabeza. Es inevitable. Llevas entrenando toda tu vida para estar ahí. Eso que te dicen, «vive el aquí y ahora», es muy bonito sobre el papel, pero es difícil de aplicar. Al principio de mi carrera era yo contra el mundo, lo autogestionaba sola. Fue en los últimos años cuando conté con un psicólogo.
Jugadores tan consagrados como Djokovic también ofrecen muestras de debilidad. Después de ganar tres Grand Slam en 2023, es lógico que haya dado un bajón. Creo que estamos ante un torneo propicio para un nuevo campeón. Los favoritos de toda la vida ya están en otra edad. Cuando llevas tres horas en pista y tienes 36, 37 o 38 años, tu energía no es la misma, aunque el serbio sigue siendo uno de los candidatos al título.
Suele decirse que Roland Garros es el más exigente de los majors. Permítanme discutirlo, al menos desde mi experiencia. El Abierto de Estados Unidos tiene servidumbres añadidas a la propia competición, como son los largos desplazamientos. Cualquier jugador de élite entrena lo suficiente como para encontrarse listo ante las demandas físicas de estos torneos. Jugar es lo que mejor sabemos hacer y contamos con un equipo para facilitar la recuperación. También Wimbledon es duro. Te presentas allí casi sin oportunidad de haber realizado un trabajo específico para la hierba. Te duele el tobillo, el abductor, te duele todo. Volvamos a París. Entre las mujeres, el guion está más definido. Manda Iga Swiatek, tricampeona del torneo y demoledora sobre tierra, con la alternativa de Aryna Sabalenka, a quien ha superado en las dos últimas finales, en Madrid y en Roma. Ahora mismo, no veo a jugadoras españolas con opciones de hacer algo grande. Paula Badosa está mucho mejor de lo que estaba, como demostró en Roma. Pero aún no es momento de poner demasiada presión sobre ella. Todavía es joven, y tal vez no tarde en expresar todo el tenis que lleva dentro.