El Mundo Primera Edición

La Gran Restauraci­ón

- JORGE BUSTOS

TODAVÍA no está claro que la gente sea más imbécil que antes. Esta es la duda tremenda que resolverá el siglo XXI: si la tecnología nos está haciendo más manipulabl­es o más informados. Si el siglo acabará con más democracia­s liberales o con más autocracia­s populistas. De momento es imposible avanzar un pronóstico, porque amanece un día en que demasiados ingleses muerden el anzuelo que les prometía recuperar el control (¿de qué?) y años después amanece otro día en que demasiados chilenos rechazan ser tratados como resentidos tribales. Hay signos para la esperanza y motivos para la depresión: podríamos dejarlo en empate. Por cada hito reaccionar­io que marcan cuantos añoran las guerras de nuestros abuelos se organiza una defensa ilustrada del consenso de nuestros padres. Putin ha sido muy útil para devolver a Fukuyama la razón que nunca perdió.

En España, sin ir más lejos, hay magistrado­s que se prestan a ejercer de correa de transmisió­n de los partidos con tal de medrar en su carrera o de abrillanta­r su carné de militante encubierto, pero hay también señorías dispuestas a mandar a hacer puñetas a los primeros con tal de honrar la toga que los viste y la venda que cubre los ojos de la diosa. Y si nos fijamos bien, un hilo invisible de racionalid­ad conecta el rechazo de los votantes chilenos y el cabreo de los jueces españoles: resulta que el personal no es tan idiota ni tan sectario como lo suponen los políticos que deben su poder a sostenidos alardes de idiocia sectaria.

Se percibe un hartazgo esperanzad­or, un cabeceo de conciencia­s murmurando no era esto, un reflujo suave que está dejando en la orilla de la prudencia a los surfistas de la política de las emociones, exhaustos de arar en el mar como Bolívar. Nuestros populistas más astutos también se han dado cuenta –basta ojear las encuestas– y claman desesperad­os contra el peligro de la Gran Restauraci­ón tras una década de experiment­os institucio­nales de la cual el sanchismo será cumbre y colofón. Las restauraci­ones, que atienden la demanda de un pueblo agotado, son operacione­s políticas con peor prensa que las revolucion­es, que atienden la demanda de una camarilla de activistas. Cuando hablamos del retorno bipartidis­ta no reparamos en el genuino sujeto de ese retorno: no vuelven el PSOE y el PP sino que los traen de la oreja los ciudadanos que anhelan la estabilida­d y moderación de antaño. De ese futuro restaurado­r Sánchez está excluido por razones obvias. Correspond­erá a Feijóo interpreta­r bien este sentir, que es más bien un pensar que España no aguanta más experiment­os.

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