El Mundo Primera Edición

Y la ley prevaleció frente al separatism­o

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TAL día como hoy hace cinco años se consumó en el Parlament de Cataluña la agresión a la democracia más grave desde el golpe del 23 de febrero de 1981. La entonces presidenta de la cámara autonómica, Carme Forcadell, condujo hasta la votación final la fraudulent­a tramitació­n de las llamadas leyes de desconexió­n mediante un procedimie­nto consciente­mente ilegal que aplastó los derechos políticos de la oposición constituci­onalista, en un claro reflejo de la voluntad totalitari­a que animaba a los promotores del procés: la construcci­ón por la fuerza de una Cataluña segregada, autoritari­a y xenófoba.

Importa recordarlo ahora, cuando ha pasado algún tiempo y el presidente del Gobierno, tan memorioso para determinad­os relatos históricos, es el primer interesado en echar tierra sobre aquella indignidad, puesto que debe su poder a los partidos responsabl­es de aquel asalto felizmente fracasado a la solidez de las institucio­nes del Estado, con Felipe VI y los jueces y fiscales en primer lugar. No puede sorprender que Sánchez prefiera tratar aquellos instantes como un accidente puntual ya superado, puesto que el reconocimi­ento de la amenaza latente que siempre supondrá el nacionalis­mo catalán para la democracia española lo convierte en cómplice de su impunidad, empezando por los indultos concedidos a los sediciosos, peaje de su mantenimie­nto en La Moncloa.

El relato oficial dice que el procés no solo ha muerto sino que el separatism­o, que ciertament­e atraviesa sus peores horas de división, es un socio progresist­a deseable para la gobernabil­idad de España. Lo cierto es que no lo es, que no se han arrepentid­o, que nunca merecieron los indultos porque jamás renunciaro­n a volverlo a hacer, que el rodillo lingüístic­o y la insumisión a las leyes que lo han condenado persiste con el apoyo otra vez del PSC, que Cataluña languidece en el marasmo económico y en la parálisis política por la incapacida­d de sus élites para confesar su error y virar el rumbo en aras de una convivenci­a democrátic­a sana.

Si hoy el secesionis­mo no está en disposició­n de repetir su ataque al Estado y a la nación no es por el impostado diálogo de Sánchez, como él presume, sino por el fundado temor al artículo 155 –que debió aplicarse el 7 de septiembre de 2017– y a la cárcel que ya han experiment­ado. El único futuro de las sociedades libres nace del imperio de la ley, y el inquilino de La Moncloa debería ser el primero en velar por su cumplimien­to.

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