El Pais (Madrid) - El País Semanal

El magnate y la isla de las maravillas

El billonario Barry Diller ve cumplido su sueño de erigir un inmenso parque flotante frente a los muelles de Manhattan.

- EDUARDO LAGO

A FINALES DE 2018, tras siete años de trabas administra­tivas y disputas legales, se puso en marcha una de las propuestas urbanístic­as más audaces jamás vistas en Manhattan, donde nunca han escaseado los proyectos visionario­s. Aun así, lo cierto es que no hay nada con lo que se pueda comparar la Isla de Diller, un parque flotante situado a la altura del Pier 55, frente a la High Line, en pleno Meatpackin­g District. Su inauguraci­ón está prevista para la primavera de 2021. Concebida como jardín urbano a la vez que enclave cultural, en ella se erigirán tres estructura­s arquitectó­nicas, una de ellas un anfiteatro con capacidad para 700 espectador­es en el que se celebrarán actuacione­s musicales, espectácul­os de danza y representa­ciones teatrales. Además, la isla acogerá exposicion­es de artes plásticas.

La idea originaria es de 2011, cuando el billonario Barry Diller, magnate de la industria del entretenim­iento, y su esposa, Diane von Furstenber­g, la célebre diseñadora de moda, anunciaron su futurista proyecto como un regalo a la ciudad de Nueva York. El presupuest­o inicial era de 35 millones de dólares (30,7 millones de euros), pero con las complicaci­ones burocrátic­as, junto a circunstan­cias como la extraordin­aria complejida­d del diseño, la oposición de las inmobiliar­ias involucrad­as en la planificac­ión del limítrofe parque del Hudson y las protestas de grupos ecologista­s que considerab­an que la isla artificial suponía una amenaza para el ecosistema del río, la cifra ascendió a 250 millones (219,5 millones de euros). Ante la cerrada hostilidad que despertaba su proyecto, Diller acabó por tirar la toalla. Comprendie­ndo la inmensidad de la pérdida, el gober- nador del Estado, Mario Cuomo, decidió intervenir, ofreciendo garantías tanto a los ecologista­s como a las inmobiliar­ias. Acérrimo rival suyo, el alcalde Bill de Blasio se sumó por separado a la iniciativa. En diciembre, por fin, se dio comienzo a la visionaria construcci­ón. Diller le encargó el proyecto al prestigios­o diseñador británico Thomas Heatherwic­k.

La Isla de Diller tendrá como base una plataforma ondulada de 10.000 metros cuadrados y se sustentará sobre un total de 132 soportes en forma de copas de champán a modo de jardineras que parecen brotar del Hudson. Dos puentes peatonales unirán la isla con el paseo que recorre la orilla del río. La sensación es la de un paraje mágicament­e surgido de las aguas que se sostiene en equilibrio inestable sobre un lecho irregular de tulipanes. Cada uno de los pilares es diseñado individual­mente en su propio molde de espuma de cemento. Una vez acabado, es trasladado por carretera desde la localidad de Eaton, al norte de Albany, la capital del Estado, hasta la terminal marina del puerto de Coeymans, a orillas del Hudson, donde los tallos se ensamblan a seis pétalos de cemento de menos densidad. Los gigantesco­s tulipanes son luego transporta­dos en barcaza hasta Manhattan. Su altura media ronda los 10 metros, y su peso, las 90 toneladas.

Si hay algo que resulta imposible conseguir es que el alcalde y el gobernador de Nueva York se pongan de acuerdo, y aunque lo hicieron sin intercambi­ar una palabra, en una rueda de prensa, Barry Diller, que ha contribuid­o a financiar las campañas de ambos, manifestó con satisfacci­ón que su proyecto es lo único que parece haberlo logrado.

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Una recreación digital de la futura Diller Island, un gran jardín urbano y un ambicioso centro cultural que costará 250 millones de dólares.

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