El Mundo Primera Edición

El futuro de Chile no puede venir del extremismo

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EL TRIUNFO arrollador del no al texto constituye­nte que abanderaba el propio presidente Boric en Chile arroja una primera lección que nunca conviene olvidar: el radicalism­o ideológico jamás dotará a ninguna democracia de un futuro compartido. Los chilenos acumulan suficiente experienci­a democrátic­a y conciencia institucio­nal como para rechazar rotundamen­te la perspectiv­a de una Constituci­ón de parte, aderezada con todos los dogmatismo­s divisivos de la política identitari­a, en especial de un indigenism­o que anula la noción ilustrada y universal de ciudadanía para imponer el regreso emocional a la tribu. Los chilenos desean un texto alternativ­o al de Pinochet, pero en ningún caso un pendulazo en sentido opuesto que encauce las obsesiones revanchist­as de unos pocos para regir con ellas a toda la sociedad.

Las naciones que progresan en libertad e igualdad nunca se fundan en el sectarismo. En España lo sabemos muy bien, y por contraste con la experienci­a fallida del proceso chileno se aprecia mejor el mérito de nuestra Transición, capaz de unir a los distintos en torno a ese gran proyecto de reconcilia­ción que fue la Constituci­ón de 1978; la misma que anhelan tumbar los parientes ideológico­s españoles del populismo chileno de izquierda. Pero para alcanzar la literalida­d de una Carta Magna en la que se reconozca la mayoría, es preciso hacer renuncias desde todas las partes. Y lo que el referéndum del domingo ha dejado claro es que la mayoría social no comparte en absoluto los postulados ideológico­s de un movimiento de activistas iliberales que pretenden combatir la desigualda­d económica a base de extremar la desigualda­d jurídica.

Es evidente que el crédito político de Boric sale malparado de esta cita con las urnas. Su compromiso con la opción afirmativa no fue ni mucho menos superficia­l: se implicó a fondo en la campaña del sí y los chilenos, que lo eligieron por un corta ventaja sobre el candidato de la derecha populista –ganó precisamen­te porque giró hacia la moderación en la recta final de las elecciones–, acaban de enviarle un mensaje contundent­e en el mismo sentido: desean moderación y concordia, no aventuras extremista­s. De momento Boric se ha apresurado a anunciar una renovación de su gabinete y la apertura de un tiempo de pacto para cuyo éxito será imprescind­ible el talante constructi­vo del centrodere­cha. Sin el concurso de las fuerzas herederas de las dos grandes pilares de la democracia chilena, liberales y socialista­s,

Chile no saldrá del marasmo institucio­nal en el que vive y que tantas energías le absorbe.

Si lo que pretende es ser recordado como un estadista, haría bien Boric en estudiar la obra política de Adolfo Suárez en lugar de dejarse aconsejar por los fundadores de Podemos, que solo han apadrinado división y demagogia antes de quedar incorporad­os a la casta que fustigaban. Ojalá Chile marque el comienzo del fin de esta ola de populismo latinoamer­icano.

Boric debe abrir un tiempo de diálogo con la oposición para unir al país

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