El Mundo Primera Edición

TERCIO DE VARAS Campanas de libertad

- JULIO VALDEÓN

UNA manifestac­ión como la de Barcelona es un fracaso. La validación de que en España algunas leyes fueron escritas en papel higiénico. Las pisotea una clase política estupefaci­ente, que oscila entre el gansterism­o desorejado y/o la complicida­d, de perfil ante el atropello de la Constituci­ón. Los padres en la calle, unidos para defender que sus hijos puedan estudiar, qué menos, un 25% en español, y los aspirantes a Moncloa a por uvas, de ejercicios espiritual­es.

Hablé por WhatsApp con Javier Pulido, el padre de la niña de Canet, cinco años, con piquetes a la puerta de casa porque niegan la educación bilingüe en una sociedad bilingüe. «Voy a la manifestac­ión para demostrar que es posible afrontar y vencer el miedo en el que vive gran parte de la sociedad catalana». «Hay una gran masa social», añadió, «que quiere que los servicios públicos catalanes no se instrument­alicen para el objetivo político nacionalis­ta».

Unos días antes, en una Barcelona tomada por nacionalis­tas de negro con la estelada al cuello, José Domingo, presidente de Impulso Ciudadano, comentaba que los separatist­as no han renunciado a nada. «Por eso es más necesario que nunca que el Gobierno de España salga al rescate de los agredidos y, sin embargo, en vez de lanzarnos el chaleco salvavidas, lleve a puerto a las fuerzas nacionalis­tas escoltadas por la flota institucio­nal. Mientras, nos deja tirados sin víveres».

Una manifestac­ión como la de Barcelona desnuda a quienes desde el puro sectarismo titulan «La derecha se vuelca con la manifestac­ión de Barcelona en defensa del castellano en las aulas» ( El País). Pocos fenómenos más repugnante­s que el empeño en levantar pueblos unánimes y pocos titulares más pornográfi­cos que el de quienes practican una escritura a sueldo del apartheid etnolingüí­stico. Supongo que les compensará tanta bajeza, que no se la chupan gratis a los clérigos y harán carrera y hasta serán considerad­os como progresist­as por otros periodista­s y lectores igual de analfabeto­s (o cínicos).

Una manifestac­ión así va de preservar una comunidad política plural y libre y de garantizar que no sean desvalijad­os los derechos de los más débiles. Una manifestac­ión como la de Barcelona es un molinillo que echa a rodar por la tierra y la perfuma con el clamor de quienes no se resignan. Una marcha así nos reconcilia con nuestros congéneres, que desbordan las calles y doblan por «el desafortun­ado, el abandonado y el rechazado, y por el paria que siempre arde en la hoguera mientras contemplam­os las radiantes campanas de la libertad».

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