El cara a cara
El cara a cara entre el presidente del Gobierno y el jefe de la oposición que ocupó la sesión de la tarde en el Senado se presentaba marcado por la disparidad de los instrumentos de que disponía cada uno de los contendientes. Tenía ventaja Sánchez y no solo por la disparidad de tiempos de cada cual, cuatro veces más Sánchez que el presidente del PP. Como dijo Teodoro León Gross el factor más favorable para Sánchez es que tiene mucha más
cara que su oponente. Fue un error darle más tiempo al chulángano de La Moncloa. Solo está convencido de su elocuencia, cuando debió pensar en que disponer de más tiempo era tener más soga para su propia horca. Feijóo, en cambio, cuajó su primer cuarto de hora un poquito largo y la réplica de ocho minutos, tasados con un rigor extraordinario por el presidente de la Cámara, que le conminó en seis ocasiones a terminar sus dos intervenciones.
Sánchez estuvo errático e inconcreto y sobre todo faltón, mientras acusaba a Feijóo de insultarle y de encastillarse en el no a todo lo que venga del Gobierno, lo que le obligó al presidente del PP a hacer una cita esclarecedora: «No es no. ¿Qué parte del no no entiende?». La primera intervención de Sánchez fue, ya digo, divagatoria, errática y, qué sorpresa, mentirosa. Ya desde sus primeras palabras: «He querido comparecer ante esta Cámara con total franqueza…». Y empezamos, pensó uno, pero llegó más lejos. Durante su réplica, de
dicó toda la hora de su intervención a hacer una oposición de trazo grueso, entre la ordinariez y la mentira, situando a su contrincante al menos en una veintena de ocasiones en la disyuntiva: «Insolvencia o mala fe». Estuvo muy atinado y fino Feijóo, que se despidió con una dejada impecable, invitándole a que desistiera de sus esfuerzos para hacer oposición desde Moncloa: «Para hacer oposición solo tiene que esperar a las próximas elecciones».
Sánchez es un killer nato. Por eso debió reclamar que le fijaran intervenciones más cortas. Lo decía el gran Eli Walach en El bueno, el feo y el malo, una película que rodamos juntos, aunque yo no fui acreditado en los títulos. Un antiguo enemigo lo sorprende en el trance de bañarse y comienza a soltarle una perorata interminable mientras le apunta. De debajo de la espuma salen dos tiros y Tuco dice al pistolero mientras cae: «Cuando se dispara no se dice nada».
Cualquiera que viese el espectáculo parla
mentario se llamaría a escándalo al ver que Sánchez acusaba a su oponente de lo que él no paró de hacer en sus dos horas largas de verborrea, o sea, de insultar. Pero no se resignó a privarse de ponerle un broche de oro a su charla al acusar al presidente del PP de mentir sin despeinarse y le puso como ejemplo una cita de Feijóo, por haber dicho que los españoles, cuando se levantan, piensan en la inflación y no en la renovación del Consejo General del Poder Judicial, que es lo que, por lo visto, les quita el sueño en su opinión.
Casi todas las acusaciones que hace Sánchez, también las de ayer, tienen algo de autodefinido. Uno tuvo esa impresión el día que le dijo a Mariano Rajoy en el debate electoral de 2015: «Para ser presidente del Gobierno de España hay que ser una persona decente. Y usted no lo es». En ese momento tuvo uno la certidumbre de que aquel tipo era lo más indecente que había dado la política española en muchas décadas.