El Mundo Primera Edición

Carlos III, el rey impaciente y «petulante»

MUERTE DE UN SÍMBOLO Los primeros gestos del nuevo monarca revelan su carácter caprichoso y obsesivo

- CARLOS FRESNEDA

«El diablo está en los detalles», como dice el dicho, y dos gestos aparenteme­nte insignific­antes del rey Carlos III han provocado ríos de tinta (nunca mejor dicho) sobre los rasgos que definen su carácter: la impacienci­a, la petulancia, la obsesión por el «todo en su sitio» y el desdén hacia quienes trabajan a sus órdenes.

El primer detalle fue durante su proclamaci­ón como rey el sábado pasado, cuando pidió con un gesto arrogante que apartaran de su vista (agitando las manos y poniendo mala cara) el tintero que le molestaba para firmar los documentos. La propia Camilla no pudo ocultar a sus espaldas su sorpresa ante la reacción destemplad­a de su marido. El príncipe Guillermo enmendó la plana pidiendo que volvieran a poner el tintero en su sitio cuando le tocó el turno.

El segundo desliz de Carlos fue el martes, cuando se disponía a firmar en el libro de invitados del castillo de Hillboroug­h en Irlanda del Norte, y lanzó todo tipo de improperio­s contra la « maldita » pluma que le manchó los dedos. El vídeo se viralizó en las redes y el impacto llegó a Nueva Zelanda...

«La rabieta de la pluma de Carlos deja a la vista su condición de niño y hombre mimado», escribía Daniela Elser en el NZ Herald. Los medios internacio­nales han aprovechad­o la ocasión para recordar las explosione­s temperamen­tales de Carlos (comparable­s a las de su padre Felipe) cuando era Príncipe de Gales, por no hablar de sus «caprichos»: desde la pasta de dientes extendida con precisión milimétric­a por su asistente en el cepillo cada noche hasta sus cambios de vestimenta cinco veces al día o su empeño en que le planchen los cordones de los zapatos.

En el Reino Unido, los cronistas reales han sido más comprensiv­os con el nuevo rey alegando que el cansancio y la tensión han podido hacer mella en él estos días, o apuntando incluso que la dactilitis (la hinchazón permanente en sus dedos salchicha, debida posiblemen­te a la artritis, retención de líquidos o un trastorno del sistema inmunitari­o) han hecho mella en la prueba de fuego del monarca a sus 73 años.

«Creo que se está yendo demasiado lejos a la hora de criticar a una persona simplement­e por un

Carlos III, durante su proclamaci­ón como rey.

momento de mal humor y achacable posiblemen­te al cansancio, teniendo en cuenta que lleva viajando de aquí para allá desde el sábado», escribió en Twitter el cronista real de The Times Jack Blackburn.

Parecido opinaba Marcus Dysch, de The Jewish Chronicle: «Viendo las imágenes, uno llega a la conclusión de que el rey Carlos debe estar completame­nte exhausto. Estamos hablando de un hombre de más de 70 años que está volando sin parar. Eso debe tener un impacto en él».

Las imágenes de la farragosa firma en el castillo de Hillboroug­h hablan por sí mismas. Por si alguien se perdió la secuencia, aquí va una sucinta versión de los hechos. « I can’t bear this bloody thing! » («¡No puedo soportar esta maldita cosa!»), se le escuchó decir al rey con su voz grave, al contemplar con fastidio cómo la pluma le manchaba los dedos al ir a firmar en el libro de invitados.

La frustració­n empezó a hacer mella en Carlos justo antes, cuando un ayudante le informó que era 13 de septiembre y no 12, como él había escrito. «¡Oh, Dios, he puesto mal la fecha!», dijo, y al ir a corregirla produjo el derrame de tinta.

Con visible malestar, Carlos se dio la vuelta y pasó el objeto de la discordia a Camilla diciendo «¡Oh, Dios, odio esta pluma!», mientras se limpiaba las manos con un pañuelo desechable. «Oh, mira, se está extendiend­o por todas partes», replicó la reina consorte al notar que la tinta le tiznaba también las manos. Un asistente le proporcion­ó una nueva pluma a Camilla al sentarse en el escritorio, guardando la compostura con su sombrero negro. A sus espaldas, Carlos abandonaba la estancia con paso raudo y malhumorad­o, ante la estupefacc­ión de los asistentes.

A partir de ahora, los responsabl­es de protocolo tendrán que extremar las precaucion­es para evitar los berrinches del monarca, conocido también por sus excentrici­dades, de las que han dado buena cuenta a lo largo de estos años sus biógrafos.

En El Príncipe Rebelde, Tom Bower recordaba la otra cara de Carlos antes de su ascensión, la del « príncipe petulante, extravagan­te y entrometid­o » . Según el biógrafo, de cara a la opinión pública Carlos ha proyectado una imagen austera y «sostenible», pero su vida ha estado siempre llena de lujos y extravagan­cias, como la de hacerse llevar en un camión de mudanzas su cama ortopédica, su taza del wáter y sus rollos de papel higiénico Kleenex Velvet a la casa de unos amigos que le invitaron a pasar unos días.

Tina Brown lo confirma en Los papeles de Palacio: dentro de la Casa de los Windsor: «La parafernal­ia que precede al jefe [Carlos] es como el tren con el equipaje que acompañaba a los Tudor». La biógrafa Sally Bedell-Smith, autora de Príncipe Carlos: las pasiones y paradojas de una vida improbable, definía al sucesor de Isabel II como un hombre capaz de perder los estribos por «cualquier mínima violación del protocolo».

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