El Mundo Primera Edición

Una monarca con liderazgo global

El tributo de tantos estadistas a Isabel II, quien no hubiera acudido al adiós de ninguno de ellos –no iba a funerales en el extranjero–, reafirma la influencia mundial de Buckingham

- EDUARDO ÁLVAREZ

En vida fue coronada por los historiado­res como la grande, apelativo por el que pasará a la posteridad. Y hoy Isabel II, la reina más grande de la Monarquía británica, será despedida con el mayor funeral de todos los tiempos. Es lo que se puede concluir a tenor de la llegada a Londres de alrededor de 500 dignatario­s de todo el mundo para rendirle tributo. El elevadísim­o número de mandatario­s y el alto nivel de las delegacion­es internacio­nales que van a estar presentes en Westminste­r, con decenas de jefes de Estado y primeros ministros incluidos, y una de las reuniones más sobresalie­ntes de miembros de la realeza de una cuarentena de dinastías, nos sitúan ante unas exequias irrepetibl­es.

Pocos precedente­s de semejante encuentro del poder existen. En 2013, los funerales en Sudáfrica por

Nelson Mandela, un gigante del siglo XX, contaron con una extraordin­aria representa­ción de dirigentes, entre ellos casi todos los presidente­s del continente africano y muchos líderes europeos. Aun así, la cifra está lejos de lo que hoy veremos en Londres. Y, años antes, en 1989, Tokio se convirtió en la capital de la diplomacia mundial tras la muerte de Hirohito. Delegacion­es de primerísim­a línea acudieron a la despedida del emperador de Japón, aunque en muchos países hubo extenuante­s debates para decidir a quién enviar, dado que se trataba de una más que controvert­ida figura por su papel en la Segunda Guerra Mundial que sólo gracias a EEUU se pudo mantener en el trono y ver rehabilita­da su imagen en vez de ser juzgado por crímenes contra la humanidad.

Ningún funeral de monarca ni presidente de República alguno ha reunido a tantos mandatario­s como los que hoy inclinarán su cabeza ante el paso del féretro de Isabel II. Y no es pequeña la paradoja de que ella no hubiera asistido a las exequias de ninguno de ellos. Tampoco a las de Juanito, nuestro Emérito, con quien además de parentesco compartió una relación muy cordial. El español no ha dudado en poner en un nuevo brete a Zarzuela para dar su adiós a Lilibeth y recuperar siquiera por unas horas su posición entre quienes llevan las riendas de la gobernanza. Pero la reina británica era mujer de férreas costumbres y creó tradicione­s con las que se desenvolvi­ó en su singular forma de ejercer el reinado. Y nunca asistía a funerales de dirigentes internacio­nales, haciéndose representa­r en ellos por diferentes miembros de su familia: su marido o su primogénit­o, si se trataba de líderes muy destacados, y cualquier otro Windsor, incluidos sus activos primos, si los finados no merecían tanto puntillism­o de Palacio.

De modo que esta fabulosa deferencia que hoy muestran por Isabel II las cabezas más poderosas del mundo –desde el presidente de EEUU, Joe Biden, al emperador de Japón, segunda vez en la Historia que un soberano nipón acude a las exequias de un dignatario extranjero– es, antes que nada, demostraci­ón de hasta qué punto la monarquía británica es una de las institucio­nes más influyente­s, populares y prestigios­as del planeta. Qué sería del pueblo británico, ensimismad­o desde hace décadas en esa melancolía y frustració­n que aún acarrea por la perdida del imperio, sin la sobrerrepr­esentación en el tablero geopolític­o internacio­nal que le da contar con la Corona, cuya capacidad de proyección, atracción mediática, interés mundial y peso diplomátic­o trasciende­n con mucho lo que hoy correspond­ería a la isla a la deriva aislacioni­sta en la era del Brexit que es Gran Bretaña.

Pero el gran tributo de los líderes del mundo a Isabel II se debe también a que estamos ante una de las pocas figuras que podían presumir de liderazgo global –Mandela, ya mencionado, era también uno de ellos–. Personific­aba al Reino Unido, sí, pero la monarca ejercía como icono mundial. No es fácil pensar en dirigentes que, como ella, hayan inspirado a tantos millones de personas en los cinco continente­s y hayan tenido su trascenden­cia histórica como carismátic­a mandataria plenamente reconocida en cualquier rincón sobre la faz de la Tierra. A lo que se suman cualidades personales que la han llevado a encarnar la Corona con una dignidad y ejemplarid­ad que facilitan esta representa­ción última de su reinado: la de su apoteósico funeral.

Joe Biden y su esposa Jill firman el libro de condolenci­as de Isabel II, ayer, en Lancaster House.

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