Libertad, ¿igualdad? y fraternidad
LA REVOLUCIÓN del hiyab cumplió el lunes cien días y 500 muertos en Irán. Jaque a la teocracia por la vía de soltarse el pelo. Así de ridícula es la tiranía a veces, tan frágil que pende de un puñado de cabellos. Las mujeres iraníes han puesto contra las cuerdas al régimen de clérigos enlutados que nació hace 40 años con misión de liberarlas. Bueno a ellas no, aunque se olvidaron de mencionarlo en su programa electoral. Porque los ayatolás que en 1989 tumbaron la dictadura del Sha lo hicieron para hacer hueco a la suya, una que convertía cada cuerpo femenino en una celda; propiedad pública susceptible de ser patrullada por policías con licencia para matar por no ajustarse el velo. Le ocurrió a Masha Amini, la joven cuyo asesinato encendió la mecha de la mayor protesta desde la era Jomeini, que llega justo cuando su heredero, Ali Jamenei, batalla contra un cáncer que convierte su sucesión en una guerra existencial para el régimen.
Otras revoluciones históricas –algunas mucho más luminosas que la iraní de 1989– también matizaron el pliego de derechos y libertades de los ciudadanos en caso de ser ciudadanas. La propia Revolución Francesa bajó un poco las Luces del faro de la Ilustración para hablar de las mismas mujeres que estuvieron en vanguardia para defenderla. Ellas protagonizaron la Marcha de Octubre de 1789 de París a Versalles para pedirle pan al rey Luis XVI, al que ese día se le cortó la digestión poco antes de que le cortaran también la cabeza. Ellas organizaron salones de debate político como los de Marie-Jeanne Roland o Germaine de Stäel. Ellas –Pauline de Léon y Claire Lecombe– fundaron la Sociedad de Mujeres Republicanas para reclamar más papel en la Revolución.
Pero algunos filósofos y pensadores –el propio Rousseau– habían establecido la existencia de «derechos naturales» distintos para un sexo y otro. De algo sirvió el manifiesto del marqués de Condorcet, que retó a que alguien explicara en qué consistía la diferencia. O el de Olympe de Gauges, que clamó que «la mujer nace libre» para acabar convenientemente guillotinada. Pero la Revolución prefirió siempre hablar de «madres republicanas» y desterró a las mujeres de las asambleas políticas en 1793. También les otorgó, eso sí, igualdad en las leyes de sucesión y el divorcio. El voto quedó para otro día: uno de 1945, al cabo de siglo y medio.