Inflación, guerra y pandemia
«He hecho campaña como conservadora y gobernaré como conservadora», afirmó ayer Elizabeth (Liz) Truss en su discurso de la victoria tras derrotar al ex ministro de Hacienda
Rishi Sunak, su rival en la sucesión de Boris Johnson, por 81.326 (57.4%) a 60.399 (42.6%) votos. No es un margen que le permita imponer condiciones y en su breve discurso no tuvo más elogios para su adversario y para su antecesor, con quienes ha compartido responsabilidades de gobierno (en Justicia, Hacienda y, desde mediados de septiembre del año pasado, en el Foreign Office) desde 2016.
Si en Downing Street no lo hace mejor que en el Foreign Office en los últimos 12 meses, su llamamiento a la unidad y a la movilización del voto conservador para recuperar el apoyo perdido habrá sido inútil. En un informe del
Institute for Government publicado a finales de julio sobre el estado del servicio exterior británico y sus principales carencias, se destaca la escasez y baja moral del personal en muchas zonas, empezando por Europa central y oriental, y por Rusia, las tensiones permanentes con Interior, la pérdida de competencias frente al gabinete del primer ministro y el consejo de seguridad nacional, los fuertes recortes de la ayuda exterior y la pérdida de influencia global, que Johnson ha intentado compensar con una respuesta rápida y sustancial a la invasión rusa de Ucrania. «Liz Truss debería disfrutar de las próximas 48 horas,
pues pueden ser las más felices de su mandato como primera ministra», advertía Robert Shrimsley, principal comentarista político del Financial Times. «Cuesta pensar en muchos primeros ministros que hayan hecho frente a tantas crisis distintas desde el día uno».
El desafío más grave es, sin duda, la inflación, que superó el 10% en agosto (la más alta de las economías del G-7) y puede dispararse en el último trimestre si, como prevé el Banco de Inglaterra, el precio de la energía aumenta otro 80% a partir de octubre para la mayor parte de los hogares. Evitarlo y, de no ser posible, impedir que se desate una oleada
de protestas en las calles, es la misión más urgente de la nueva jefa de Gobierno. En su discurso Truss prometió «un plan claro» en los próximos días, pero, como en los dos meses de campaña desde la dimisión de Johnson en julio, se limitó a generalidades y vaguedades: menos impuestos para paliar los efectos de la inflación más alta en cuatro decenios y más crecimiento para evitar una grave recesión en 2023. De momento, puros deseos.
Si, en circunstancias tan difíciles, da con la fórmula mágica y cura al enfermo, su voluntad de igualar los éxitos de Thatcher y su compromiso de repetir en 2024 la victoria históri
ca de los conservadores de 2019 podrían hacerse realidad. De lo contrario, con los principales sindicatos y empleados amenazando ya con huelgas en ferrocarriles, tribunales y sanidad, pasará sin pena ni gloria por el 10 de Downing Street, con iguales o peores resultados que sus tres últimos antecesores: David Cameron, Theresa May y Boris Johnson.
«Desconocemos sus propuestas concretas, pero no creo que se alejen mucho de lo adelantado en la campaña, empezando por recortar las facturas de la energía», explicaba Paul Johnson, director del Instituto de Estudios Fiscales, en SkyNews. «El problema es cuánto,
hasta cuándo y si será suficiente... Muy difícil, pues, además de la inflación, la libra se ha depreciado mucho». A Johnson (nada que ver con el primer ministro saliente) le preocupa que los recortes de impuestos, principal caballo electoral de Truss ante el puñado de afiliados del partido que la ha elegido nueva jefa de gobierno de espaldas al 99,9% de los británicos, aceleren aún más la inflación, agiganten el ya enorme agujero de las finanzas públicas y, a largo plazo, compliquen o impidan las inversiones necesarias para las pensiones y la sanidad. «¿Se pueden seguir reduciendo impuestos sin recortar las inversiones en los ser
vicios públicos?», se pregunta. En los últimos meses ha sido además una de las principales impulsoras de la reforma unilateral del Protocolo de Irlanda del Norte, que permitió a Johnson culminar la retirada británica de la UE el 31 de enero de 2020, y del mercado único y la unión aduanera 11 meses después. Si, como ha prometido en la campaña, cumple su amenaza de acabar con los principales compromisos del acuerdo, el choque está servido. O da marcha atrás en sus planes de desvincular al Reino Unido en 2023 de todas las obligaciones legales todavía en vigor con Bruselas o será difícil evitar una guerra comercial.