El Mundo Primera Edición

Inflación, guerra y pandemia

- FELIPE SAHAGÚN

«He hecho campaña como conservado­ra y gobernaré como conservado­ra», afirmó ayer Elizabeth (Liz) Truss en su discurso de la victoria tras derrotar al ex ministro de Hacienda

Rishi Sunak, su rival en la sucesión de Boris Johnson, por 81.326 (57.4%) a 60.399 (42.6%) votos. No es un margen que le permita imponer condicione­s y en su breve discurso no tuvo más elogios para su adversario y para su antecesor, con quienes ha compartido responsabi­lidades de gobierno (en Justicia, Hacienda y, desde mediados de septiembre del año pasado, en el Foreign Office) desde 2016.

Si en Downing Street no lo hace mejor que en el Foreign Office en los últimos 12 meses, su llamamient­o a la unidad y a la movilizaci­ón del voto conservado­r para recuperar el apoyo perdido habrá sido inútil. En un informe del

Institute for Government publicado a finales de julio sobre el estado del servicio exterior británico y sus principale­s carencias, se destaca la escasez y baja moral del personal en muchas zonas, empezando por Europa central y oriental, y por Rusia, las tensiones permanente­s con Interior, la pérdida de competenci­as frente al gabinete del primer ministro y el consejo de seguridad nacional, los fuertes recortes de la ayuda exterior y la pérdida de influencia global, que Johnson ha intentado compensar con una respuesta rápida y sustancial a la invasión rusa de Ucrania. «Liz Truss debería disfrutar de las próximas 48 horas,

pues pueden ser las más felices de su mandato como primera ministra», advertía Robert Shrimsley, principal comentaris­ta político del Financial Times. «Cuesta pensar en muchos primeros ministros que hayan hecho frente a tantas crisis distintas desde el día uno».

El desafío más grave es, sin duda, la inflación, que superó el 10% en agosto (la más alta de las economías del G-7) y puede dispararse en el último trimestre si, como prevé el Banco de Inglaterra, el precio de la energía aumenta otro 80% a partir de octubre para la mayor parte de los hogares. Evitarlo y, de no ser posible, impedir que se desate una oleada

de protestas en las calles, es la misión más urgente de la nueva jefa de Gobierno. En su discurso Truss prometió «un plan claro» en los próximos días, pero, como en los dos meses de campaña desde la dimisión de Johnson en julio, se limitó a generalida­des y vaguedades: menos impuestos para paliar los efectos de la inflación más alta en cuatro decenios y más crecimient­o para evitar una grave recesión en 2023. De momento, puros deseos.

Si, en circunstan­cias tan difíciles, da con la fórmula mágica y cura al enfermo, su voluntad de igualar los éxitos de Thatcher y su compromiso de repetir en 2024 la victoria históri

ca de los conservado­res de 2019 podrían hacerse realidad. De lo contrario, con los principale­s sindicatos y empleados amenazando ya con huelgas en ferrocarri­les, tribunales y sanidad, pasará sin pena ni gloria por el 10 de Downing Street, con iguales o peores resultados que sus tres últimos antecesore­s: David Cameron, Theresa May y Boris Johnson.

«Desconocem­os sus propuestas concretas, pero no creo que se alejen mucho de lo adelantado en la campaña, empezando por recortar las facturas de la energía», explicaba Paul Johnson, director del Instituto de Estudios Fiscales, en SkyNews. «El problema es cuánto,

hasta cuándo y si será suficiente... Muy difícil, pues, además de la inflación, la libra se ha depreciado mucho». A Johnson (nada que ver con el primer ministro saliente) le preocupa que los recortes de impuestos, principal caballo electoral de Truss ante el puñado de afiliados del partido que la ha elegido nueva jefa de gobierno de espaldas al 99,9% de los británicos, aceleren aún más la inflación, agiganten el ya enorme agujero de las finanzas públicas y, a largo plazo, compliquen o impidan las inversione­s necesarias para las pensiones y la sanidad. «¿Se pueden seguir reduciendo impuestos sin recortar las inversione­s en los ser

vicios públicos?», se pregunta. En los últimos meses ha sido además una de las principale­s impulsoras de la reforma unilateral del Protocolo de Irlanda del Norte, que permitió a Johnson culminar la retirada británica de la UE el 31 de enero de 2020, y del mercado único y la unión aduanera 11 meses después. Si, como ha prometido en la campaña, cumple su amenaza de acabar con los principale­s compromiso­s del acuerdo, el choque está servido. O da marcha atrás en sus planes de desvincula­r al Reino Unido en 2023 de todas las obligacion­es legales todavía en vigor con Bruselas o será difícil evitar una guerra comercial.

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