Indiferencia justificada
El NACIONALISMO catalán y el socialismo gobernante se dedicarán hoy a menospreciar a los 10.000 valientes que acudieron este domingo a la manifestación en Barcelona para defender que el español sea junto al catalán la lengua vehicular en el sistema educativo de Cataluña. El clásico jiji jaja, de apariencia inofensiva pero muy hijo de puta, es la práctica fascista habitual en los medios públicos y subvencionados para desacreditar cualquier voz contestataria con su totalitarismo. La muerte social del disidente.
Por supuesto, afirmarán que los que reclaman algo tan radical como que el español tenga una presencia digna en la escuela catalana eran cuatro gatos mal contados, nostálgicos del franquismo, pijos de la Bonanova, chusma del extraradio... Como si la masa que se manifiesta en la calle, o su nivel de renta y educación, hubiera certificado alguna vez el valor moral de una causa.
Si bien, para que la fotografía no sea borrosa, debemos admitir que a la chanza nacionalista no está exenta de razón: fueron muy pocos los que ayer salieron a la calle, cierto es que era un acto semi clandestino –la prensa catalana no hizo casi mención para evitar cualquier tentación a asistir– el convocado por la Escuela de Todos, cuando muchos son los afectados por el apartheid lingüístico que la Generalitat impone en los
No se le puede reprochar al constitucionalista catalán que se quede en casa cuando ve que los golpistas gozan de impunidad
centro educativos, con el aval del Gobierno socialista de España. Los cálculos más generosos cifraron la asistencia en unas 15.000 personas. Aunque, realmente, el número da bastante igual. Solo con recordar que el total de los votantes de Vox, Cs y PP en las pasadas elecciones catalanas rondan el medio millón, sumados a los muchos votantes del PSC que sienten el español como una lengua propia, se entiende que la indiferencia de una mayoría de damnificados por la Generalitat es el verdadero éxito del nacionalismo. Y de su aliado en Moncloa, Pedro Sánchez.
No obstante, nadie en el resto de España puede reprochar a los centenares de miles de catalanes que se manifestaron el 8 de octubre de 2017, para frenar el golpe de Estado cuando comprendieron que estaban solos y el Gobierno de Rajoy paralizado, que hayan desertado de cualquier movilización callejera. Es imposible confiar en una democracia como la española cuando, después de haber dado la cara para defenderla en uno de sus momentos más críticos, aquellos que la trataron de violentar, Aragonès, Junqueras, Puigdemont, etc., cinco años después, indultos mediante, están libres y gobiernan la Generalitat como santos inocentes.