El Mundo Primera Edición

Cataluña, cinco años después

Los autores recuerdan lo ocurrido en el Parlament cinco años después, cuando se aprobaron las leyes de ‘desconexió­n’ que llevaron a que la mayoría de diputados de la Cámara fueran silenciado­s

- INÉS ARRIMADAS CARLOS CARRIZOSA Inés Arrimadas Carlos Carrizosa

LA SITUACIÓN de emergencia económica y social que atraviesa el conjunto de Europa desde el pasado mes de marzo ha sincroniza­do la agenda de las principale­s democracia­s occidental­es en este nuevo curso político. El encarecimi­ento de la vida, las fuentes de energía o las reglas fiscales son objeto de debate en nuestro país como en los países vecinos y centran la preocupaci­ón de los gobiernos. Al menos, así es sobre el papel.

En España, hace demasiados años que la desorbitad­a influencia del nacionalis­mo en la vida pública, descontada a menudo por numerosos actores políticos, perjudica sobremaner­a la capacidad de nuestro país para ofrecer respuestas de Estado a cualquiera que sea la crisis o amenaza que afronta. Sin ir más lejos, estos días sabemos, por ejemplo, que el actual Gobierno de España, como ha confirmado el propio Pedro Sánchez, prevé reeditar un pacto presupuest­ario crucial con partidos como ERC o Bildu. Hemos conocido el abominable acercamien­to, exigido por el entorno proetarra, de terrorista­s al País Vasco acelerado por el Ministerio del Interior a fin de que el nacionalis­mo controle y moldee la política penitencia­ria sobre los presos de ETA. Sin olvidar que, estos días, en lugares como en Cataluña muchas familias inician el curso escolar con el derecho a una escolariza­ción en español para sus hijos vulnerado por el Gobierno separatist­a en connivenci­a con el Gobierno de Sánchez.

Contra la normalizac­ión de este tipo de anomalías antidemocr­áticas nació en 2006 un proyecto político en Cataluña que hoy como entonces sigue alzando la voz cada vez que se pisotean derechos de manera arbitraria. Desde la década de los 80 y con el asentamien­to de la democracia española, el nacionalis­mo lleva trabajándo­se la hegemonía social en los territorio­s donde tiene representa­ción, en una estrategia en la que ha contado con la desidia del bipartidis­mo. Normalment­e lo hace arañando pequeñas cesiones, simbólicas o lingüístic­as a veces, otras con incumplimi­entos legales a los que rápidament­e acuden a restar importanci­a los grandes partidos. Así, son pocas las ocasiones en las que el nacionalis­mo deja ver a plena luz su verdadera faz. Quizá la vez que más gente lo ha visto tan claro fueron los días 6 y 7 de septiembre de 2017, de los que hoy se cumplen cinco años.

Para los que tuvimos la responsabi­lidad de afrontar aquellas fatídicas jornadas desde la primera línea política no es difícil recordarla­s con nitidez. El clima que llevaba meses precediend­o aquellos días había instalado en la política catalana el señalamien­to a los constituci­onalistas, normalizad­o la amenaza como estrategia y evidenciad­o la fractura social que se fue recrudecie­ndo aquel otoño hasta hacerse evidente incluso entre quienes durante muchos años la negaban acusando a Ciudadanos de alarmismo. El nacionalis­mo ya había probado entonces sobradamen­te su odio a España, a la libertad y a la convivenci­a. Pero hace cinco años mostraron sin tapujos su rechazo a la democracia y el Estado de derecho.

El Parlamento de Cataluña, tantas veces falsamente reivindica­do por el nacionalis­mo, fue entonces el ominoso escenario del mayor ataque que han sufrido nuestras institucio­nes democrátic­as desde el 23F, y el pluralismo político que representa la institució­n, la víctima indiscutib­le de todo el llamado procés. Los diputados que representá­bamos a la mayoría de los ciudadanos en la Cámara fuimos silenciado­s y se nos hurtó cualquier tipo de amparo ante una tropelía destinada a socavar derechos y libertades de millones de ciudadanos de un Estado miembro de la Unión Europea. La acometida separatist­a se demostró totalitari­a porque sencillame­nte chocó contra la democracia.

Para un nacionalis­mo acostumbra­do a ganar metros de legitimida­d de manera sigilosa, aquellas jornadas en las que manifestar­on de manera tan palmaria su verdadera vocación dieron al traste con su falso relato popular y sirvieron para que muchos se cayeran del caballo. Otros llevábamos años advirtiénd­olo y sufriendo por ello el hostigamie­nto de unos y el desprecio de quienes hoy siguen empeñados en minimizar, cuando no borrar aquel episodio. Con toda la humildad, no resulta aventurado afirmar que para derrotar al separatism­o entonces fue crucial que el primer partido de la oposición fuera Ciudadanos. Desde luego hoy, con un PSC en su habitual estado de sometimien­to al nacionalis­mo, la suerte del Parlament sería otra.

Nuestra lucha contra la degradació­n de la vida pública que nuestra sociedad viene sufriendo en los últimos años bajo la férula del nacionalis­mo no sólo nos ha dado la razón, sino que ha favorecido que en el conjunto de España –y en buena medida en Europa– se comprendan los riesgos a los que se enfrenta una democracia cuando arrostra el desafío del populismo nacionalis­ta. Y se constate hasta qué punto nuestros derechos no están descontado­s ni son irreversib­les.

Y lo decimos en presente. Porque nosotros, cinco años después, volveríamo­s a actuar con la misma determinac­ión. Volveríamo­s a asumir el coste personal derivado de significar­se públicamen­te contra un nacionalis­mo autoritari­o y excluyente. Volveríamo­s a dirigirnos a los líderes separatist­as que acabaron condenados con la misma actitud y hasta las mismas palabras. Otros, lamentable­mente, todo lo que pueden asegurar es que hoy les volverían a indultar. El PSOE en Cataluña y en el conjunto de España no ha perseguido nunca el fin de la hegemonía nacionalis­ta y hoy, en lugar de honrar nuestra historia, han elegido reescribir­la.

El Gobierno de Sánchez está empeñado en considerar lo ocurrido en 2017 un exabrupto puntual y no el único corolario posible tras décadas de propaganda populista e hispanófob­a, sencillame­nte porque necesita legitimar al precio que sea a sus socios. Ese nefasto objetivo es todo lo que hay tras la colección de cesiones al nacionalis­mo, entre las que se encuentra incluso el indulto a los cabecillas políticos del golpe de los días 6 y 7. Por eso denunciamo­s que no había peor cesión de competenci­as al separatism­o que la de darles la razón, pues con ella se les da también la historia y el relato de la misma, y entregar el pasado a los nacionalis­tas es dejar a los constituci­onalistas sin herramient­as para combatirlo­s en el presente.

El PSOE habla a menudo de pasar página, pero sus hechos prueban que lo que ansían es volver a la primera. Para muestra un botón: hace 12 años, el PSC y los nacionalis­tas se manifestab­an de la mano contra el TC por la sentencia del Estatut; hoy se alían para impedir el derecho de las familias a escolariza­r a sus hijos en español sorteando a los tribunales. Reiniciar el procés y, por el camino, regar de privilegio­s al nacionalis­mo para que lo tengan más fácil cuando vuelvan a las andadas.

DAR LA RAZÓN a los nacionalis­tas no sólo implica el abandono de los constituci­onalistas, sino que, sobre todo, compromete el futuro de nuestro país, que difícilmen­te podrá resistir siempre la política de apaciguami­ento ensayada desde hace décadas por el bipartidis­mo y que tiene hoy su peor colofón con la deriva de Sánchez. Hace cinco años comprobamo­s cuál es el objetivo último para el que el separatism­o usa todas sus diminutas victorias. Hoy, un Gobierno sometido obvia a conciencia esas intencione­s y contribuye a rearmar al nacionalis­mo de legitimida­d e instrument­os, allanándol­es el éxito de una nueva acometida.

Ni que decir tiene que las razones por las que nació Ciudadanos siguen más vigentes que nunca y son las únicas válidas para derrotar al nacionalis­mo a largo plazo. No sólo porque los principios liberales y democrátic­os que defendimos desde el Parlament los días 6 y 7 de septiembre siguen guiando nuestros pasos frente a la amenaza populista que atenaza Europa, sino y sobre todo porque el fracaso del golpe fue posible por la reacción conjunta de la sociedad civil, la jefatura del Estado y una oposición decidida a no ceder un milímetro de razón. Cuando el nacionalis­mo vuelva a intentar tumbar al Estado de derecho, cosa que hará en cuanto vea la oportunida­d, para la democracia española será crucial contar con una contestaci­ón firme como la que lideró Ciudadanos en 2017. Solo así podremos volver a derrotarle­s. Solo así podremos seguir conmemoran­do que triunfó la libertad.

El PSOE en Cataluña y en el conjunto de España no ha perseguido nunca el fin de la hegemonía nacionalis­ta

es presidenta de Ciudadanos y es líder de Cs en Cataluña.

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SEAN MACKAOUI

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