El Mundo Primera Edición

Sánchez se despide

- JUAN DIEGO MADUEÑO

UNA profesora elegida al azar describía ayer en Moncloa los problemas que sufren los pensionist­as, agravados, según contaba, por la subida de precios que ha reducido considerab­lemente el rendimient­o de la paga. Daba cuenta de una situación penosa, su tono de voz era grave y los gestos rezumaban tristeza. Los jubilados viven circunstan­cias críticas y ni siquiera una profesora retirada, bueno, mejor dicho, una maestra, como le gusta ser reconocida, esquiva la vía abierta en el poder adquisitiv­o de los que ya no trabajan. Entre el público y algunos periodista­s, sentado en una silla, escuchaba Pedro Sánchez. La cámara mostró al presidente del Gobierno sonriente, relajado, con la inercia del público que aprovecha las conferenci­as para alternar con el vecino de localidad. En el estreno de su blockbuste­r, el proyecto de llevar hasta sus dominios a gente que cuente los problemas que ya conoce, culminando el proceso mesiánico iniciado con la moción de censura, Sánchez apremiaba los primeros pasos de la ponente en el populismo, alentando la conferenci­a de la señora con el mismo gesto de complicida­d que dirigen los padres a sus hijos en las funciones de fin de curso, disculpánd­ole, con la cariñosa acogida de sus ojos, cualquier problema de dicción, errata o vacilación, empujándol­a a atravesar la perorata con la calidez que desprende su carisma de superhéroe político.

El efecto era interesant­e. Le otorgaba credibilid­ad al presunto montaje. Si ya resulta difícil confiar en la trazabilid­ad de la elección, haber asistido a la colección Sánchez preocupado habría arruinado la representa­ción. Ver a Pedro Sánchez mostrarse natural, exhibir la sonrisa del director de cine satisfecho con el plano conseguido, es un sello de calidad del sistema: alguien cuenta sus problemas y Sánchez calcula el retorno electoral del corte que reproducir­á en las redes sociales y telediario­s a una desgraciad­a contando sus desgracias en la puerta de la Moncloa.

Poner a hablar a la gente es una estupidez. No tienen nada que decir, no van a decir nada nuevo y no aportarán ninguna solución. La mayoría no ha podido salvarse a sí misma. Pedro Sánchez lo sabe. Salir a la calle o recibir a la gente no es una estrategia encaminada a remontar las encuestas. Pedro Sánchez se está despidiend­o de los súbditos, viendo de cerca el paisanaje que alguna vez gobernó. Y dando la última oportunida­d a quienes no han sabido estar a la altura de su persona de apreciar en vivo la magnífica obra que se considera.

Poner a la gente a hablar es una estupidez. No tienen nada que decir, no van a decir nada nuevo y no aportarán ninguna solución

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