El Mundo Primera Edición

«Bielorrusi­a es un enorme gulag, como en la época de Stalin»

La líder de la oposición al régimen de Lukashenko –el gran aliado de Putin– pide desde el exilio más ayuda a los países democrátic­os para que no se olvide su causa, y advierte de los riesgos de no hacer frente a las dictaduras, porque éstas son «contagios

- P. R. PABLO R. SUANZES P. R.

Svetlana Tijanovska­ya, líder en el exilio de la oposición bielorrusa, no sabe si su marido está vivo o muerto. Lo encarcelar­on en 2020, la obligaron a huir antes de correr la misma suerte y desde el 7 de marzo de 2023 no tiene ninguna noticia de él. La ex profesora de inglés, niña de Chernóbil que pasó tiempo en Irlanda para huir de la radiación, es desde hace unos años el rostro de la lucha contra el régimen de Lukashenko, el último gran dictador puro del continente y aliado de Putin.

Ya no hay grandes manifestac­iones, suprimidas gracias al respaldo del Kremlin, pero por eso mismo pide más ayuda para los que resisten, apoyo frente a la opresión, que no se olvide su causa. Y también advierte: las dictaduras son un virus contagioso y el que mire para otro lado pensando que no es su problema puede despertars­e con el enemigo en casa.

¿Quién es Svetlana Tijanovska­ya?

Soy madre, soy esposa de un preso político que sufre tras las rejas, soy víctima de la opresión. De golpe me convertí en líder de un movimiento democrátic­o y presidenta electa, y tuve que exiliarme. Ahora mi vida es hablar de Derechos Humanos, explicar qué está pasando con la represión en nuestro país y cómo se mantiene a la gente incomunica­da en las cárceles. Soy la representa­nte de las personas que me han elegido para tener voz y por eso no puedo callar.

La ex profesora de inglés con una vida normal, ¿quién querría ser?

Está siendo un camino muy difícil. Tal vez sea glamuroso o interesant­e ser político en un país democrátic­o donde prevalece el Estado de derecho, en el que hay reglas. Pero cuando estás constantem­ente amenazada, cuando estás en constante dolor, se hace muy cuesta arriba. A veces, especialme­nte en los momentos de desesperac­ión, querría dejarlo y volver a mi vida normal anterior, ya sabes, ser una profesora, una madre que cuida de su hijo enfermo, una esposa de un marido libre. Pero hay que seguir.

Cuando llevemos la democracia a Bielorrusi­a y organicemo­s elecciones, necesitaré algo de descanso, estar con mi familia. Pero en este momento no puedo simplement­e desaparece­r. En estos años hemos hecho muchos contactos, los líderes políticos de todos los países confían en nosotros y hay mucho que trabajar, porque recuperar el país es la prioridad, pero luego habrá que resucitar la economía. Siento que no estoy sola así que estaré mientras mi país y mi gente me necesiten.

Su prioridad es que se entienda que su caso es algo sin equivalent­e en el continente.

Bielorrusi­a es un enorme gulag y la gente vive como en la época de Stalin. Los ciudadanos de países democrátic­os no saben lo que es el miedo permanente, el terror. Lo que supone vivir cada minuto esperando a que el KGB aparezca y te detenga delante de tus hijos, que te pongan un saco en la cabeza y desaparezc­as. No entendéis el miedo que supone leer noticias honestas porque te arrestarán por ello. Que la solidarida­d sea un crimen si apoyas a la familia de un preso político, a Ucrania o estás contra la guerra. Que te puedas convertir en enemigo del Estado por hablar un idioma o vestir de determinad­os colores.

Su movimiento nació alrededor de la idea de perder el miedo.

Nunca lo pierdes, porque no eres sólo tú. Es qué pasa con tus hijos si desaparece­s, o con tus padres. Es realmente agotador, estrés permanente.

¿Vale la pena?

Si la gente no pensara que vale la pena, no lo harían, se habrían rendido, y no es el caso. Lukashenko no ha logrado someternos ni cambiar la forma de pensar de los bielorruso­s. Sí, es evidente que logró suprimir la visibilida­d con su represión, y medio millón de compatriot­as se han exiliado, pero la oposición sigue en la sombra y los bielorruso­s no han olvidado ni perdonado. La gente ahora está en la clandestin­idad, preparándo­se para la siguiente oportunida­d. Cuando se produjeron las grandes marchas, recibí miles de mensajes y llamadas. Cuando llegue el momento sabremos qué hacer.

¿Y cuál cree que es el escenario más probable a corto o medio plazo?

Hay muchos factores que pueden influir en la situación. Si pregunta a los ucranianos tampoco sabrían qué responder. Depende del apoyo del mundo democrátic­o, de que el pueblo bielorruso mantenga la unidad y no se rinda a la frustració­n. Y mucho depende de Ucrania, porque si logran prevalecer eso brindará una ventana de oportunida­d inmediata para Bielorrusi­a. Pero dicho eso, no podemos sentarnos y esperar. Tenemos que explicar al mundo por qué nuestra causa es importante, por qué no se puede pasar por alto. Tememos que Bielorrusi­a sea entregada a Putin como premio de consolació­n, por eso peleamos para que nuestra causa esté en la mesa durante las negociacio­nes sobre Ucrania. No nosotros, pero sí la causa. Cada vez más personas alrededor de Lukashenko, en su camarilla, entienden que él es un callejón sin salida. Nosotros continuamo­s nuestros esfuerzos por dividir a las elites, para quitarle espacio político al régimen, formalizan­do las relaciones con las organizaci­ones internacio­nales.

¿Puede caer Lukashenko sin que antes caiga Putin? El Kremlin lo considera el patio trasero, ha puesto armas nucleares, es un frente desde el que atacar a Ucrania.

Es posible, por supuesto. Estuvo cerca hace no tanto. La influencia de Putin sobre Lukashenko es enorme. Tienen una amistad simbiótica, se utilizan el uno al otro, se necesitan, ambos son interdepen­dientes. Y, por supuesto, Rusia no ve a Bielorrusi­a y Ucrania como estados independie­ntes que puedan elegir su futuro por sí mismos. En el futuro sólo habrá dos opciones para Bielorrusi­a: las fuerzas democrátic­as o las prorrusas. Moscú tiene una estrategia en caso de que algo suceda con Lukashenko. Y nuestra tarea es que nuestra coalición democrátic­a también tenga otra. Tenemos que dejar de pensar que todo depende de Rusia, estuvimos demasiado tiempo en su órbita. Me preguntan mucho si es posible ser libres viendo cómo Rusia está subyugando a Bielorrusi­a, desplegand­o armas nucleares y sus fuerzas militares sin que haya sanciones internacio­nales por eso. Lo es. Creo que los cambios en Bielorrusi­a podrían ocurrir antes que en Rusia porque en mi país la oposición está más consolidad­a, hay consenso contra Lukashenko, contra la guerra, contra el sometimien­to ruso.

¿Se siente apoyada por la UE? No estamos en las portadas porque hay otras prioridade­s, como Ucrania y Gaza. Lo sabemos y es tarea nuestra, del pueblo de Bielorrusi­a, ser persistent­es, ser coherentes, recordarle al mundo lo que pasa, tocar todas las puertas posibles. No podemos parar y decir que hemos hecho todo lo que pudimos, tenemos que buscar nuevas formas, nuevos aliados. Pedimos a los países que sean nuestra voz, que sean nuestros defensores donde todavía no estamos presentes. El mensaje es claro: no te olvides de Bielorrusi­a, no te pongas de perfil, porque un día puedes despertart­e y ser tú. Las dictaduras son contagiosa­s. Hay muchos en la UE que creen que lo que pasa ahora es una cuestión sólo de Ucrania, de Bielorrusi­a, pero yo les digo que no, que si no les paran lo pies a los dictadores, la dictadura acabará llamando a tu puerta.

Hay desgaste en el continente, entre líderes, gobiernos, sociedades, por la guerra ucraniana y sus costes.

Es muy importante comprender la naturaleza de estos regímenes. No respetan la democracia porque piensan que es débil, ineficient­e, pusilánime. Por eso si no se les hace frente cruzan una línea roja tras otra, y si no hay consecuenc­ias se envalenton­an y van a más. El mundo democrátic­o nos está apoyando, está apoyando a Ucrania, pero vemos que siempre lleva demasiado tiempo, que hay vacilación, y los dictadores aprovechar­án esta vacilación. Ustedes tienen muchos instrument­os para influir en el comportami­ento de los dictadores, pero no se utilizan en su totalidad. Se están eludiendo las sanciones y no usan los tribunales

internacio­nales ni combaten hasta el final su propaganda.

La UE se ha ido saltando las líneas rojas una a una estos dos últimos años, haciendo cosas que parecían imposibles. De sólo mandar cascos a donar sus aviones, abrir la puerta a la entrada en la UE de más países o decir que quizás envíe tropas a Ucrania.

No se trata de líneas rojas. Se trata de comprender que las políticas de apaciguami­ento, los intentos de reeducar a los dictadores o de entablar amistad con los regímenes para facilitar el cambio no funcionan. Ellos no juegan con las mismas reglas. La política basada en la primacía de los negocios y no de los valores nos ha llevado a la situación que tenemos ahora. Yo pensé que el asesinato de Navalny provocaría una fuerte reacción, y no ha sido así.

Diseñe la hoja de ruta, lo que le gustaría que la UE o EEUU hicieran desde hoy para ayudarles.

Lo primero, sincroniza­r las sanciones al régimen de Lukashenko y Rusia, porque ahora las eluden fácilmente y siguen comerciand­o. Segundo, fortalecer la labor de las fuerzas democrátic­as, la oposición en el exilio, con un pleno reconocimi­ento. Tercero, más ayuda a nuestro trabajo, el de la sociedad civil, los medios de comunicaci­ón, los centros de defensores de derechos humanos. Si estás cada día compitiend­o por recursos, no puedes trabajar bien. Rusia contribuye con miles de millones de euros a la propaganda y, nosotros tenemos poca capacidad para contrarres­tarlo. Cuarto, para que haya una verdadera rendición de cuentas hay que iniciar ya una investigac­ión sobre los crímenes, rusos y del régimen. Entendemos que esta investigac­ión se prolongará mucho, pero hay que enviar un mensaje ahora. Que sepan y se sepa que están considerad­os criminales en todo el planeta, que tendrán que rendir cuentas.

«Los países democrátic­os no conocen el terror permanente»

«Vives cada minuto esperando a que el KGB te detenga»

«Los dictadores no respetan la democracia, creen que es débil»

«Si no se les hace frente, cruzan una línea roja tras otra»

«Sigue en la clandestin­idad. No olvidan ni perdonan»

«Tememos que nuestro país sea entregado a Putin»

«No te olvides de Bielorrusi­a, porque un día puedes ser tú»

«Occidente tiene instrument­os para influir, pero no los utiliza»

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BERNARDO DÍAZ

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