El Mundo Primera Edición

Momentazo: no se acepta disidencia

ANTONIO LUCAS

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ENTREVISTÉ al filósofo José Luis Pardo. El resultado salió en este mismo papel. Dijo esto, entre otras cosas: «De la crisis del periodismo no sólo tienen culpa las redes sociales e internet. Los lectores se han fragmentad­o hasta el punto de que estamos en un momento histórico de gente estabulada que no acepta opiniones disidentes en sus periódicos o medios». Es algo que interesa mucho, no sólo en el oficio (que sobrevivir­á sin ellos y sin nosotros, como debe ser), sino porque es difícil encontrar una sociedad potable allí donde no se acepta una idea contraria. De Pardo he aprendido bastante. También de nuestras ideas distintas. La intimidad, por ejemplo, es un libro necesario. Y esa intimidad es también contemplar la posibilida­d del otro con sus querencias, y matices, y extrañezas.

Sé que es más gente la que razona que quien embiste. Aunque estos ganen por ruido. Los chungos vocacional­es caducan pronto. Se agotan antes. Se les adivina la mala baba, la bordería, y pierden la gracia. Por costumbre, se arraciman alrededor de juicios inmutables, encofrados, reaccionar­ios de necesidad, fanáticos, y terminan diciendo cualquier cosa con tal de decir lo contrario del enemigo. A veces utilizan el periódico para eso. Pero el periodismo es abrir el diafragma, que entre la luz y la tiniebla. La verdad del periódico es de quien sabe leer y de quien sabe escribir. Cada uno interpreta­ndo su papel. Para guerritas culturales –¿culturales?– y otros hobbies retroactiv­os ya están los bares.

De a poco he aprendido a distinguir entre quien escribe lo que cree y quien escribe para hacerse creer. Entiendo el asombro desengañad­o del filósofo Pardo. Es un poco el mío. (Los periódicos atizan desde muy temprano la inocencia, incluso la ingenuidad). También hablamos la otra tarde del sentido del humor. Los cerriles por vocación y por destino –qué óxido– consideran la ironía sospechosa. Propio de cerebros sin ventanas para airear la estancia. Este es un tiempo turbio, espeso, de gente que sabe cuánto odia pero le cuesta entender exactament­e el qué para explicarse con solvencia. Aúllan envanecido­s con modales ciegos de ñu. Y así van.

De mis amigos y amigas jóvenes aprendo otra manera de mirar y de entender. Lorito es una de ellas. La más sagaz. La más inquieta. «Qué terrible tanta amargura en algunos por casi nada», dijo el otro día. «Quiénes», le preguntamo­s. «Los ultramonta­nos, que vuelven». Pues eso. Feliz año.

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