El Mundo Primera Edición

La enésima obra maestra de un técnico para la historia

El oro «menos esperado y más satisfacto­rio» del técnico italiano al frente de la selección española le encumbra entre los mejores entrenador­es del baloncesto FIBA. Superó renuncias, retiradas y lesiones antes de acudir al Eurobasket, pero supo formar un g

- SERGIO SCARIOLO LUCAS SAEZ-BRAVO

«Esto no pasa por azar. Hay muchos años de duro trabajo aquí». Para entenderlo todo hay una fecha y un lugar de partida concretos. Benahavís (Málaga), julio de 2017. Día uno del plan trazado por Sergio Scariolo para anticipars­e al inevitable abismo que se avecinaba con el paulatino adiós de las generacion­es que llevaron a España a marcar una era. En aquella concentrac­ión de lo que muchos llamaron una selección B está el germen de los éxitos, del oro mundial en Pekín y de esta insospecha­da plata en Berlín.

Es la enésima obra maestra del técnico italiano, quizá a la que más cariño guardará en su álbum de gloria con el paso de los años. Es la medalla que le reafirma como una leyenda a la altura de los entrenador­es históricos del baloncesto FIBA (esta quinta medalla en un Eurobasket le hace superar a Dusan Ivkovic y Aleksandar Nikolic, ya sólo a la zaga

La enésima obra maestra del italiano será la más recordada con el paso de los años

del mito soviético Gomelski), la que le abre de par en par la puerta futura del Hall of Fame. «Esta medalla es la menos esperada y la más satisfacto­ria», se ha sincerado.

Sergio Scariolo, al que estos días ha acompañado en Berlín su mujer Blanca Ares, no ha sonreído demasiado durante este torneo, su décimo con España (octava medalla). No es muy amigo de los festejos. Es más de rutinas. Hay una que se ha cumplido en cada partido decisivo de la selección. En la previa, el italiano pone en valor los talentos del rival. Y hace que parezca un imposible para España. No es victimismo, en este torneo ha sido una realidad incuestion­able. Después, se pone a trabajar tácticamen­te y su selección siempre compite, sorprende y gana.

El día antes de la final, sin embargo, el selecciona­dor ya habló de una manera diferente, como liberado. «No salimos con los favores del pronóstico, pero hemos conseguido más de una vez reducir el salto que nos separa, e incluso terminar ganando», se atrevió a pronunciar y a bromear con eso de «seguir engañando al personal», consciente quizá de que lo logrado ya, independie­ntemente del color de la presea, era una de sus grandes gestas.

De aquel amanecer en Benahavis, que luego tuvo prolongaci­ón en las sucesivas Ventanas FIBA, sobreviven tres testigos en el equipo de este Europeo: Alberto Díaz, Sebas Saiz y Jaime Fernández. También estuvo Alberto Abalde, que se tuvo que marchar por lesión durante la preparació­n. Y otros como Garuba, Pradilla o Joel Parra eran todavía niños entonces. La obra de Scariolo, que también se fraguó en los despachos con la nacionaliz­ación de un tipo clave como Lorenzo Brown, ha sido una amalgama insólita. El italiano ha demostrado, por si había alguna duda, que no sólo supo hacer triunfar al mayor elenco de estrellas que España vio juntos en el tiempo (con los Gasol, Reyes, Navarro y compañía, tres oros continenta­les, una plata olímpica, el oro mundial...), también compitió y triunfó con los otros, un grupo de perfil bajo que no deja de ser el corazón que sostiene al baloncesto español. «Qué esfuerzo y de cuánta gente. Represento a muchísima gente en categorías inferiores. Los que han ayudado a crear esta personalid­ad y estos valores», ha reivindica­do.

Tampoco ha sido nada sencillo el camino hasta la final de Berlín, en un verano que empezó el 1 de agosto lleno de malas noticias. A Scariolo se le precipitar­on las renuncias y las lesiones. Pronto supo que no iba a poder contar de nuevo con Niko Mirotic, quien desde 2016 no quiere saber nada de la selección. A las ya sabidas lesiones de Ricky Rubio y Carlos Alocén, se unió pronto la de Abalde y después la de Sergio Llull. Otros, como Oriola, Vives, Claver o

Abrines renunciaro­n por diferentes razones. Y, aún así, el selecciona­dor supo conjuntar un bloque cuyo objetivo era únicamente competir. Sobrevivir a la primera fase y después intentar sorprender en Berlín. Todo lo sucedido después, el bofetón contra Bulgaria, la sorpresa contra Turquía sin Rudy para ser primeros en Tiflis, la heroicidad contra Lituania, la remontada a Finlandia y la asombrosa campanada ante el local Alemania, es historia. Y detrás de ella, también el «cilindro táctico» de

«A este equipo, a huevos, no lo cambio por ninguno», dijo antes de Alemania

Scariolo, más decisivo que nunca. Quizá porque jamás tuvo una predisposi­ción tan conmovedor­a de sus pupilos, la pizarra mágica del italiano y su cuerpo técnico ha acabado por impulsar la confianza en sí mismos de sus inexpertos chicos, hasta cambiarles la vida. «Sentimos que desestabil­izamos al rival», confesaba Joel Parra. Un soldado dispuesto a todo, como el resto. a partir de titular y pegarse con Markkanen en cuartos o a no disputar ni un minuto en semifinale­s. «A este equipo, a huevos, no lo cambio por ninguno», como les dijo Scariolo en la charla antes de la machada contra Alemania.

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