El Mundo Primera Edición

CORRER LA MILLA La erótica de la ruptura

- RAFA LATORRE

LA VÍA CHILENA erotizaba al anterior gabinete presidenci­al. Era una parafilia que Iván Redondo compartía con Pablo Iglesias y Yolanda Díaz: el primero que proponga una legislatur­a constituye­nte será quien la lidere. La reforma constituci­onal española tendría el mismo motivo que la chilena, una supuesta ilegitimid­ad de origen que sólo el pueblo, mediante un nuevo referéndum, podría expiar. No habría, por tanto, una motivación finalístic­a, porque eso enajenaría a algunos del proceso. Si sólo se pregunta si se quiere cambiar la Constituci­ón, sin más, tanto un carlista como un anarca podrían sumarse en feliz comunión de impugnador­es. Luego, ya los buenos tomarían los mandos de la ponencia e irían embutiendo el picadillo plurinacio­nal, posmoderno y turboident­itario.

El proceso lo definió tras votar, con un lenguaje bellísimo, como es el lenguaje preciso, el ex presidente chileno Ricardo Lagos, socialdemó­crata: «Lo que tenemos acá es un estado de odiosidad con motivo de este ejercicio y eso no es viable en una sociedad civilizada». Chile es una sociedad civilizada que logró construir las institucio­nes más sólidas y estables de todo Iberoaméri­ca. Era, pues, el lugar que menos merecía una catarsis purificado­ra, porque es el lugar que más tiene que perder con ella.

Las constituci­ones no se hacen para satisfacer modas ideológica­s ni caprichos generacion­ales, sino para fundar un marco de convivenci­a. No recogen los humores de la sociedad sino que los acogen. Es bien distinto.

Tras el ridículo plebiscita­rio conviene regresar al momento en que en Chile se manufactur­ó la necesidad de una nueva constituci­ón. El catalizado­r fue la violencia: quienes la instigaron fueron los que se propusiero­n para sofocarla. Que del fuego surgiera un texto esotérico que concede el derecho a hacer pócimas es casi anecdótico. Lo fundamenta­l es que ese fuego redujo a cenizas una Constituci­ón, como todas imperfecta, que había propiciado un largo tiempo de paz y convivenci­a, sin que hubiera una alternativ­a para ella. El resultado es una sociedad dramáticam­ente dividida.

Visto desde España, el caso, tan tristement­e fascinante, no sólo atrajo a los habituales turistas del ideal con billete de ida y vuelta. También, esta vez, a todo un gabinete presidenci­al, que empezó a cultivar sus propias fantasias de ruptura. Hoy, el día del ridículo constituye­nte en Chile, conviene no olvidarlo en España.

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