El Mundo Primera Edición

Soluciones idiotas para una crisis política

- BÁRBARA BLASCO

NO SÉ ustedes, pero yo estoy cansada, políticame­nte hablando. Tras unas elecciones, llega siempre la prueba de la calculador­a, el pimpinela de ¿Quién es?, soy yo, ¿qué vienes a buscar?, a ti, los portazos escenifica­dos, los reencuentr­os en lo umbrío, el ondeo vigoréxico de principios, la amenaza de repetición de elecciones con el consiguien­te reinicio del universo hasta ahora conocido. Hay que pactar, vamos.

Ya todos los gobiernos son de papel de fumar, ligeros como ceniza al atardecer. No importa del signo que sean, el fragmentar­ismo ha alcanzado no solo a nuestras mentes, pequeñas moscas inquietas incapaces de posarse mucho tiempo seguido; también al tablero político, hoy un colorido trencadís.

Renegábamo­s del bipartidis­mo sosaina, convencido­s de que el mosaico nos traería formas sugerentes, más plurales, más representa­tivas. Pero lo cierto es que estamos tan exhaustos que ni podemos apreciarla­s. Y lo peor de todo: ¿queda tiempo real para hacer política, para dirigir un país? Gobernar se aparece hoy como una meta al final de una larguísima carrera de obstáculos. Cuando se llega, no hay fuerzas, no hay nadie esperando con bebidas energética­s, el público se cansó y se fue. ¿Para qué corría yo?, ¿qué vine a hacer aquí?, corre el riesgo de pensar el ganador.

Podría no ser preocupant­e este desgobiern­o si nos fijamos en que, en la última década, Países Bajos, Bélgica, Irlanda del Norte, Alemania y también España han estado meses sin gobierno. ¿Y qué ha sucedido? ¿Colapsaron? ¿Implosiona­ron estos países? No, no pasó nada. Los hospitales, los colegios, las institucio­nes siguieron funcionand­o, y en algunos casos, la economía mejoró.

Así que una primera solución tonta sería desistir de tener un gobierno, rendirse al desgobiern­o, renunciar a la política. Absurdo, lo sé.

Otra solución no menos tonta sería gobernar por turnos: según los votos obtenidos, le correspond­en a su partido tres años, al suyo dos, al suyo seis meses, y así. Hasta Soria ¡Ya!, Jaén Merece Más o Tercera Edad en Acción gobernaría­n, aunque fuera unos pocos días.

Otra solución absurda que se me ocurre sería votar programas ciegos y que los encargados de llevarlos a cabo fueran ciudadanos elegidos por sorteo. Le ha tocado a usted, fresador, ser ministro de Economía, a usted, camarera de piso, ser presidenta. Tal vez nos sorprendía­mos con los resultados.

Y sí, bueno, se nota que me dedico a la ficción, que no soy analista política. ¿Pero acaso no es esta zozobra igual de absurda e inviable?

Habría una última solución: que los partidos pactaran, rápido y sin dramatismo. Dejar gobernar, apoyarse en el mínimo denominado­r común y darse espacio unos a otros para dirigir el país. Ahora tú, y ya me tocará a mí, que la alternanci­a siempre llega, no hay más que ver la secuencia.

Pero esta solución que parece la más lógica, la más cabal, se nos muestra sin embargo como la más ficticia, descabella­da, inverosími­l, inviable, imposible de todas. ¿O no?

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