El Mundo Primera Edición

Bucha: viaje de regreso hacia la ‘calle de la muerte’

⚫ Los pocos vecinos que quedan vivos tras la matanza de los rusos retienen la memoria de cada asesinato ⚫ Cada día aparecen cuerpos sin identifica­r, que se entierran sin nombre

- ALBERTO ROJAS

En los últimos meses han reasfaltad­o, han pintado unas líneas blancas y la vegetación verde ha sustituido a los tonos ocres del invierno, pero si uno se fija bien, sigue siendo una travesía llena de heridas. Las marcas de los disparos aún permanecen en las cercas de madera de las casas, una vivienda está quemada, muchas abandonada­s y permanecen tanto el cráter de un obús como las huellas del paso de los tanques por la acera de la derecha. El final de la calle Jablonska, la de los muertos desparrama­dos, algunos con las manos atadas a la espalda, epicentro de la matanza de Bucha, sigue lleno de fantasmas seis meses después.

Viktor, uno de los vecinos de este tramo, sigue trabajando duro para reacondici­onar su casa, llena de agujeros de bala y metralla de artillería. «Mi mujer decidió salir en uno de los corredores abiertos para escapar de la ciudad pero yo me quedé. Durante días vi gente muerta en la calle. Había nueve cuerpos cerca de mi puerta. A algunos vecinos vi cómo los mataban. A un hombre que llevaba patatas en su bicicleta le dispararon y cayó ante mi casa sobre un charco de sangre. Le escuché gritar. El hombre que vivía en la casa de la izquierda salió a ayudarle y le dispararon en la pierna. Luego el de la bicicleta murió».

Viktor no sólo lo tiene registrado en su cabeza, sino en la memoria de su teléfono móvil, que ya está en manos de la fiscalía ucraniana. «Los rusos dijeron después que ellos no habían tenido nada que ver en la matanza, pero mira las fechas de las fotos. [Va pasando fotos de su móvil ante el periodista]. Del cinco al 12 de marzo la calle se va llenando de muertos. Mira el tanque ruso al final de la calle», y muestra un vídeo nítido en el que se ve el blindado de la Z a unos 50 metros de distancia. «Delante de mi casa acribillar­on una furgoneta con dos adultos y un niño que trataban de huir y luego les prendieron fuego». El vídeo de este vehículo ardiendo, con varios cuerpos ya alrededor, resulta estremeced­or.

Se respira un mal recuerdo en cada metro de este tramo de viviendas sin exorcismo posible. Son unos 100 metros de largo hasta la siguiente urbanizaci­ón que dieron la vuelta al mundo para engrosar, a su pesar, la larga lista de ciudades escenario de terribles crímenes de guerra como Mai Lai, Guernica, Srebrenica, Niamata o Kathina.

Tamara, que vive a unas manzanas de la calle, recuerda bien a aquellos soldados. «Eran asiáticos, de la región de Buriatia. Pasaban todo el día con sus tanques a toda velocidad por las calles. Sólo nos permitían ir al hospital. Permanecim­os aquí siete vecinos de mi bloque durante su ocupación. Sin agua ni electricid­ad, teníamos que cocinar en un jardín para todos, así que nos cruzábamos con ellos. Tenían tanto miedo que disparaban a todo lo que se movía».

Tamara se refiere a la 64 Brigada Separada de Fusileros Motorizado­s, una unidad militar rusa que ocupó

Bucha aquellos días de marzo procedente del extremo oriente ruso al mando del coronel Omurbekov. Según las cifras oficiales, los asesinatos de civiles ascienden a más de 500 personas, muchas de ellas aún sin identifica­r y enterradas estos días en tumbas sin nombre, tan sólo numeradas, en el cementerio de la ciudad.

Cada día aparecen nuevos cuerpos en jardines, caminos y alcantaril­las. Torturaron y asesinaron a decenas de hombres en el llamado «sótano de los horrores», quemaron el cuerpo de varias mujeres violadas y asesinadas y mataron sin contemplac­iones a cientos de civiles calle a calle y casa a casa. Las fotos de la calle Jablonska sólo mostraron una pequeña parte de la matanza.

Esta unidad de asesinos, tras la humillante derrota a las puertas de Kiev, fue primero condecorad­a y luego transferid­a a la zona más exigente del Donbás, el saliente de Izium, donde permaneció sin relevo y expuesta ante la artillería de la 93 brigada ucraniana durante semanas por decisión de Moscú. Es decir, fue premeditad­amente desplegada para ser eliminada. Y de hecho, lo ha sido. Los escasos reportes de víctimas que llegan de Rusia, algunos publicados en la prensa local, dejan a esta unidad casi aniquilada. La opinión de los analistas militares es que, con su muerte, Putin evita posibles problemas con la justicia en La Haya.

«Ellos entraban en una de cada dos casas. En algunas se quedaban a dormir y las saqueaban luego. De la mía pasaron de largo y por eso salvé la vida», cuenta Viktor. En la casa de enfrente, una mujer asegura que ella se fue a otra casa al otro extremo de Bucha justo antes de la gran matanza. «Sólo vi un soldado muerto aquí y una pierna de alguien que había sido reventado por una bomba. Tratamos de enterrarlo­s en un callejón y salimos corriendo. Nuestra casa la saquearon a fondo, destrozaro­n todo lo que pudieron. Al menos no la quemaron como la vivienda de al lado».

En la iglesia cercana, que aquellos días sirvió de morgue y fosa común, el padre Andrii, que tuvo que recoger cadáveres de civiles asesinados tirados por toda la ciudad, habla de lo que sucedió sin soltar la cruz que lleva colgada al cuello.

–«¿Cómo puede explicar lo que sucedió aquí?».

–«El mal no puede explicarse desde el punto de vista cristiano, no tiene lógica. La esencia del mal no necesitamo­s explicarla, porque si la explicas, la justificas. Alguien alegará razones para hacer tal o cual cosa, pero es injustific­able».

–«¿Puede perdonar a los militares rusos que hicieron esto?».

–«El proceso necesita que ellos pidan perdón, como hicieron los alemanes en la Segunda Guerra Mundial. Los rusos no han hecho ningún intento, no les da ninguna pena. Lo ideal, como cristianos, es poder perdonarle­s, pero siendo sincero, aquí no estamos preparados para perdonarle­s. Un amigo me decía, ‘ yo les puedo perdonar, pero por favor, que nunca entren más en mi casa’. Y eso no es un perdón. Decir que perdonas a alguien no es el problema, el problema es perdonarle de verdad, de corazón. Y eso aún no podemos hacerlo».

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ALBERTO ROJAS Tumbas sin nombre de los muertos sin identifica­r en las calles de Bucha.
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