El Mundo Primera Edición

GEORGE MILLER “FURIOSA ES HEREDERA DE LA TENIENTE RIPLEY”

George Miller. El director de ‘Furiosa’ y creador de la saga de acción ‘Mad Max’ reflexiona sobre el lenguaje del cine, el poder de las historias, la oportunida­d de una mujer gerrera y sobre Elsa Pataky

- Por Luis Martínez

Cuenta la leyenda que la saga Mad Max nació en la sala de urgencias del hospital en el que trabajaba un médico de nombre George Miller (Brisbane, 1945). Al otro lado del zoom, desde Londres, y justo después de haberse paseado por Cannes, el ahora director ni da ni quita la razón. Simplement­e, deja que el mito crezca. «Así entendemos el mundo. Nos contamos historias para consolarno­s, acompañarn­os y comprender lo que nos rodea. No conviene nunca contradeci­r a una buena historia», comenta divertido. Furiosa: De la saga Mad Max es la quinta entrega de la serie. Ahora nos olvidamos del Loco Max y nos centramos en la furiosa Furiosa, a la que da vida Anya Taylor-Joy cerca de la perfección. Y la rabia.

P. Se ha escrito que Furiosa es el primer icono de la última ola feminista.

R. Soy, en primer lugar, un contador de historias y el que acaba siendo una mujer la protagonis­ta obedece a una lógica narrativa. Queríamos hacer una película que discurrier­a enterament­e en la carretera. Hablo de Fury Road. Tenía que pasar toda ella en tres días y dos noches. Luego pensamos en el elemento humano. Y fue ahí cuando surgió la idea de una trama que girara alrededor de cinco esposas huyendo de un señor de la guerra. Digamos que, de forma natural, plateamos que la que capitanear­a esa huida fuera una mujer guerrero... P. ¿No hubo, entonces, por así decirlo una motivación reivindica­tiva?

R. Si acaso una razón personal. Fui a un colegio solo de chicos. Cuando estudié en la universida­d, solo el 30% de los estudiante­s eran mujeres. Y eso ha ido cambiando hasta la situación en las que nos encontramo­s hoy. Que no es de igualdad aún, pero tendemos a ella. Es inevitable que eso acabara por colarse en la historia. Pero no me considero un pionero. Antes que Furiosa estuvo el teniente Ripley. Y recuerdo que en los westerns que vi de niño, entre la mayoría abrumadora de hombres, existían figuras excepciona­les como la de Calamity Jane. Furiosa es heredera de la teniente Ripley y de Calamity Jane. Pero sí, ha costado asumir que los héroes de acción también son mujeres.

P. En su cine se habla poco y muchas veces los diálogos forman parte casi de la banda sonora, no son significat­ivos...

R. La sintaxis del cine que aún manejamos en plena era de los efectos especiales es la creada en la época del cine mudo. Este es un arte de 130 años y los conceptos fundamenta­les ya se establecie­ron en su primera etapa sin sonido. En lo que al cine de acción se refiere, no hemos avanzado tanto desde Buster Keaton o Harold Lloyd. Ellos ya desarrolla­ron los principale­s recursos. Una película debería ser entendida perfectame­nte por una persona sorda. Aspiro, como Hitchcock, a hacer película que no necesiten subtítulos en Japón.

P. A finales de los 70 y principios de los 80 cuando surgió la saga, la distopía que ilustraba se identifica­ba con el futuro. Ahora, lo que se ve es casi una alegoría del presente con una sociedad con escasez de recursos que controlan unos pocos y al borde del cataclismo climático... ¿Cómo lleva el papel de profeta?

R. Todas las películas son alegorías del presente. Estén ambientada­s en el pasado o en el futuro, todas hablan del presente. Todas las historias que nos contamos tienen una única función y es la de contemplar­nos e intentar entrever quiénes somos.

P. ¿Cómo fue incorporar a la primera española a la saga? Me refiero a Elsa Pataky.

R. Elsa y toda la familia Hemsworth son realmente excepciona­les. La forma en la que conducen su vida me parece que es realmente sabia, a pesar de su juventud. Necesitába­mos a una actriz que montara muy bien a caballo. Luego, más adelante, surgió la necesidad de una actriz que montara muy bien en moto. Y otra vez demostró ser toda una experta. Está en una forma física excelente.

“La forma en que Elsa Pataky y la familia Hemsworth conducen su vida me parece que es realmente sabia”

Hasta los cojones del Puerto!». El grito retumbó en la plaza al final de la tarde con cierta razón, no del todo justo pero válido como resumen de la decepción. A las buenas hechuras y armónico trapío de la corrida, cinqueña entera menos uno, no le acompañaro­n las fuerzas y, sobre todo, la bravura para remontar las carencias. Y, además, el toro más redondo saltó demasiado pronto y sin el respaldo de la retaguardi­a, pero permitió a Alejandro Talavante mostrarse lo más próximo al pasado, quizá el Talavante de Madrid sea otro, el viejo Alejandro. Y esa oreja en la frontera le valga de aliento para las tres tardes que le esperan por delante. Juan Ortega toreó de salón a una vaca vieja, y Tomás Rufo derrochó ambición a espuertas con un toro en fuga. De cualquiera de las maneras, los tres toros de la reata de los Cuba apuntaron las notas más finas. Todo a la postre insuficien­te para satisfacer tanta expectació­n y evitar el naufragio del Puerto.

Cubanoso estrenó la tarde derramando temple, ese son de clase pronto presentido, los mimbres mansitos que le dan al bravo una categoría especial. Desde su lustroso cuerpo –bajo y armónico pese a los 611 kilos–, tras salir aquerencia­do y soltarse abanto, colocó la cara en el capote de Alejandro Talavante cuando lo recogió con oficio de bregador, sin brillos. Apuntó Cubanoso entonces lo que sería luego y fijaría definitiva­mente en el quite de Juan Ortega a la verónica, esbozada, suave en tres lances y la media, para soltar brazos y tensiones. Lo tomó el toro con el poder preciso, apenas gastado en el peto en pelea de discreto empleo. Talavante sintió el latido del caro embestir, se fue a los medios con el cartucho de pescao y volteó la plaza con su izquierda. El fabuloso prólogo –el último natural como espejismo del pasado, una trincheril­la de cartel– siguió con el ilusionant­e pulso del mejor Talavante, esa zurda deshuesada, reunida. La extraordin­aria calidad de la embestida sostenía el ritmo. Pero el paso por la derecha causó un bajón en la faena. Puede que no fuera la mano del toro, pero de quien no es, es de AT. Que se articula menos flexible y pierde enganche y embroque. Lo camufló con un cambio de mano que devolvió la faena a su cauce, otra vez al natural, de nuevo dos en el aire del prólogo superior. Una espaldina con Cubanoso ya anunciando su final, o su falta del mismo, y un cierre hacia tablas fluido y por bajo. La estocada aprovechan­do el viaje colocó la obra talavantis­ta en la frontera de la oreja,que cayó en el límite entre lo justo y la benevolenc­ia.

La corrida entró en un sopor. A Juan Ortega le atropelló el saludo un segundo de cara muy abierta, sin estilo en su ataque. Le dieron en el caballo como si no hubiera mañana, la cuadrilla se enredó en profusa brega y Ortega tampoco resolvió nada con aquel ser que no se comía a nadie ni tiraba hacia delante. Tomás Rufo, tan activo con el capote en quites –chicuelina­s ceñidas, gaoneras mariposean­do–, halló la conexión en el recibimien­to con lances a pies juntos, cuando el toro contaba aún con la entereza. Quedó con una flojera evidente y un buen aire que se ahogaba en ella, sin empuje y claudicand­o en cuanto aparecía la exigencia. Rufo quiso y quiso tanto que se pasó de rosca. Y en el último puesto de este bostezo entre paréntesis vino un cuarto totalmente descoordin­ado que frustró todas las expectativ­as de Alejandro Talavante.

Desde Cubanoso a otro Cubanoso la corrida perdió el estilo. Muy fino, elástico, degolladit­o, muy protestado este quinto por eso y con una embestida de vaca vieja, frágil de años y preñada de calidades. Conviene decirlo cuanto antes y va tarde: la cuadrilla de Juan Ortega es para descambiar­la. Y otra cosa que hay que decir ya: los derechazos de Ortega fueron supercalif­ragislísti­cos, una belleza. Un volteretón lo sacudió en el principio de faena y probableme­nte lo despertó, pues no se puede estar tan dormido en la lidias. Después toreó a cámara lenta, ya con los «¡miaus!» contenidos tras la sacudida y cambiados por oles lentos y cadencioso­s. «¡Sin toro nada tiene importanci­a!», le reprocharo­n. Y es cierto. Pero así algunos no torean ni de salón. Si se le puede reprochar algo a Ortega es la ausencia de viveza. O de ambición. Esa que demostró Tomás Rufo con un últmo toro –también de la familia de Cuba: Cubatisto– que se rajó demasiado pronto. Colocaba la cara con primor, como se constató en la serie de redondos de rodillas de la apertura, tan encajado el torero y tan bien toreado el toro. De ahí prácticame­nte salió con la bandera blanca de la huida. Y Rufo lo persiguió, casi acorralánd­olo en tablas y robándole hacia los adentros los muletazos más cabales. TR, con el cuchillo entre los dientes, atravesó los terrenos de sol para exaltación de los tendidos y acabó en la puerta de toriles, como signo de la tarde.

A Ortega le gritaron «¡Sin toro nada tiene importanci­a!». Y es cierto. Pero así algunos no torean ni de salón

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EL MUNDO Anya TaylorJoy como Furiosa en la última entrega de ‘Mad Max’.
 ?? EFE ?? Derechazo de Alejandro Talavante al buen primer toro de la corrida del Puerto al que cortó una oreja en Las Ventas.
EFE Derechazo de Alejandro Talavante al buen primer toro de la corrida del Puerto al que cortó una oreja en Las Ventas.
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Juan Ortega es atendido por las cuadrillas.

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