Lejos del ideal de Europa, cerca de Rusia e Irán
El candidato que desafía al presidente Recep Tayyip Erdogan en las urnas, el socialdemócrata Muharrem Ince, ha anunciado que volverá a poner a Turquía en el camino que conduce hacia Europa si logra la hazaña de derrotar al líder político que no ha perdido ninguna elección en tres lustros. Lo mismo prometía el islamista Erdogan a finales de 2002, cuando su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP por sus siglas turcas) obtuvo la primera victoria. Poco después se fotografiaba en las cumbres de la Unión Europea como mandatario de un país candidato a la adhesión. Tras una fértil época de reformas democráticas y modernización económica —que se estancó por los portazos de gobernantes liberales europeos al aspirante turco—, en los últimos cónclaves del hombre fuerte de Ankara abundan las figuran autócratas de los presidentes de Rusia, Vladímir Putin, y de Irán, Hasán Rohaní.
El axioma de Mustafá Kemal Atatürk “Paz en casa, paz en el mundo”, que definió la política exterior de Turquía durante décadas, apenas servía para ocultar una guerra civil larvada en el sureste kurdo de Anatolia y la enemistad manifiesta de casi todos los países de su entorno. La determinación inicial del AKP de buscar la plena integración en la Unión Europa no solo contribuyó a duplicar el Producto Interior Bruto en 15 años, sino que también alteró el paradigma de las relaciones regionales turcas. “Se produce un compromiso regional multiforme: en el plano político, bajo el popular lema ‘cero problemas con los vecinos’; en el económico, mediante acuerdos de libre comercio, y en el sociocultural, a través de un soft power que emana del turismo y las telenovelas y series turcas”, sostiene la profesora de Relaciones Internacionales Jana Jabbour, experta en Turquía, del Centro de Investigaciones Internacionales de París.
Esta diplomacia neotomana fue puesta en práctica por el consejero de Erdogan Ahmet Davutoglu, quien posteriormente ejerció como titular de Exteriores y sucedió al líder del AKP como primer ministro cuando este accedió a la presidencia de la República. En paralelo al acercamiento a Europa, Turquía consolidó un hinterland o zona de influencia en los Balcanes, Oriente Próximo, Mediterráneo oriental y Asia central. El reconocimiento de su singularidad como país islámico invitado a ser socio de la UE fue la carta de presentación con la que Ankara afianzó su prestigio regional.
“Europa ha acabado decepcionando a Turquía, y sobre todo nos ha decepcionado a los liberales laicos”, asegura el profesor de Ciencias Políticas Üstün Ergüder, en un centro de estudios de la Universidad Sabançi situado en el corazón de Estambul. “Todas las reformas y cambios, todo el esfuer- zo de la sociedad civil, no se han visto correspondidos por la UE, y muchos han perdido interés por la adhesión”, advierte.
La primavera árabe catapultó a Erdogan, que en 2011 ganaba sus terceros comicios consecutivos con el 48% de los votos, como modelo para los países que aspira- Sumida en una profunda crisis económica y asediada por conflictos regionales, el alejamiento de Europa constata la debilidad del proyecto del AKP, que por primera vez corre el riesgo de fracasar en las urnas. Miembro fundador de la OTAN y eterno aspirante a la integración en la UE, Turquía experimenta una inquietante involución tras el fallido golpe de Estado de 2016. Erdogan apenas viaja a Bruselas, aunque se escuda en el papel que juega su país como compuerta para millones de refugiados a las puertas de Europa para obtener contrapartidas económicas y políticas. Ahora se cita a menudo con Putin y Rohaní en el foro de Astaná para repartirse la influencia sobre Siria.