Críticas a Milei, que cede para aprobar parte de la ‘ley Ómnibus’
El presidente descalifica en redes al centroderecha que apoyará la norma
Javier Milei llegó a la Presidencia de Argentina criticando a la «casta política» y, ya en la Casa Rosada, siguió hablando de «la política» y «los políticos», como si él no fuera parte de ese mundo. La paradoja es que el Congreso inició ayer el que promete ser el debate parlamentario más extenso de la historia argentina, en el que el ultraliberal busca que se apruebe su ley Ómnibus. Y, desde hace semanas, Milei no viene haciendo otra cosa que política.
A su manera, claro. Mientras sus principales funcionarios negociaban a la manera clásica, Milei se comportaba de manera asombrosa. Lo hacía en las redes sociales, ese mundo en el que se siente cómodo como quizás en ningún otro sitio, en este caso dándole un Me gusta al tuit de un legislador provincial. «Lo que en realidad quieren los diputados del bloque extorsión es seguir viviendo del negocio de la política», decía el mensaje.
El bloque extorsión al que se refiere es en realidad la oposición no peronista. El PRO, del ex presidente Mauricio Macri, la Unión Cívica Radical y la Coalición Cívica, que integraban el extinto Juntos por el Cambio. Pero también hay peronistas no kirchneristas. Los votos de todos son los que permitirían aprobar la fastuosa Ley de Bases y Puntos de Partida para la
Libertad de los Argentinos, que constaba originalmente de 664 artículos repartidos en 351 páginas.
Milei, que tiene apenas 38 de 257 diputados, ha insultado de todas las maneras posibles al radicalismo, el partido que inició hace 40 años la actual etapa democrática, y así y todo recibirá el apoyo de esa formación de raíz socialdemócrata.
«¿Quiere realmente Milei que salga la ley?», se preguntaba el diario Clarín días atrás. «Empezamos a dudar si realmente quieren sacar la ley o que se caiga todo y acusar a la oposición de no querer ceder privilegios, dijo una fuente citada por el mayor periódico de Argentina.
«¡Que la corte con el Twitter! No se puede vivir en las redes sociales. La política es otra cosa», se quejó el senador Luz Juez, del PRO. «Yo voy a apoyar la ley, pero quiero que se me escuche y no se me insulte».
El trámite de la ley, que se anunció después de lanzarse un Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) que incluye 366 medidas a lo largo de más de 80 páginas, es ciertamente inusual. En medio de la negociación, el Gobierno decidió retirar todo el apartado referente a los temas fiscales e impositivos, y en el toma y daca con los distintos bloques parlamentarios se eliminaron casi 150 artículos. Muchos sospechan que el dictamen aprobado por las comisiones que analizaron el texto no es en realidad ya la ley que se pretendía aprobar.
«Esto es un mamarracho nunca antes visto», dijo el portavoz del bloque peronista, Germán Martínez. «Es una nueva muestra del desastre de este debate parlamentario».
Se prevé que el debate se extienda hasta el viernes, ya que la lista de oradores podría alargar la sesión a 40, 50, 60 horas o incluso más.
La Casa Rosada no quita el pie del acelerador: «Hoy la política tiene la oportunidad de empezar a revertir el daño que le ha causado al pueblo argentino. El Gobierno nacional ha escuchado toda recomendación y objeción. Ahora es responsabilidad de los señores diputados».
Así y todo, y en medio de tensiones, agresiones y sospechas que cruzan el hemiciclo del palacio del centro de Buenos Aires, la clase política
Javier Milei, el pasado 26 de enero.
argentina viene demostrando que los resortes y las instituciones de la democracia funcionan: ante un presidente que amenazó con un plebiscito si los legisladores no aprueban su ley, la respuesta fue negociar, mejorar la ley, frenar los impulsos cesaristas que implican los superpoderes y restablecer el poder de control del Parlamento sobre el Poder Ejecutivo.
Entre los máximos honores militares y con la asistencia de miembros de las nueve familias reales de la nación y de las principales autoridades políticas, el gran salón del trono del Palacio Nacional de Kuala Lumpur acogió ayer la ceremonia de proclamación del nuevo rey de Malasia. El sultán de Johor, Ibrahim Iskandar (65 años) se convirtió en el 17º Agong –el título real– desde que la nación del sudeste asiático se independizó de Londres en 1948. Estamos ante la única monarquía electiva rotatoria del mundo. Los reyes ostentan la Jefatura del Estado durante periodos no prorrogables de cinco años tras ser elegidos para el cargo en una votación en la que participan los nueve sultanes con los que cuenta Malasia –una confederación de 13 estados y tres territorios federales con más de 30 millones de habitantes–.
Con uniforme militar de gala y un sable ceremonial de oro en la mano, Ibrahim Iskandar juró su cargo con esta promesa: «Con toda mi capacidad, preservaré en todo momento el Islam y defenderé firmemente una administración justa y la paz en el país». Los sultanes malayos son líderes espirituales de la rama del Islam local, algo que, como subrayan los especialistas, ha supuesto un muro de contención contra la propagación del extremismo religioso que afecta a otros territorios vecinos.
Ibrahim Iskandar es el soberano de Johor, uno de los estados más pujantes del país. Y es bien conocido por ser uno de los monarcas más ricos del globo –su fortuna personal supera los 750 millones de euros, según Forbes– y también más excéntricos –la flota real en su Sultanato cuenta con más de 300 vehículos, por poner un ejemplo de sus caprichos–. Pero, más allá, el nuevo rey viene siendo desde hace años una figura especialmente influyente en la política nacional, que nunca ha dudado en hacer declaraciones de alto voltaje dirigidas a la élite dirigente y que cuando menos desbordan la exquisita neutralidad que se antoja propia de los monarcas de las democracias parlamentarias.
Y al trono el 17º Agong llega apuntando maneras. Porque, desde que fue elegido para el cargo en octubre, ha deslizado en varias entrevistas a medios extranjeros su intención de hacer todo lo posible para que, como rey, su papel vaya más allá de lo estrictamente ceremonial. El Gobierno y los políticos de Kuala Lumpur tienen claro que no va con el carácter de Ibrahim Iskandar comportarse como un jarrón chino, limitarse a ser «un sello de goma», en sus palabras.
Por lo pronto, entre esa ampliación de competencias que desearía asumir el recién investido monarca, ha instado a que los responsables de la
El rey de Malasia, Ibrahim Iskandar, en un acto en Kuala Lumpur ayer.
Comisión Anticorrupción de Malasia y de Petronas –la estratégica corporación estatal de petróleo y gas– le reporten directamente a él en vez de hacerlo, como hasta ahora, al Parlamento. Así lo deslizó semanas atrás en una entrevista al Straits Times de Singapur. No está claro si su petición caerá o no en saco roto. Pero el rey inicia sus cinco años de mandato con la promesa de que se va a convertir en el gran azote contra la corrupción. Y no ha dudado en verter acusaciones contra los políticos y los partidos que prometen megaproyectos a ricos benefactores que a cambio sufragan las campañas, germen de buena parte de la corrupción institucionalizada en el país –algo nos suena por estos lares–. De ahí la preocupación del monarca, que advierte de que va a ser un «cazador de corruptos», por tener interlocución directa con el organismo anticorrupción de la federación.
Los reyes de Malasia tienen similares funciones a las de los monarcas parlamentarios occidentales. Símbolos de la unidad de la federación, ejercen un rol fundamentalmente simbólico, el alto mando de las fuerzas armadas y un destacado papel de diplomacia internacional.
Los expertos en el país asiático subrayan que en los últimos años se han visto obligados a desempeñar un papel más proactivo en el engranaje político. De hecho, el reinado de Abdullah, sultán de Pahang, el predecesor de Ibrahim Iskandar, se ha caracterizado
por el mayor periodo de inestabilidad en la historia reciente de Malasia, y el soberano ha tenido que estirar al límite sus prerrogativas constitucionales. En lo político, porque el lustro ha estado dominado por una gran fragmentación política y varias crisis de gobierno. El rey, sin ir más lejos, se vio obligado a mediar tras las
HEREDERO.
El sultán de Kelantan, Mohamed V, que en 2019 protagonizó un gran escándalo al renunciar como rey de Malasia entre rumores de boda con una modelo rusa, acaba de despojar de la dignidad de príncipe heredero del Sultanato a su primogénito, Mohamed Faiz Petra (49 años), al que ha sustituido por otro hijo, Mohamed Fakhry Petra (45). No están claras las razones, pero la decisión ha abierto una crisis en la dinastía.
PATERNIDAD.
El sultán habría tenido otro vástago con la miss rusa, con la que se casó en secreto en 2018 y de la que se divorció apenas un año después. Pero el soberano no reconoce la paternidad, asunto que está en los tribunales. elecciones de 2022, en las que ninguna facción obtuvo mayoría suficiente, para ahormar una –frágil– alianza de partidos que sostienen al actual primer ministro. Y, en lo económico, la pandemia de coronavirus ha golpeado con dureza las finanzas estatales, y el monarca también ha desplegado una mayor acción exterior en busca de inversiones como punta de lanza de las empresas locales para abrir nuevos mercados.
El deseo del nuevo rey es justamente profundizar en el papel del trono, lo que está generando un apasionado debate entre los constitucionalistas malayos acerca de hasta dónde puede estirar las costuras del cargo. Los analistas advierten de posibles fricciones tanto con el jefe del Gobierno como con el Parlamento por su vocación de entrometerse en política. Aún truena la advertencia de Ibrahim Iskandar en mayo a los diputados: «Ya es suficiente», les abroncó, en referencia a las maniobras partidistas para desestabilizar al Gobierno. «Esto no es saludable para la nación, ni social ni económicamente, ni siquiera para nuestra posición internacional. Suficiente es suficiente. ¿Cuánto más tiempo tendrán que soportar los 30 millones de habitantes de nuestro país? La economía debe recuperarse y los políticos deben dar prioridad a la prosperidad de Malasia», advirtió a los representantes de un pueblo cada vez más desencantado con la polarización y con su dirigencia.