Sánchez se despide
UNA profesora elegida al azar describía ayer en Moncloa los problemas que sufren los pensionistas, agravados, según contaba, por la subida de precios que ha reducido considerablemente el rendimiento de la paga. Daba cuenta de una situación penosa, su tono de voz era grave y los gestos rezumaban tristeza. Los jubilados viven circunstancias críticas y ni siquiera una profesora retirada, bueno, mejor dicho, una maestra, como le gusta ser reconocida, esquiva la vía abierta en el poder adquisitivo de los que ya no trabajan. Entre el público y algunos periodistas, sentado en una silla, escuchaba Pedro Sánchez. La cámara mostró al presidente del Gobierno sonriente, relajado, con la inercia del público que aprovecha las conferencias para alternar con el vecino de localidad. En el estreno de su blockbuster, el proyecto de llevar hasta sus dominios a gente que cuente los problemas que ya conoce, culminando el proceso mesiánico iniciado con la moción de censura, Sánchez apremiaba los primeros pasos de la ponente en el populismo, alentando la conferencia de la señora con el mismo gesto de complicidad que dirigen los padres a sus hijos en las funciones de fin de curso, disculpándole, con la cariñosa acogida de sus ojos, cualquier problema de dicción, errata o vacilación, empujándola a atravesar la perorata con la calidez que desprende su carisma de superhéroe político.
El efecto era interesante. Le otorgaba credibilidad al presunto montaje. Si ya resulta difícil confiar en la trazabilidad de la elección, haber asistido a la colección Sánchez preocupado habría arruinado la representación. Ver a Pedro Sánchez mostrarse natural, exhibir la sonrisa del director de cine satisfecho con el plano conseguido, es un sello de calidad del sistema: alguien cuenta sus problemas y Sánchez calcula el retorno electoral del corte que reproducirá en las redes sociales y telediarios a una desgraciada contando sus desgracias en la puerta de la Moncloa.
Poner a hablar a la gente es una estupidez. No tienen nada que decir, no van a decir nada nuevo y no aportarán ninguna solución. La mayoría no ha podido salvarse a sí misma. Pedro Sánchez lo sabe. Salir a la calle o recibir a la gente no es una estrategia encaminada a remontar las encuestas. Pedro Sánchez se está despidiendo de los súbditos, viendo de cerca el paisanaje que alguna vez gobernó. Y dando la última oportunidad a quienes no han sabido estar a la altura de su persona de apreciar en vivo la magnífica obra que se considera.
Poner a la gente a hablar es una estupidez. No tienen nada que decir, no van a decir nada nuevo y no aportarán ninguna solución