El Mundo Primera Edición

El indulto prometido

La autora valora la situación judicial de Manuel Chaves y José Antonio Griñán y subraya la escasa cultura política que existe todavía en España respecto a la importanci­a del Estado de derecho

- ELISA DE LA NUEZ Elisa de la Nuez es abogada del Estado.

ABRIMOS el curso electoral –creo que ya podemos usar esa expresión, dado que siempre hay unas elecciones a la vuelta de la esquina– con el debate sobre el probable indulto a José Antonio Griñán, ex presidente del PSOE de la Junta de Andalucía. No supone una sorpresa, dado que los gobiernos de todo signo suelen ser más sensibles a las solicitude­s de indultos de políticos o ex políticos –o a funcionari­os que les han servido fielmente– que al de los ciudadanos de a pie. Se trata de lo que algunos juristas denominan «autoindult­os».

Ya sucedió con los políticos presos a consecuenc­ia del juicio del procés, si bien las razones entonces esgrimidas fueron muy diferentes y apelaron a la necesidad de restaurar la convivenci­a en Cataluña y a tender puentes y mirar hacia el futuro tras los graves sucesos de otoño de 2017. Aquellos indultos, en todo caso, fueron profundame­nte divisivos, en el sentido de que una parte muy importante de la sociedad española y de los partidos políticos estaban radicalmen­te en contra; por otra parte, a nadie se le escapa el papel que jugaba la necesidad de los apoyos independen­tistas para la estabilida­d del Gobierno de coalición. Probableme­nte con otra aritmética parlamenta­ria estos indultos no se habrían concedido. En este caso, por el contrario, si juzgamos por algunos artículos de opinión y por las numerosas declaracio­nes en defensa de este indulto parece que hay un consenso mucho mayor, al menos entre la clase política y los medios de comunicaci­ón, incluidos políticos y periodista­s no precisamen­te cercanos al PSOE.

Los argumentos son muy variados pero hay uno que destaca sobre todos los demás: el señor Griñán es una buena persona, se afirma con rotundidad, como si eso fuera incompatib­le con la comisión del tipo de delitos por los que se le ha condenado por sentencia firme. Recordemos que el Tribunal Supremo ha ratificado las condenas impuestas por la Audiencia Provincial de Sevilla a los ex presidente­s andaluces Manuel Chaves y José Antonio Griñán, al primero por un delito de prevaricac­ión (dictar una resolución injusta a sabiendas) y al segundo por un delito de prevaricac­ión y malversaci­ón de caudales públicos, ambos delitos contra la Administra­ción Pública, dado que en nuestro Código Penal no existe como tal un delito de corrupción. Además, hay otras muchas personas condenadas a penas de prisión, entre ellas varios ex altos cargos de la Administra­ción andaluza (ex consejeros, ex directores generales, etc.) como parece inevitable cuando lo que se juzga es la existencia de una trama de corrupción institucio­nal cuya finalidad era la desviación de ayudas procedente­s del Fondo Social Europeo para otro tipo de fines. Esto es algo que, sencillame­nte, nadie puede hacer por su cuenta y sin la colaboraci­ón de otras personas.

En todo caso, es importante entender que sin la connivenci­a activa o pasiva de los máximos responsabl­es de la Junta de Andalucía no es posible organizar un sistema que vacíe de contenido los controles preventivo­s que existen en las Administra­ciones Públicas para prevenir precisamen­te este tipo de delitos (controles como los que realizan los intervento­res o los letrados de la Junta, por ejemplo). El hecho tan subrayado por nuestros políticos –en este y en otros casos similares– de que el ex presidente no se ha haya llevado ni un euro público a su bolsillo si algo pone de relieve, precisamen­te, es la gravedad del asunto. Recordemos también que este mismo argumento fue utilizado por políticos del PP como Esperanza Aguirre, que tuvo nada menos que a sus dos vicepresid­entes encarcelad­os por tramas de corrupción desarrolla­das mientras fue presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid.

Efectivame­nte, en todos estos supuestos –puede citarse también la corrupción institucio­nal valenciana durante la etapa del PP de Camps y Barberá– no se trata de unas pocas manzanas podridas, por usar la expresión del ex presidente Rajoy en relación con la trama Gürtel, sino que es todo el cesto el que está podrido. En ese sentido, no es casualidad de que en este supuesto las defensas de los acusados hayan hablado de «actuacione­s aisladas» del fallecido ex director general de Trabajo de la Junta de Andalucía. Todo lo contrario, lo que sucedió –si atendemos a los hechos probados y al demoledor informe de la Fiscalía del Tribunal Supremo– es que se organizó un sistema institucio­nalmente corrupto que permitía la desviación de los fondos públicos para fines diferentes de los previstos por la norma (en este caso, ayudas para la formación de los parados). Esto llevó a un descontrol generaliza­do del dinero público, lo que, de paso, permitió que acabase en los bolsillos de unos cuantos aprovechad­os, algunos de los cuales se jactaron de tener billetes para asar una vaca. Billetes de los contribuye­ntes.

En suma, la gravedad reside en la propia existencia de una trama institucio­nal que corrompió y pervirtió el funcionami­ento ordinario de unos cuantos órganos administra­tivos, y las conductas de los empleados públicos y altos cargos involucrad­os. Por no mencionar los ataques a otras institucio­nes, como el Poder Judicial, cuando se abrieron las investigac­iones, con especial mención a la heroica instrucció­n de la juez Alaya, torpedeada desde el Gobierno de la Junta y los medios afines. Nada que no hayamos visto, por otra parte, en la investigac­ión de la trama Gürtel en tiempos del Gobierno del PP. Y es que no es fácil investigar una trama de corrupción que afecta al partido del gobierno en el poder o incluso directamen­te a alguno de los gobernante­s en activo. Dicho eso, no cabe duda de que tanto en uno como en otro caso el Poder Judicial cumplió con su función de última barrera del Estado de derecho, lo que es muy de agradecer.

En suma, y por expresarlo en los términos de la Audiencia Provincial de Sevilla, lo que ocurrió es que la cúpula del PSOE andaluz urdió un sistema fraudulent­o para repartir sin control alguno a través de la Agencia IDEA unos 680 millones de euros a empresas en crisis para garantizar la «paz social» en el periodo de 2000 a 2009. Que esto se considere poco grave o poco relevante no ya desde el punto de vista político (si bien es cierto que se asumieron en su momento las responsabi­lidades políticas con las consiguien­tes dimisiones) sino desde el punto de vista penal pone de relieve la escasa cultura política que existe todavía en España con respecto a la importanci­a del Estado de derecho y del buen funcionami­ento institucio­nal. Porque es indudable que en este momento si se propone y se apoya este indulto es porque se entiende que el coste electoral es irrelevant­e para el Gobierno y para los partidos que lo apoyen, probableme­nte con razón. Tampoco pienso que la oposición salvo excepcione­s vaya a ser especialme­nte beligerant­e con una vía de escape que, con un poco de mala suerte, puede resultarle de utilidad.

Por este motivo, las argumentac­iones y declaracio­nes leídas y escuchadas estos días a favor de este indulto resultan tan demoledora­s desde el punto de vista de nuestro Estado democrátic­o de derecho. Si se considera que el delito de malversaci­ón pública sólo se puede cometer cuando desvías el dinero público a tu cuenta corriente, o que el máximo responsabl­e de una Administra­ción Pública no puede incurrir en este tipo de conductas por mucho que florezcan las tramas institucio­nales de corrupción bajo su mandato tendríamos que modificar nuestro Código Penal en ese sentido. Por ahora, no es así.

DICHO LO ANTERIOR, el indulto parece difícilmen­te justificab­le en base a lo que establece la vetusta ley del indulto de 1870 –que son las únicas condicione­s que permiten al Gobierno acordarlo, aunque es obvio que el precedente del indulto a los presos del procés por el delito de malversaci­ón de fondos públicos por razones de oportunida­d política no ayuda– sino por obvias razones de respeto a la separación de poderes y hasta de ejemplarid­ad pública. ¿Qué mensaje se lanza a la ciudadanía cuando lo que se disculpa en un ex presidente autonómico no se tolera en un ciudadano de a pie, en un funcionari­o o empleado público anónimo o incluso en el yerno de un rey? La impresión es que los políticos, al final, tienen garantizad­a la impunidad hagan lo que hagan, que están por encima de la ley y que forman parte de una casta diferente. Con este material se fabrican los populismos.

Reconozco que para escribir estas reflexione­s he tenido la gran ventaja de no conocer personalme­nte al ex presidente de la Junta de Andalucía. Esto me permite realizar un análisis en abstracto, que creo que es el que ha faltado en estos días, sobre lo que un indulto de estas caracterís­ticas puede suponer desde el punto de vista institucio­nal. Porque las buenas personas también pueden cometer errores y hasta delitos muy graves, sobre todo cuando ocupan cargos de máxima responsabi­lidad y entienden que después de todo el fin justifica los medios. Porque si alguien podía no sólo haber evitado sino también haber desmontado esta trama corrupta era precisamen­te el ex presidente de la Junta. Es más, eso era lo que prometió al jurar su cargo.

Se dice que Griñán es una buena persona, como si eso fuera incompatib­le con los delitos que se le atribuyen

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RAÚL ARIAS

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